Les dejo el tiempo, todo el tiempo.Eliseo Diego
Les dejo mi ventana sin barrotes,
mi corazón sin rejas, estas ansias
de tragarme el océano. Les dejo
una ciudad sin puertas que no es mía
pero me pertenece por cansancio,
porque asomé a su edad sin darme cuenta
aquella tarde al sur de piedras suaves.
Les dejo otras mujeres que se astillan
en mi cama pequeña y se retuercen
sobre mi soledad. Les dejo el tiempo
debidamente detenido en mí.
Se quedarán también con mis amigos
y algunos borradores que valdrán
muy poco (a mis amigos no los compran
con millones de estrellas y guijarros).
Si es posible les dejaré un licor
para hundir la tristeza. Si es posible,
un árbol para colgar los teléfonos.
Si es posible una mañana. Destierro
el amor, los secretos, porque ustedes,
amigos prestamistas, son tan limpios
que precisan de mí la mejor parte,
es decir: perros, mendigos, columnas,
ceniceros, espinas, baños públicos.
Soy un animal. Habito todos los teléfonos
vacíos y los parques sin pájaros. La muerte
es sólo una estación para piedras y mortales.
La vida es insípida y sin tiempo para mí.
Yo soy un animal que muere a secas. No quiero
una razón para implantar reinos, convocar
aceras al discurso nocturno de las fuentes.
Quisiera amanecer de vez en cuando, tan solo
que me astille así contra mi propia soledad.
Algo puede amortajarme la distancia, pero
nunca un paisaje, nunca un vestido de muchacha
que ha quedado herrumbrado y espera otro camino,
otra piedra contra su desnudez infinita.
Puede ser que otras mujeres inventen desde lejos
unas garras para amasar mi soledad, unos
dientes para estrenar mi piel sin huellas y un grito
para asustar las noches. Yo me pierdo cansado
para siempre en mi habitación: ciudad que recorro
una y otra vez y entonces desconozco gentes
apartándose de mí, horrorizadas y torpes.
Entonces es que pienso: mi sinrazón los harta,
mi condición de bestia los convierte en receta.
Entonces impaciento el reloj y me hago sitio
al otro lado de la muerte, y si hoy canto es
porque soy un animal terriblemente solo.
Yo no sé de alfileres en la voz.
Siempre el viento me trajo esos gorriones
taciturnos. Los trajo a morir en
mis sudores que se sabían fértiles
de atardecer y espanto. Se marcharon
y así noche se fue nublando en día.
Yo no sé de la paz en los umbrales
ni un grito soterrado en la memoria
ni esa lluvia agujereando mi casa.
Yo no sé si el pasado duerme absorto
en mi sien. Lo he visto morir golpeado
por mañanas imberbes y estampidas.
Pero sé de este día que me ahorca.
Pero sé de una estación para infelices.