Se habla de filmes con valores artísticos y espirituales, los cuales el autor quiere recomendar a quienes todavía no los hayan visto
Pocas horas nos quedan para despedir 2008, un año colmado de esperanza, triunfos y también derrotas. Y como siempre, cada vez que se aproxima el 31 de diciembre, uno se siente conminado a pasar revista, a recordar y trazar planes. Tal vez el extraño ánimo que me domina por estos días —ánimo que oscila entre la depresión casi inexplicable y el júbilo rabioso—, obedezca a que me encuentro —quizá nos encontramos todos— con un pie detenido en el año que se fuga, y el otro intentando apoyarse en el puntal del que está llegando.
Durante los primeros días de 2009 para cada cual se abre un espacio a toda posibilidad de victoria y capitulación. Es normal —digo yo, no sé lo que pensarán los psicólogos— que uno se sienta sobrecogido ante la inminencia de que comience otro ciclo de pérdidas, despedidas, incomprensiones, y cuando me atengo al lugar común de los optimistas, aquello de mirar el vaso medio lleno, entonces me invade una alegría casi salvaje, un anhelo de agradecer, reír, y esperar de fiesta lo que sobrevenga.
Pero no es esta la página de Opinión, donde a lo mejor cabrían reflexiones personales sobre el fin de año. Estamos en Cultura, y quise cumplir con la voluntad de hacer balances y rememorar algo de lo mejor, en términos de cine, de un año que se está yendo, y ya se fue. No pienso circunscribirme a ningún medidor específico, o criterio de prestigio ya establecido. Me referiré a películas que lograron emocionarme, estética, intelectual o espiritualmente, y que por tanto quiero recomendar a quienes no las hayan visto todavía. Además, espero compartir la ansiedad por ver otras que no se han exhibido en Cuba, pero que ya han deslumbrado a millones de espectadores a lo largo del mundo.
El malogrado Heath Ledger (Casanova, Brokeback Mountain) triunfó en el casi imposible empeño de superar a Jack Nicholson en el papel de El Joker, y propulsó El caballero Oscuro —estará en enero en las salas de estreno—, poderosa combinación, en las manos de Christopher Nolan, del mito de Batman con las dudas de Hamlet, ambos recreados con fascinante visualidad y abierta intención psicologista. En el capítulo de los superhéroes, también alcanzaron el éxito Iron Man e Indiana Jones y el Reino de la Calavera de cristal, de la cual no digo nada que no se sepa ya. La primera de las dos mencionadas rescata en toda su plenitud a Robert Downey Jr., y reinventa a un personaje conflictuado, que se niega a dejarse ahogar por el aluvión de efectos especiales. Mientras, Nicole Kidman y Hugh Jackman protagonizaron la superproducción épica Australia, donde Baz Luhrmann, el director de Moulin Rouge, relee los destinos históricos del único país que ocupa todo un continente. Por su parte, Brad Pitt, George Clooney, Tilda Swinton y John Malkovich fueron los intérpretes que inspiraron el guión de la sátira Quemar después de leer, donde los hermanos Coen se burlan del cine de espionaje, pero, sobre todo, aluden a la impenetrable estupidez de ciertos seres humanos ahogados en la paranoica política y las obsesiones sin salida.
De seguro será nominado al Oscar Sean Penn por interpretar al personaje titular de Milk, en la cual se recrea la biografía de Harvey Milk, el primer hombre, autorreconocido homosexual, que fue elegido para un cargo público en Estados Unidos. Casi seguro será nominada también Meryl Streep por Doubt, un drama donde interpreta a la perfeccionista y estricta gobernadora de un colegio de monjas. La Streep también clasificó entre las actrices más taquilleras del año por haber protagonizado el exitazo Mamma Mia, comedia sentimental y musical, en la mejor tradición de Arte 7, narrada mediante las canciones del mitológico cuarteto sueco, y que ha recaudado casi cuatrocientos millones de dólares en el mundo entero. Pero no fue Meryl la única actriz anglosajona que alcanzó estado de gracia. La brillante Kate Winslet se dejó dirigir por Stephen Daldry, y acompañar por Ralph Fiennes, en el drama The Reader, sobre los efectos del Holocausto en la vida íntima, y Sam Mendes la recolocó entre las mejores intérpretes del cine contemporáneo con Revolutionary Road, donde vuelve a ser pareja de Leonardo di Caprio. Remember Titanic?
El Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, como siempre, nos actualizó con algunas piezas magistrales provenientes de muy diversos países. La francesa La clase me pareció una de las propuestas más elocuentes y racionalistas que he visto a favor del diálogo y la tolerancia que debe predominar en las aulas, entre las generaciones, a nivel de todas las sociedades y culturas. La italiana Gomorra es de esas películas que te cambia la percepción sobre la delincuencia y el marginalismo, al tiempo que sofoca y obnubila cien filmes anteriores de mafia glamorosa y elegante. La brasileña Línea de pase demostró que los desheredados y humildes de la Tierra merecen ser mostrados en tanto personajes redondos, complejos y humanísimos, y no en virtud de unas cuantas recetas aportadas por el miserabilismo turístico, o por las agendas sociologistas que dictan solo etiquetas clasistas y falso compromiso.
Una oda a la necesidad insoslayable del positivismo, el buen humor y la comprensión aportó el británico Mike Leigh con Happy-Go-Lucky, un bello cuento sobre la felicidad, sobre la gente supuestamente ordinaria, que gira en torno a la más estimulante, ingeniosa e inspiradora de las maestras primarias que uno pueda imaginarse. También estremecieron lunetarios los nobles empeños del brasileño Fernando Meirelles en Ceguera y del norteamericano Steven Soderbergh con la ambiciosa, correcta y a ratos emotiva saga dedicada a Che. Junto con algunos de los mejores filmes realizados en el mundo recientemente, en el Festival tuvo importante presencia, y éxito de público, el cine cubano. Kangamba, Omerta (que ya está en salas de estreno), Los dioses rotos y El cuerno de la abundancia (que llegarán a la consideración del respetable en los primeros meses del próximo año) marcaron, por lo menos, la confirmación de una muy cálida relación del público con su propio cine.
El ruso Alexander Sokurov aportó una dolorosa fábula de amor maternal y patriótico mediante Alexandra, el filme donde se relata la visita inesperada de una anciana rusa a su nieto, apostado en un cuartel en Chechenia. El veterano japonés Takeshi Kitano concluyó su trilogía de filmes sobre la autodestrucción del creador, con Aquiles y la tortuga, ejercicio de autoparodia sobre las angustias de un pintor poseído por una vocación mucho más elevada que sus aciertos. Y de una larga crisis creativa está saliendo Woody Allen, quien entregó este año un filme agudo, simpatiquísimo y colmado de sugerencias: Vicky Cristina Barcelona, que protagonizaron sorprendentemente los españoles Penélope Cruz y Javier Bardem.
Ya se escapan los primeros planos y la banda sonora del 2008. Es el fin de la fiesta. Y entre las brumas de la sala oscura surgirá el milagro de un nuevo año, con sus galaxias rasgando la noche y sus cielos transparentes. Nos toca amanecer libres como cualquier gorrión, y lidiar dichosamente con los peligros que entraña cada amanecer. ¿Qué puedo decirle a mi lector, si el fin de año siempre me sorprende exhausto, taciturno, confundiendo la crítica de cine con la nostálgica evocación de todo lo bueno que se fue, y que de algún modo, solo de alguna mínima y fascinante manera se queda conmigo.