En homenaje a Ada Elba se desarrolla, hace siete años, la Bienal en Jarahueca. Autor: Internet Publicado: 21/09/2017 | 04:51 pm
Casi todo, la noche, y lo demás/ está en el patio. Los atejes revientan de rojo, mientras los romerillos mecen la inocencia. En la estación, el tren anuncia su habitual retraso y a muchos el pito le suena como recuerdo de la joven que un día partió con su virtuosismo para hacerse artista de la plástica, compositora musical, poeta...
En medio de todo corretean los años de Ada Elba Pérez, quien murió insólitamente sin tiempo para despedirse de su tierra natal, el martes 14 de julio de 1992, en aquella calle habanera, según predijo en uno de sus propios poemas: cuando el pitazo de un carro/...me puso de espaldas/ al cristal.
Olga Lidia, al hablar de su hermana, prefiere no idealizarla. «Uno dice que los muchachos en su etapa de chiquitos se le escapan al diablo, y en verdad a Ada le gustaba hacer muchas maldades. Luego salía corriendo hacia mis tías, para que la protegieran de la furia mía, de mami o papi. Era una niña caprichosa, pero muy voluntariosa, con una capacidad enorme para pedir perdón».
En ese ir y venir hogareño, la abuela Saturnina la llenaba de historias de embrujos; pero cierto día esa señora de andar encorvado partió: Agosto le envolvió de muerte las canas. y la figura que escogía frijoles en la terraza/ del patio/ …se alejó hacia atrás/ enclaustrada en su último latido.
Tiempo después Ada Elba confesaría en el programa Esto no tiene nombre de Radio Progreso: «Abuela Saturnina era mi abuela por parte de padre, mi familia por parte de padre era de Los Llanos de Aridane, Islas Canarias. Casi toda la cultura mía tiene que ver con esto. Mis cuentos de terror eran de los diablitos canarios. Abuela Saturnina era mi mundo. Este poema es la pérdida de lo cotidiano, de lo tuyo, es la pérdida de la niñez. Pienso que es una fortuna crecer en el campo».
Con la guitarra en una mano y en la otra un disco con las canciones de Joan Manuel Serrat, esta muchacha empezó a alimentar su vida. Al cabo del tiempo aprobaría los exámenes de aptitud en Artes Plásticas, en la Escuela Provincial de Arte Olga Alonso, de Santa Clara. Vencida esta, La Habana caminó a sus pies. En 1980 se graduó en la especialidad de Escultura en la Escuela Nacional de Arte (ENA).
La isla de Carpentier
Desde la foto amarillenta, Ada se recoge el pelo. La marmolina no se resiste al cincel, que profundiza aquí, retoca allá; poco a poco, en la piedra renace el rostro del autor de El reino de este mundo.
¿Por qué Alejo Carpentier?, le pregunta el reportero. «Es mi escritor predilecto en la narrativa y con quien me he sentido siempre muy identificada. Él nos legó una obra maravillosa».
La voz de 21 años le nace sabia; Ada se vuelve hacia el busto de unos 45 centímetros del material acopiado en una cantera pinera y le da otro golpe seco al cincel. El 21 de julio de 1982 el diario Granma aquilataba el suceso: «Develan la primera escultura en el mundo dedicada a Carpentier». El Museo de Arte Universal de la Isla de la Juventud guarda la pieza.
¿En qué momento la Isla de la Juventud se puso en el camino de Ada Elba?
«Cuando terminó la ENA acababa de crearse allí la Escuela Elemental de Arte; solicitaron personas y pidió irse para ese lugar a cumplir el servicio social como profesora —argumenta Olga Lidia—. Esta etapa fue muy rica para Ada; ingresó en la Brigada Hermanos Saíz y participó en muchas exposiciones colectivas. Yo creo que se enamoró de la cerámica, a tal punto que ella decía que cuando se jubilara se iba para Jarahueca, haría un horno en la finca de tío Miguel, y pasaría su vejez haciendo cerámica y escribiendo».
El precio de la sinceridad
En 1984 parte rumbo a La Habana con un manojo de canciones y poemas en su equipaje; entre esas hojas vivía aquel exergo de Balzac lleno de soledades, a la entrada de los versos de Identidad, la más querida de sus creaciones poéticas, donde carga con un viaje hacia sus raíces... sin harapos/ con la pureza de los dedos de Mozart/ y alguna culpa furtiva,/ inconfesada.
