Concluye hoy el Festival de música infantil Cantándole al Sol. Chiquilín, la más reciente producción de música infantil de la casa discográfica EGREM, será presentada en el concierto de clausura del evento, en el teatro Karl Marx
Mientras escuchaba una y otra vez Chiquilín, la nueva propuesta de la casa discográfica EGREM, comprobaba una verdad de Perogrullo: recordar es volver a vivir. De repente, me vi frente al Krim ruso de mi casa tunera que, aunque me hacía llegar imágenes en blanco y negro, me permitía soñar a todo color, como seguramente les sucederá a quienes hoy tomen a sus hijos de las manos y se dirijan, en horas de la tarde, al Complejo Cultural Karl Marx para disfrutar del concierto que ofrecerán los protagonistas de esta increíble producción musical destinada a los niños; presentación que forma parte de la última jornada del gustado Festival Cantándole al Sol, el cual, desde hace algunos años, acoge la Organización de Pioneros José Martí.
Con seguridad, a los niños no han dejado de interesarles las canciones infantiles. Foto: Calixto N. Llanes Quien me mira ahora no creerá que cuando pequeño era muy «mono para comer», como decía mi madre —supongo que su alusión solo tenía que ver con mi inapetencia—, y por eso ella acudía a cualquier ardid para que la cuchara convertida en avión aterrizara por fin en mi boca. Tía Tata cuenta cuentos, Amigo y sus amiguitos, Escenario escolar y Caritas, por solo mencionar algunos de mis programas favoritos, eran perfectos para aligerar su faena y no verse obligada a acudir a la «milagrosa» chancleta. Los Yoyos y Alelí eran, entonces, mis artistas favoritos, y las canciones que en aquella época aprendí jamás las pude olvidar.
Tanto es así, que el láser se desplaza por las 13 pistas que integran a Chiquilín y no logro evitar empezar a desafinar, en mi intento de hacer dúos con este grupo de jóvenes y talentosos intérpretes que el magnífico músico David Álvarez (el mismo de Juego de Manos) se dio a la tarea de seleccionar para que intervinieran en este fonograma, nacido de la idea de Élsida González Portal, encargada asimismo de la producción general.
Y justamente en la atinada elección de los cantantes (y de los temas), quienes tendrían que enfrentar la difícil empresa de versionar composiciones que ya constituyen clásicos, está uno de los no pocos aciertos de este disco, donde algunos se aliviarán al apreciar en las fotos de los vocalistas que el tiempo nos pasa la cuenta a todos, incluso a Álvarez, convertido en un hombre orquesta en este álbum, al hacerse también responsable de los teclados y el piano, así como de la mayoría de los arreglos, la dirección y producción musical.
Pero el autor de Cuida’o cuida’o y Juana la loca, decidió defender Drume negrita, de Eliseo Grenet, pieza que parecía que, después de Bola de Nieve, no había nada más que buscar. Sin embargo, David la convierte en algo así como un bálsamo para los oídos (en esta canción se agradece, incluso, hasta los llantos infantiles utilizados para «ambientar» y que resultan con frecuencia desacertados, sobre todo cuando los mayores intentamos imitar a niños lo mismo en programas radiales y televisivos que en doblajes). Algo similar ocurre con Arnaldo Rodríguez, quien sin su Talismán se enfrenta a la más que conocida Balada de Elpidio Valdés, de Silvio Rodríguez, y sale más que airoso.
Exacto es William Vivanco, asimismo, para Dónde está la cutara, de Enriqueta Almanza y Celia Torriente, presentado aquí como un pegajoso chachachá, pieza que abre el disco y a la que el santiaguero le extrae máximo provecho. Como lo hacen Patricio Amaro y el grupo Tendencia, con El rock del primitivo, y los muchachos de Hoyo Colorao e Ivette Pacheco Cabañas con un Conejito majadero, de Teresita Fernández, donde el rap adquiere liderazgo.
Con lo dicho hasta aquí es suficiente para que el lector se percate de que este disco se distingue también por su variedad estilística y rítmica. Y es que sus creadores apostaron por acudir a diversos géneros musicales, conscientes de que nada ganamos subestimando a los «fiñes» pensando que, para que les lleguen estas obras, las aprendan y las canten, debemos entregarles una canción sencilla (tanto en lo que dice el texto como en su orquestación), con lo cual limitamos la creatividad, la fantasía y la espiritualidad.
David Álvarez y Élsida también saben que las canciones son un vehículo formidable para fomentar esos valores en los que queremos formarlos, acción que suele ser bien compleja a la hora de materializarla. Pero canciones como Hormiguita retozona, de África Domech; Juan me tiene sin cuidado, de Torriente y Almanza; o El niño de la bicicleta, firmada por esta última, son en ese sentido bien eficaces y logran hacer llegar valiosos mensajes desde el fino humor y el ingenio. Contribuye a ello, por supuesto, la interpretación de lujo que en este caso ofrecen Dayani Lozano, Niurka Reyes con Osvaldo Doimeadiós, y Amílcar con ese inconfundible, por suerte, olor al cubanísimo Warapo, el mismo que trae no solo en su corazón, como acostumbra a decir en sus presentaciones, sino también en su voz.
Además de un fenomenal popurrit, donde aparecen temas de siempre de María Elena Walsh, Tania Castellanos, Teresita Fernández y Gabriela Mistral, completan los 13 tracks de Chiquilín, Marinero quiero ser, de Juan Almeida, con un Israel Rojas más capaz que nunca; Tin Tin la lluvia, de la Fernández, la cual reafirma a Kiki Corona como una de las mejores voces de hoy; Deseos, del propio Kiki, que llama la atención sobre las grandes potencialidades de Amaray Hernández (Manolito Simonet y su Trabuco) como solista; y Canción del espantapájaros, de Olga Navarro, que nos trae a un Waldo Mendoza afinado y melodioso.
En cuanto a los instrumentistas, habría que destacar la labor de Buenaventura Daniel Véliz en el tres y las guitarras acústica y eléctrica; de Reinier Capote González en la trompeta; y de Loidis Taboada en la flauta, así como de Jennifer Almeida en la dirección de la cantoría Estrellita.
Por lo demás, Chiquilín, que se pondrá a la venta durante el concierto del Karl Marx , es un producto sumamente atractivo en su envoltura, gracias al simpático y original diseño gráfico de Ricardo Monnar, a la fotografía de la portada de Tomás Miña y a los dibujos de los niños Sheila y Nelsito. Es este de esos fonogramas con los que los pequeños, no podrán, aunque quieran, entregarse con facilidad al sueño, ni siquiera con el contagioso arrullo de la inolvidable Drume negrita.