Fotograma de El bajío de las bestias Aunque no se trate propiamente de filmes temáticos, en tanto prefieren pasar por densos e inquietos, e incluso hasta por arrogantes en lo que a propuesta visual se refiere, lo cierto es que buena parte de la filmografía latinoamericana actual continúa arriesgándose con anécdotas pequeñas, de corto aliento que a veces dan en el clavo, y otras no.
El bajío de las bestias, del realizador brasileño Cláudio Assis, puede incluirse satisfecha entre las que dan el golpe justo donde se espera. Sin grandes pretensiones conceptuales, más allá de las que alienta todo discurso sobre el sino persistente de la pobreza y su universo caótico, la documentación de unas cuantas vidas miserables halla pasto suficiente en esa comunidad humana recreada por el artista para exponer, sin estridencias, el círculo vicioso en que se debaten los olvidados de la tierra.
A modo de estampa, aunque en realidad bastante cruda, transcurre la existencia de un anciano resabioso que ve en las bondades de su nieta una manera de ganar dinero mediante la prostitución. Galopante y primitivo, el meretricio que allí se practica, le brinda la coartada para escamotear sus bajos instintos y viejos rencores, mientras que a los ojos de todos pasa por un guardián de la moral que invierte sus tardes en embotellar insectos con formol. Tomando por hilo conductor esa trama sucia y descarnada, el director convoca a otros individuos igual de sucios y los desnuda con elocuente uniformidad frente a una cámara aguda y sobria.
Apoyado por actuaciones correctas y por un guión eficazmente estructurado, en el cual sobra, tal vez, ese guiño al poder comunicativo del cine puesto en boca de uno de los personajes, el filme rescata con saludable ironía aquella mirada punzante que hiciera del Cinema Novo un referente mundial. Claro, que lo hace en un tono más discreto, sin alharacas ni ánimos de trascendencia.
Con mano todavía insegura, y por tanto con menos precisión, el mexicano Ernesto Cárdenas asesta el golpe un poco desviado. Con párpados azules, su ópera prima, más bien machuca el clavo. Su película corre la ingrata fortuna de parecer ya vista, cuando en buena lid comenta temas inagotables. Pero no hay nada que hacer: los miedos y complejos de una mujer en extremo insignificante, que gana un viaje de vacaciones y no tiene con quien compartirlo, daba para mucho más que unas pocas situaciones signadas por cierta cacofonía en los parlamentos y ese encuentro fortuito con el hombre de su vida, no porque ella lo soñara, sino por ser una réplica de ella misma.
No obstante, habrá que seguir el quehacer de este director. Es indudable su buen pulso para representar estados de ánimo difíciles. La cinta cobra interés gracias a su ajustado trabajo de dirección y a una notable fotografía que transparenta muy bien la atmósfera y el ritmo que exigía la historia. Es verdad que la fábula de la anciana y sus pajaritos no encuentra mucho respaldo aquí. Su marcado acento infantil desinfla un poco el drama de aquellos dos sujetos invisibles a una ciudad que marcha a otra velocidad y en otra dirección. Pero en fin... Aplausos para su primera vez.