Sin distinguir al periodista del escritor, me atrevo a afirmar que el holguinero Rubén Rodríguez es un «cacique» si de buenas letras se trata. Es editor del semanario ¡Ahora!, de la Ciudad de los Parques, y se halla entre los escritores cubanos referentes de la literatura criolla para jóvenes y niños en el presente.
En la XVIII Feria Internacional del Libro que por estos días llega al oriente cubano, este autor brinda dos novedades: Peligrosos prados verdes con vaquitas blanquinegras, un libro editado por Gente Nueva y premio La Edad de Oro en 2007; y El maravilloso viaje del mundo alrededor de Leidi Jámilton, publicado por el sello editorial del Centro Hermanos Loynaz y premio de Cuento ese mismo año, en literatura para niños y jóvenes de esa institución pinareña.
Mas, este trabajo quedaría cojo si solo atino a reseñar estos volúmenes y no aprovecho para compartir con los lectores de Juventud Rebelde algunas reservas de un ser tan fuera de serie como este buen amigo.
El hemisferio Rubén«Empecé a escribir a los 30 años. Tenía miedo, me creía mediocre; soy terriblemente inseguro. Sin embargo, fue bueno; un período larval, de maduración», confiesa Rubén sobre su tiempo de gestación en la escritura literaria.
Ahora, parado en medio de sus 40 años, puede vérsele con andar mesurado, quizá hasta igual de aburrido que antaño aunque ya eso sea solo una apariencia pues goza, como pocos, de un singular sentido del humor.
Sus ocurrencias, las que escribe y las que cuenta a sus amigos, son fábulas que enganchan y hacen reflexionar sobre disímiles aristas. Afortunadamente no esconde nada y toda esa amalgama de realidad y ficción está en sus libros.
Tiene publicados varios títulos, los cuales en su ciudad y hasta un poco más allá de sus alrededores, vuelan de los anaqueles de las librerías. Entre ellos destacan el cuaderno de cuentos Eros del espejo (Ediciones Holguín 2001); la novela Majá no pare caballo (Ediciones Holguín 2003); así como las novelas para niños Mimundo (Editorial Oriente, 2006) y El Garrancho de Garabulla (Ediciones Holguín 2006). Lleva una década escribiendo sin parar y desde entonces, llega con frecuencia la noticia de que sus obras quedan finalistas o ganan premios y menciones en concursos literarios y de periodismo.
No hay ningún secreto en particular más que su propio talento. «Los concursos son hijos del azar y a veces la suerte me asiste. Todo lo que he publicado ha salido por esta vía. Por eso prefiero los concursos, aunque ganarlos no es sinónimo de calidad literaria. De que mis textos sean buenos, intenten la perfección y conmuevan se ocupan mis demonios personales: flagelantes, penitentes, ángeles y bestias».
En alguna ocasión Rubén reveló que cuando escribe para los más pequeños evita «la ñoñería, el paternalismo y el didactismo. La enseñanza debe estar implícita. También huyo de la complicación excesiva. Siempre quiero divertir y que la reflexión venga con la risa».
Así retrató a una de las protagonistas de los libros al principio mencionados. Se trata de Leidi Jámilton, una madre soltera de dos niños —uno transparente y otra mutante—, que es una bruja cubana muy peculiar. Revela su autor que «es casi una metáfora de la tolerancia. Adoro sus despistes y su relación con el mundo. Ella prefiere practicar yoga antes que correr detrás del marido que la abandona; y no se asombra de que su niña pueda ser sucesivamente un caballo, una bailarina o un bombero. Leidi es como yo, pone al mal tiempo buena cara. O mejor, sabe que no hay mal tiempo, solo caras buenas y malas».
La génesis de personajes tan surrealistas como estos es sencilla, sin encontrar alguna explicación dice su progenitor que vienen a él. Entonces les construye una historia, un libro, un mundo que cualquier mortal envidiaría.
«Son nombres, ideas, entidades vagas que van volviéndose reales. Pueden incluso nacer de una estructura, de las ganas de contar algo de una forma determinada. Amo a todos mis personajes. Ninguna emoción suya me es ajena, por eso justifico sus acciones. Yo soy ellos».
Rubén no es solo narrador, periodista y editor, también es comentarista radial, crítico de arte y hasta ha coqueteado con la escritura para el teatro. Por si fuera poco en un mismo día este escritor puede pasar, entre otras cosas, de intelectual a celador en la construcción de su propia casa. Cuántas maneras de traducir su realidad tiene este ser humano sin par.
«Vivir es una gran aventura», confiesa y aconseja que la propia vida «puede ser fantástica, aburrida o apasionante. Todo depende de cómo seas capaz de asumirla. Los argumentos salen de mi circunstancia. Me la paso contando, transformo en historias los sucesos más triviales. Hacer mi casa no es tarea vulgar ni trabajo de esclavo. El asunto es ser feliz, porque si no lo soy, no puedo escribir ni una línea. Y uno es quien decide ser feliz».
Entonces escribir resulta para este colega una mezcla de inspiración y oficio. «Son hermanos. El oficio da armas a la inspiración. Soy periodista, prosista asalariado, con la musa siempre de guardia. La profesión me enseñó síntesis y sintaxis, me dio experiencia y la humildad. Ahora bien, en la literatura, si no tengo inspiración, si no existe el fermento de una buena historia, esa euforia morbosa que necesito para escribir, no tecleo ni una línea. Sencillamente espero».
Para fortuna de sus lectores y del propio escritor, Rubén acaba de firmar con la Editorial Oriente para que El Garrancho de Garabulla (Ediciones Holguín) y Paca Chacón y la educación moderna (Editorial Oriente), dos obras que constituyen una fabulosa saga, sean publicadas próximamente en un solo volumen.
Pero el narrador no se conforma con las reediciones y está ávido de contar nuevas historias. Sus manos, desde una ciudad del oriente de la isla, en una casa en construcción, no se cansan de traducir al teclado el hemisferio Rubén.
Trabaja en la cuarta parte de El Garrancho de Garabulla y en otra novela de Mimundo, «esa dimensión paralela donde ocurren varias de mis historias. También en un par de libros de cuentos para niños, sagas de Garabulla y Leidi Jámilton, porque me gustan las series, quizá como herencia del cómic y las telenovelas. Hay algunos cuentos para adultos que debo pulir, estoy empollando alguna novela y tengo un proyecto apasionante para una fantasía heroica, cuyas imágenes ya me llegan como fantásticas visiones. Espero poder publicarlos todos. No creo en ese rollo onanista de escribir para mí o creerme el ombligo del mundo. El lector es quien dice la última palabra».