Tomás Moro escribió un pequeño libro llamado Utopía en 1516. Campanella y Bacon escribieron, a su vez, otros libros sobre otras utopías. A saber: La ciudad del sol y La nueva Atlántida. John Lennon, en su LP Mind Games de 1973, le dedica ocho segundos de silencio a una pista titulada Internacional Nutopian Anthem, Himno Internacional de Nutopia, jugando con las palabras nut, derivada de locura, y utopía, derivada del griego no existe tal lugar.
Casi medio siglo después de aquella primera utopía, Daniel Díaz Mantilla resucita la vieja ciudad de Amauroto y la elige como complemento para estas casi 200 páginas que, bajo el nombre de Regreso a Utopía (Editorial Letras Cubanas, 2007), demoran en leerse mucho más que aquellos ocho segundos que Lennon le dedicara a su Himno Internacional de Nutopia, y mucho menos que esos cinco siglos de literatura cubana que hace poco se han cumplido.
Las lecturas deberían ser personales e intransferibles. Lo que yo veo en esta novela no es lo mismo que tú deberías ver. Lo que yo veo se corresponde con la imagen de Sebastián, personaje principal de este libro, mochila al hombro, por campos y montañas, buscando la libertad que la ciudad claustrofóbica suele negar la mayor parte de las veces.
«Caminante, no hay camino, se hace camino al andar», dijo Antonio Machado y repitió Serrat después. Al andar Sebastián se hace camino y al volver la vista atrás ve la senda luminosa del río Cristales y los recuerdos de la chica que abandonó en Thule, y los recuerdos de otra chica que dejó en Amauroto (adonde ahora intenta volver) y, a todas estas, un paisaje sobrecogedor que va más allá de cualquier frontera geográfica o intelectual.
Igual esta es una novela más allá de todo tipo de fronteras. Escritura equidistante de sí misma, plena de silencios, pero no el falso silencio del que no tiene nada que decir, sino el del que tiene demasiado, y prefiere callar. La literatura era eso: un espejo mágico, y su magia consistía en a la vez reflejar y dejar pasar la luz. Espejo para mirarnos a nosotros mismos y vernos reflejados tal como somos, o como nos gustaría ser; narración que podría tomarse como disquisición filosófica, o diario de viaje. Palabras escritas que reflejan y, a la vez, dejan pasar esa luz diáfana que convierte a la lectura en un hecho de placer, más que de deber.
A todas estas, Utopía no deja de ser una verdadera utopía. El retorno será eterno. La ciudad deseada de Amauroto se perfila como espejismo en medio de la nada. Podemos dudar de su existencia. Sin embargo, no podemos dudar de la excelencia de la pluma de Daniel, en una novela que fuera merecedora de una primera mención en el concurso Alejo Carpentier. Aunque, remitiéndonos a la filosofía cartesiana, sí podemos (y debemos) dudar. Dudar si esta historia de traiciones y amores y regresos y sueños conjugados en tiempos desiderativos no está tratando de decir algo más fuera del marco de estas casi 200 páginas. Fuera del marco de esta región agreste, bucólica, plena de recuerdos, emociones casi olvidadas. Fuera del espejo, como si de un rayo de luz se tratara.
Regreso a Utopía no se ajusta a ningún país de los que conocemos, puede desarrollarse en cualquier parte del mundo, aquí, allá y en todas partes. Ahora, antes, o 500 años más tarde, cinco siglos más de literatura cubana. Ya no estaremos entonces, pero, al fin y al cabo, ¿quién quiere vivir para siempre?