La inauguración de la muestra se le encargó a la película Toda la vida a vivir, del realizador italiano Paolo Virzí. Aunque muchos críticos y espectadores continúen aferrados al prejuicio de que la comedia no es un género apropiado para la reflexión profunda, la detracción penetrante y comprometida, o el despliegue de sofisticados recursos artísticos y estéticos, constantemente la historia del cine, y también su actualidad, indica lo contrario.
La muestra de cine joven italiano, que inicia hoy y se extiende hasta el 19 de este mes, será una señal tentadora para todo cinéfilo curioso, y ávido de entretenimiento pensante, sobre la posibilidad de comprobar que la comedia puede ser vehículo idóneo para cavilar sobre la vastedad de las aspiraciones humanas, o ridiculizar la falta de valores de ciertas épocas, sociedades y clases sociales. Además, mediante un grupo de películas dirigidas por Paolo Virzí podemos constatar, también, que el cine italiano actual no es el páramo encharcado de intrascendencias que, tantas veces, nos han descrito quienes se aferran a la nostalgia por el brillante pretérito.
La inauguración de la muestra se encargó a Toda la vida a vivir, realización de este mismo año, y que no he visto todavía, pero según refieren las fuentes autorizadas representa la continuidad en el género que prefiere Virzí: la comedia agudamente satírica, habilitada para retratar las múltiples insatisfacciones y desconciertos del italiano contemporáneo. Como tampoco he visto Besos y abrazos (1999), My name is Tonino (2001, rodada en Italia, Canadá y Estados Unidos, con un reparto internacional) ni Caterina va a la ciudad (2003), incluidas en esta connotada retrospectiva, me concentro en el acercamiento a los títulos que sí he podido apreciar.
Estudio en clave tragicómica de un matrimonio en declive, sobre el trasfondo del mundo obrero, el desempleo, y las manipulaciones mediáticas, comedia de costumbres con un fuerte trasfondo social, emprendida por un realizador que había estudiado Filosofía y Letras en la Universidad de Pisa, y diplomado como guionista en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma, La bella vida (1994) fue galardonada con el premio de la crítica (llamado Nastro d’Argento) al mejor debut del año, y de inmediato se hizo patente que el prometedor director pretendía nada menos que recuperar la dorada tradición de la comedia erótica italiana, repleta de maridos celosos y cornudos, o de señoras concupiscentes y en los límites del adulterio. Claudio Bigagli (a quien conocíamos desde Mediterráneo) y la bella Sabrina Ferilli (en la línea de Estefanía Sandrelli o de la joven Gina Lollobrígida) componen una pareja histriónica memorable, muy capacitada para insuflarles vida a estos personajes amenazados por el aburrimiento, la incompatibilidad y la triangulación de intereses amorosos.
Mucho más fuerte es el acento sobre la comedia de costumbres con inclinación sociológica, en Vacaciones de agosto (1995), la historia de dos familias, los Molinos y los Mazzalupis —de un lado los izquierdistas, cultos y desinhibidos; del otro, los derechistas, zafios y prejuiciosos— dos modos ancestrales del italiano ser, que contienden y se entremezclan, mientras vacacionan en una isla cercana a Nápoles. El segundo largometraje de Virzí, que alcanzó notable éxito taquillero en Italia, y conquistó el premio David de Donatello (el más importante de los premios nacionales de cine) al mejor filme, fue catalogado por el influyente periódico Il Messagiero como una película «inteligente, sensible y divertida», en virtud de sus muy dosificadas observaciones políticas, orgánicamente insertas en los tradicionales y simpáticos enredos de la sátira costumbrista. Aunque su registro histriónico sea mucho más bajo, Silvio Orlando se convierte en digno continuador de los grandes humoristas del cine italiano, entiéndase Ugo Tognazzi, Nino Manfredi o Alberto Sordi.
La verdadera consagración de Virzí llegó en 1997, cuando Ovosodo conquistó el Gran Premio Especial del jurado en el Festival de Venecia y el aplauso de la prensa y el público nacionales. Vuelve a destacar la impecable estructura de la historia, contada con extrema agilidad en el ritmo narrativo y de montaje, todo ello puesto en función del acercamiento naturalista a las vivencias de un niño-adolescente-adulto joven, quien se enfrenta al caos de un padre aventurero y presidiario, una madrastra histérica y frustrada, y un hermano discapacitado. Con estos personajes, Virzí construye una película intensamente irónica, por momentos cruel, pero también conmovedora y sensitiva. Mucho tuvo que ver en las virtudes resultantes la participación en el guión de Furio Scarpelli, maestro del realizador en la escuela de cine de Roma, y autor de las historias que resultarían en comedias tan espléndidas como Desconocidos de siempre (1958), Seducida y abandonada (1964), Drama de celos (1970) y La familia (1987), entre muchas otras.
Con la vinculación profesional de Scarpelli y Virzí quedaron anillados, en el alto propósito de entretener sin renunciar al pensamiento, la mejor tradición de la comedia italiana tradicional, y el cine joven más interesado en renovarse. Esta retrospectiva da cuenta de que, al menos un sector del cine italiano contemporáneo, intenta sostener el contacto vívido, perenne y no complaciente con su público natural, además de alimentar la preeminencia de comedias entendidas en su viabilidad cultural y artística. Y a pesar de todo ello, muchos siguen menospreciando al humor cinematográfico, ya ni sé con qué argumentos, por su pequeñez e intrascendencia.