El evento ha repercutido favorablemente en la recuperación de un género que detuvo visiblemente su crecimiento en los años inaugurales de este siglo
La celebración —en la ciudad de Cienfuegos— del Festival del Monólogo ha repercutido favorablemente en la recuperación de un género que detuvo visiblemente su crecimiento en los años inaugurales de este siglo. Aupado en los años 90 de la pasada centuria, en buena medida a causa de las dificultades asociadas a la desaparición del campo socialista, esta índole de espectáculos propició el ascenso de creadores jóvenes y de otros que, sin serlo, no habían tenido oportunidades para mostrar sus dotes, convocó a maestros de la actuación, la dramaturgia o la dirección, acarreó todo un repertorio y consiguió un diálogo intenso y provechoso con el público. La cuarta edición del evento ha permitido confirmar que es este un modo de hacer, digamos que alternativo, cuya factibilidad tanto estética como económica convoca a prestarle una atención especial.
En los dos últimos años (2007 y 2008) han subido a las tablas monólogos de real interés. Recordemos que si bien en los 90 la labor del actor en solitario era prácticamente la única disyuntiva, ahora no ocurre así. Hoy día la incursión en el género es menos profusa, pero aun así durante el período consignado hemos apreciado títulos como Conversación en la casa Stein con el ausente señor von Goethe, Aquícualquier@, Ay, mi amor; El contrabajo, Rico, Juicio y condena pública de Charlotte Corday, Sexteando con Darío Fo y Eureka en apuros, trabajos estos que poseen un nivel de calidad que los distingue dentro de la cartelera teatral. Varios de ellos estuvieron presentes en el certamen cienfueguero y resultaron legítimos animadores del mismo. Aunque también fueron convocadas otras propuestas cuya contribución fue apenas la de alargar la programación.
El monólogo implica la faena del actor en solitario. Esto obliga al intérprete a desdoblarse, buscar timbres, ritmos, acentos, posturas..., que lo multipliquen en el escenario, le permitan atrapar al auditorio, escenificar la historia no solo a partir de las palabras. Demanda una historia sólida, bien estructurada, con visibles contrastes y una dirección certera, capaz de escrutar y explotar los recursos del comediante, pues con todo y el apoyo de las luces, la música o la escenografía, él es el verdadero puntal del espectáculo. Estas fueron premisas que tuvo muy presente Carlos Díaz (líder de El Público) a la hora de encarar una visceral descarga de Adolfo Llauradó convertida en texto teatral por Norge Espinosa. La sobriedad visual, la relación con los objetos cuyo valor semiótico es palpable, la capacidad para atrapar el aura del gran actor sin intentar caracterizarlo, junto al interés por evidenciar el histrionismo de Lester Martínez, son las premisas que animaron a Díaz y que convierten a Ay mi amor no solo en un monólogo de lujo sino en un espectáculo de verdaderos valores. Martínez consigue aquí la encarnación del mundo interior de Llauradó a partir de un muy bien trazado trabajo corporal, la coherente y orgánica denotación de tensiones o estados de ánimo, el atinado uso de la voz y un dominio escénico envidiable.
Otra de las animadoras del certamen perlasureño resultó Mirta Lilia Pedro Capó. La joven actriz de Teatro del Silencio fue capaz de echarse a sus espaldas la puesta de Juicio y condena pública de Charlotte Corday. Su faena interpretativa deviene lo más destacado de la propuesta, pues asume con sinceridad y vehemencia cinco personajes diferentes y los singulariza. Sin dudas se trata de una actriz con mucho temperamento y envidiable fuerza dramática que sabe atemperar y dosificar, que transita por emociones diversas transparentando las reales contradicciones de las criaturas que encarna. Mención especial merece Rubén Sicilia quien, en calidad de director, fue capaz de conseguir de ella estos resultados.
Otra actriz que —inteligentemente guiada por Nelson Águila— supo levantar el rasero de la calidad es Idania García. A fuerza de carisma y vis cómica, García sostiene a Eureka en apuros, espectáculo de El Mejunje del cual resulta el eje indiscutible. También animaron la competencia invitaciones como Rico, Sexteando con Darío Fo, El monólogo de Cacio y Aquicualquier@, con la cual Osvaldo Doimeadiós concurrió en calidad de invitado.
Los organizadores del evento deberán tener en cuenta que una saludable vuelta de tuerca, a la hora de escoger las puestas participantes para evitar nocivos contrastes en la programación, sería muy beneficiosa. Considero incluso mucho más provechosa la idea de incluir talleres y espacios de reflexión, sobre la técnica o naturaleza del monólogo, que ofrecer al creciente público cienfueguero montajes de escasa calidad. No obstante, estos encuentros permiten aquilatar con nitidez la proyección de un género que ha demostrado poseer una envidiable capacidad de convocatoria, vocación de sobrevivencia y que constituye una alternativa tanto en términos de producción, como de la proyección del talento de los creadores.