Uno de los tantos momentos agradecidos del aplaudido espectáculo Vida. Foto: Cylia von Tiedemann Luego de varias semanas en cartelera, Vida, el más reciente espectáculo del Ballet Lizt Alfonso, se ganó el favor del público con todas las de la ley. Partiendo de un núcleo temático sencillo, que no simple, la compañía dio muestras de lo mucho que ha venido haciendo últimamente en términos de expresividad, visualidad y mixtura. En el terreno de la danza teatral, muy poco queda por hacer en estos tiempos; la experimentación se ha convertido en un agujero negro que traga todo atisbo de clasicismo dramático en aras de una sorpresa no siempre rotunda. Tal vez por eso los espectadores agradecen a menudo historias humildes y bien contadas. No porque ya no quieran pensar, sino porque antes, quieren entender.
Vida contempla una llaneza expositiva nada casual. La voluntad creadora de Lizt Alfonso, hasta donde es posible captar, necesita a veces de lo lineal, de lo diáfano para darse así a la mezcla, a la voluta, a la proverbial fusión de estilos danzarios, no importa cuál destaque más. Esta vez el ardid versó sobre una fábula posible: el tránsito breve y sentido de una mujer por el tejido histórico de una nación. La inalienable pluralidad de ritmos de la Isla, es aprovechada como centro desde donde parten las líneas trazadas por el talante coreográfico de Alfonso. La propuesta del guión, un tanto cándido, si se quiere, alcanza un peldaño superior en la conjugación de géneros aparentemente dispares —la rumba, el twist, el bolero...— puestos en función de un despliegue visual que quiere, por sobre todas las cosas, documentar esta suerte de visita a la Historia desde la cultura artística. A todo esto, habría que agregar el buen gusto general, la eficacia en el montaje de los cuadros bailables y la sobriedad de los diseños —incluso de la monumental escenografía—, porque este es un tipo de espectáculo que avanza, todo el tiempo, bordeando el peligroso abismo de la grandilocuencia, y de ahí al exceso, se sabe, no hay mucha distancia.
Un apartado como el diseño, por ejemplo, daría para un tratado. Desde soluciones tan hermosas como las conseguidas en el vestuario —recuérdese el momento del despertar espiritual de la protagonista—, hasta recreaciones plásticas exhibidas mediante un apoteósico, pero calculado juego de luces, todo en Vida fluye con templanza y sentido escénico.
Pero nada hubiera logrado el conjunto sin la calidad innegable de sus músicos y bailarines. Los arreglos de Denis Peralta a temas clásicos del repertorio tradicional y más contemporáneo, así como la prodigiosa intervención de X Alfonso y su proyección antropológica de la música son de lo mejor que pueda retenerse en la memoria. Las actuaciones de Omara Portuondo y Ele Valdés, cada una desde un registro singular e igual de vigoroso, aportaron la nota distintiva a un producto hecho para agradar desde todos los ángulos. De esa forma también se integró el cuerpo de baile que hizo gala, durante casi dos horas, de una versatilidad corporal sorprendente.
Aplausos merecen las niñas Yaraidy Fernández y Camila Sánchez; la prometedora Ana Laura García, espléndida en las difíciles contorsiones que le tocaron en suerte; la elegante Indira Álvarez; las atractivas Maysabel Pintado y Lizdianet González, ajustadas en sus papeles del Ángel (o la Muerte, según la versión) y el General, bordados con sutileza para destacar serenidad y despotismo, respectivamente, y los jóvenes Vadim Larramendi y Oddebí García, enrolados en una empresa ajena y airosos en sus desempeños. En lo personal, particular énfasis demandan Yudisley Martínez y Carmen Rosa López, sencillamente brillantes a la hora de asumir esa Vida 3, vehemente y corajuda, por brindar una de las mejores interpretaciones de la danza teatral cubana de este minuto.
Es seguro que muchos seguidores del Ballet Lizt Alfonso se hagan preguntas como esta: ¿estamos acaso ante una potencial expansión de los criterios que fundó y desarrolló su creadora principal? No creo que haya que entrar en ese tipo de disquisiciones. Las obras de los artistas no siempre son fieles termómetros de sus poéticas; estas suelen venir acompañadas de intenciones muy diversas y no es viable andar evaluándolas a ultranza. Por esta vez, lo repito, el interés por rescatar representaciones lujosas y de buena factura dio buen resultado, y eso es admirable.
Hay ciertos detalles, eso sí, que bien pudieran repasarse. Sobre todo en lo que respecta a la dramaturgia, que, por lo demás, es bastante eficiente. Pero no considero apropiado, digamos, el relieve que adquieren determinados parlamentos en boca de la protagonista, que ensucian un poco la sobriedad del discurso, ya de por sí bastante claro. Como tampoco así algunos cuadros de la segunda mitad del espectáculo, donde uno, como el del tributo final, se prolonga demasiado, a sabiendas de que ya todo está dicho, y otro, como el de la maestra, que no encaja del todo debido al tratamiento casi nulo que experimenta esa habilidad dentro de la trama.
Con todo, Vida entrará, a no dudarlo, en la lista de sucesos más importantes del año en las artes escénicas de nuestro país. No es teatro musical, propiamente dicho, pero tampoco deja de serlo. Los ingredientes están. Por tanto, ¡quien tenga la última palabra, que hable ahora o calle para siempre!