Una de las más grata revelaciones que nos trajo el verano, en cuanto a producciones nacionales, es, a mi juicio, la reorientación dramática del espacio policiaco Tras la huella.
Todo parece indicar que estos nuevos episodios han abandonado la ingenua y un tanto esnobista fórmula de mezclar intriga con tecnología, cuando se sabe que aún estamos muy lejos de igualar, en esos términos, a algunas series extranjeras que tampoco —valga la aclaración— son muy fieles a la realidad. En aquellas, la inserción de aparatosos sistemas de identificación de huellas, cadáveres y otras calamidades son a menudo el resultado de un largo y creativo proceso de especulación que, al menos, no afecta la credibilidad e intensidad de los conflictos. En nuestras seguidoras, lamentablemente, sí pasaba esto.
Ahora bien: los nuevos casos de Tras la huella han vuelto a encarar las situaciones criminales desde un enfoque más tradicional y eso le ha valido una recepción más cálida en el público. Policías, investigadores y forenses son nuevamente un equipo verdaderamente orgánico. Es cierto que recuerda mucho a Día y noche. ¿Y qué? Es preferible. A fin de cuentas no por gusto este ha pasado como un buen recuerdo. Los guionistas esta vez han sabido explotar mejor la naturaleza de los delitos y le han conferido un estimable valor social. No hace tanto de aquellas primeras emisiones en que la trama se limitaba exclusivamente a exponer, de modo didáctico, a los malhechores y luego sus respectivos castigos.
Aunque todavía queda bastante de ese simplismo —¡por favor, se sabe que toda ilegalidad tiene diversas causas! ¡Mostrémoslas sin tapujos!—, es apreciable cómo los «malos» han ganado relieve, y cómo los investigadores —todavía inmaculados, casi perfectos y, por tanto, poco creíbles— se han relajado un poco, se muestran menos ortodoxos en determinados pasajes, lo que es un adelanto. En esto han ayudado mucho Alberto Pujol y Blanca Rosa Blanco, sin duda los dos actores enfrascados más enterados de esta idea. Es preciso que los escritores tengan esto en cuenta y extiendan esas características al resto de los personajes.
Por último me gustaría señalar —con respecto a los guiones, una vez más— la ganancia evidente que significa apostar por el ritmo propio de las secuencias y no por el picotillo. Hay episodios donde la dinámica se ha logrado por medio del conflicto mismo y no gracias —o por desgracia, valdría decir— a un extraviado concepto de edición. El curso de las escenas transcurre con holgura y no forzadamente. Pero ya lo dije: en algunos episodios. También es plausible la variedad de delitos. El del domingo pasado, por ejemplo, demostró que la corrupción empresarial es posible tratarla con inteligencia. Queda mucho por hacer, muchísimo, pero ahora sí el espacio está tras la pista del género. O eso esperamos.