Portada de la más reciente producción discográfica del popular dúo. Catalejo es el más reciente disco de Buena Fe: así de sencillo es el nombre escogido para un trabajo excelso, desbordante de matices e ideas mucho más que renovadoras. Con un Catalejo podemos mirar ampliadamente las cosas, ver los detalles que normalmente el ojo no alcanza, en lo físico, pero ya en el mundo de Buena Fe, Catalejo es aquel zenit inigualable que ellos enfrentan en sus canciones y que desean tocar. Para ellos, la definición no podría ser mejor: les sirve para mirar la Luna, Marte y Plutón, menos el meñique del pie.
Este discurso comienza con un clásico de la música cubana, La comparsa, de Lecuona, que va entretejiendo buena parte de la canción, hasta resurgir al final con todas las implicaciones, lecturas, intencionalidades y lo demás que ello trae consigo. Y me detengo aquí, porque este tema pienso que es el sostén de ese camino introspectivo e inteligente emprendido desde aquellos tempranos años de Déjame entrar, primera entrega discográfica del dúo.
Es evidente la gran carga filosófica de la canción, su atrevida manera de penetrar en problemas que por lejanos no dejan de estar de moda en algunos casos, y en otros conviven diariamente con nosotros como el calor de agosto. También resalta por su calidad sonora, gracias a la inclusión del cajón, instrumento poco usado en la música cubana y que le da un timbre distinto, exótico quizá, pero sea como sea logrando un distanciamiento con estilos, tendencias y modismos a los que muchos recurren.
Algo que también se va haciendo costumbre en Buena Fe es el uso de los metales, para lograr y abarcar una parte del espectro sonoro contemporáneo pero sin perder el rumbo. Fe de esto es la canción que abre el disco, Los barcos en el puerto, donde hallaremos ese camino movido, bien rítmico, variado y hasta latino, ¿por qué no?, que bien saben hacer. Y ese sonido contrasta luego con una de las mejores canciones del fonograma: En cada país, con un toque suave y bien moderno, con una profunda y consciente asimilación de elementos del pop.
Así transitan algunas canciones, como Encueros, para mí con un excelente arreglo, que por momentos me recuerda ese estilo inconfundible de un trío poco conocido entre nosotros: Café Quijano. Menciono esto no por una cuestión de mímesis musical, sino por la existencia de una avalancha de influencias musicales y otras propias de Buena Fe, que nos hablan de un equilibrio entre la melodía, el mensaje y las inquietudes generacionales que asoman constantemente en este disco. Aquí también encontraremos agudas reflexiones, inconformidades y desacuerdos.
Hay para mí una canción mimada: Fantasmas. En ella destacan varios elementos, como el uso de las guitarras electroacústicas como elemento unificador y que va guiándonos todo el tiempo, con otra clara y brevísima referencia a Lecuona, de nuevo con La Comparsa. El rico timbre guitarrístico está apoyado y logrado por un dúo diferente, diría yo, donde nos cuesta trabajo no escuchar a Israel como la voz prima, sino que encontraremos entonces a Yoel con un estilo muy trovador e intimista, ampliando aún más las posibilidades de Buena Fe en cuanto a sonoridades se refiere.
Catalejo es un fonograma bien hilvanado, con un trabajo muy serio y cuidadoso, donde intervinieron músicos como Amed Medina, arreglando varias canciones, por ejemplo. Ernesto Cisneros tuvo asimismo una buena labor como arreglista, dando diversidad y colorido al disco, y completó el equipo de arreglistas la presencia de Yoel, con su manera bien peculiar de enfocar el trabajo del dúo.
En esta quinta entrega discográfica de Buena Fe brillaron asimismo artistas como Adolfo Martínez en la grabación, y Nelson Domínguez con su talento, sus obras y su portada. Creo que estamos ante un producto maduro, estéticamente diferente, con conceptos musicales renovadores y con la calidad musical del dúo como el principal atractivo del mismo. Buena Fe es, y seguirá siendo, una renovación necesaria dentro de la mejor música cubana contemporánea.