Atrás dejaba su taller literario pinero, distinguido por la presencia de reconocidos escritores como Soleida Ríos. Allí arropó el coloquialismo, que vuela con autenticidad en sus versos. Afianzó un concepto como brújula, que quedó plasmado en el periódico Tribuna de La Habana: «El poeta debe serlo, en primer lugar, en la vida misma. Creo poeta a todo ser que reconoce el privilegio de vivir, y siente, por tanto, la deuda de pagar el aire que respira».
Jirones de pasajes vividos en la Venezuela de finales de 1988 no lo desmienten. Invitada por el Ateneo de Caracas, ofreció recitales de poesía; pero uno de los intelectuales que le propició el viaje la intentó persuadir para que declarara a la prensa local en contra de la Revolución Cubana. Demasiada miseria en «santo» pintor, Ada asumió el de-samparo de lo desconocido antes de permanecer junto a las pretensiones de semejante anfitrión.
Ella vagó por las calles de Caracas. Supo de una comunidad de artistas que radicaban en Los Andes con signos de enajenación y fue en su búsqueda, según relata su hermana. Extraviada en la cordillera, ese octubre encontró refugio en el hogar de la joven María, la que inundó... Los hoyos de la soledad/ de esa extranjera que lloró en tu choza oscura/ mientras te hablaba de su isla. «Todo ese deambular fue el precio de su sinceridad».
Otros perfiles
La versatilidad la llevó hasta la narrativa, dejó varios cuentos inéditos y una novela casi concluida. Profundizó en las culturas aborígenes latinoamericanas y se especializó en la vida y obra de Sor Juana Inés de la Cruz. Tanto reverenciaba a esa poetisa, que cierto día de 1991 se vio entre las cuatro paredes de adobe semidestruidas, en su casa natal, en San Miguel Nepantla, México.
¿Qué vinculaba a estas dos mujeres tan distantes en el tiempo y el espacio?
«La admiración profunda que ella sentía por la obra de Sor Juana —subraya la cantante y amiga Liuba María Hevia—. Sentía una gran identificación también por su vida porque rompió muchos patrones; le cantó a la soledad, a la incomprensión. Yo asistí a una conferencia que Ada impartió sobre Sor Juana en Ciudad de México; al terminar vi a la gente del aula ponerse de pie y aplaudirla. Ella había leído más que ellos».
Guajiras, sones, canciones infantiles... llevan la autoría de esta jarahuequeña, quien empezó a componer en 1989 y se desempeñó, igualmente, como instructora de Artes Plásticas en la Casa de la Cultura del municipio de Plaza de la Revolución. La originalidad, afincada en sugerentes textos poéticos, y el acercamiento a la guajira con un sello personal, singularizan su producción musical.
A la hora de ponderar en el repertorio infantil cubano, la cantante y compositora Teresita Fernández rehúye de ubicarla en este o aquel lugar. «Cuando yo hablé que Adita era mi relevo, no fue después que Liuba cantó sus canciones; sino cuando ella, con su guitarra, simple y llanamente me las cantaba, con su encanto».
Al fallecer en un accidente de tránsito, la polifacética artista dejó inconclusas las memorias de la autora de las travesuras del gato Vinagrito. Según Teresita, Ada hacía preguntas muy capciosas, incisivas. «Yo se las contestaba en son de broma, ella se quedaba seria. Por ejemplo: “¿Qué es Dios para usted?”. Y le contesté: Con mi cerebro de gorgojo no te lo puedo explicar, y tú, con tu cerebro de gorgojo, no lo podrías comprender».
Definiciones
…Al despertar me invade mi falta de proezas/ compro el día y brindo por el Sol… Así, desde la sencillez, nacieron los días, los años, así crecerán los siglos de Ada Elba Pérez, quien ejerció también la crítica literaria y realizó programas radiales. Precisamente, frente a los micrófonos del espacio Esto no tiene nombre llegó su confesión:
«Yo soy, ante todo, una guajira deslumbrada. Ese deslumbramiento trato de comunicarlo con todas las cosas que tengo a mano. No soy músico, soy un poeta o un ser humano que ama la música y a veces cojo una guitarra. La poesía es tramposa, es una asaltante que te sorprende dondequiera».