Las muchachas de Emovere, anfitrionas del encuentro, muestran el crecimiento de esta compañía.
No bastó el escenario del teatro para descargar toda esa energía que traían. Más de una agrupación, ya terminado el programa, salió a la calle, arrolló por plazuelas cercanas y enroló a cuanto transeúnte guasón se encontró a su paso. De ese modo, sin exagerar un ápice, acontecieron algunas de las jornadas del encuentro nacional A tiempo con la danza, el cual se desarrolló la pasada semana en Las Tunas, y que desde el 2000 organiza con evidente esfuerzo y profesionalidad el Consejo Provincial de las Artes Escénicas.Su nacimiento tuvo por regla propiciar el intercambio de conocimientos teóricos y prácticos entre diversas compañías de danza del país. Luego vino lo demás: presentaciones en los teatros, clases magistrales, actividades comunitarias... En esta ocasión, relevantes figuras de la talla de Silvina Fabars, Buenaventura Bell Morales, Alfredo Velázquez, entre otros, impartieron talleres y dieron charlas sobre el movimiento danzario cubano y su proyección futura. Consejos populares, centros culturales e instituciones docentes sirvieron de marco para el despliegue del talento allí convocado. En el reparto Buena Vista, por ejemplo, el Conjunto Folclórico Cutumba compartió con sus vecinos una tarde de rumba; la Escuela Vocacional de Arte, por su parte, dio entrada a aquellos interesados en la vida y obra de la destacada coreógrafa Elfriede Mahler, momento aprovechado para el estreno del documental Siempre amanece, un merecido homenaje a su inconmensurable magisterio.
Entretanto, el teatro Tunas volvió a convertirse en el escenario principal de las funciones, tanto de los anfitriones —Emovere y Compañía Folclórica Onilé—, como de los invitados provenientes de otras provincias, quienes ofrecieron su arte por encima de desajustes que poco o nada tuvieron que ver con el comité organizador y sí con el escaso apoyo de otras instancias involucradas con la calidad del evento.
No obstante, los espectáculos contaron con los atributos indispensables para este tipo de convocatoria, cuyo centro es la danza, en todas sus modalidades, y donde los protagonistas lucieron sus potencialidades y dejaron entrever también, por qué no, sus lados más débiles. A fin de cuentas, asistimos a una confrontación productiva; o sea, a un espacio donde se expuso mucho de lo bueno que se está haciendo, y se habló de lo que está por hacer. En lo particular quedé muy impresionado con el rigor sostenido por los holguineros de Codanza —Memoria fragmentada es de lo mejor que se les ha visto en los últimos tiempos—; con el siempre sorprendente Ballet Folclórico de Camagüey, quienes con apenas ocho bailarines y unos cuantos músicos fuera de serie, brindaron un nutrido panorama de nuestros ritmos tradicionales; con la vigorosa entrega de los santiagueros de Cutumba, y con la densidad emotiva lograda por Emovere y Danza Libre, en una función compartida por estas dos compañías la noche del jueves.
Ese programa contó con obras firmadas por reconocidos coreógrafos del patio, donde fue posible constatar el crecimiento de Emovere, sobre todo gracias a las muchachas, así como la incuestionable madurez expresiva de los ejecutantes de Danza Libre. Fue particularmente atendible la labor del joven Vicente Yaunel, primer bailarín de esta última, quien, apoyado brillantemente por sus compañeros de elenco —primero por Edgardo Marzo (Lorca, un último poema), luego por el percusionista Yoennis Osoria (en un fragmento de Sonlar), y más tarde por Osmel Rodríguez (Juegos de guerra)— expuso su encomiable técnica y una irrefutable versatilidad de caracteres que lo ubican ahora mismo como uno de los mejores intérpretes de la danza contemporánea en Cuba.
A tiempo con la danza se consolida como una de las reuniones más importantes de los bailarines cubanos. Esta vez pude considerar con satisfacción lo que ya algunos especialistas me habían comentado: en el oriente de la Isla se está dando un fenómeno muy singular, una forma muy propia de asumir no solo lo tradicional, sino también las variantes más actuales de un arte que nos identifica ante el mundo. Algo se mueve en esa zona a un ritmo vertiginoso. Tiene que ver tal vez con el riesgo, con aquello que caracteriza a los creadores y que tantas críticas les trae: el rechazo rotundo a la inercia.
Sería oportuno cuestionarse seriamente un proyecto de evento como este que, ante emergencias de última hora, supo encontrar las salidas más decorosas y las fuerzas necesarias para mantener la ilusión entre espectadores y artistas. El deseo de bailar y de ver hacerlo que tienen los tuneros, merece un detenimiento. No se me borran de la mente los integrantes del Ballet Folclórico de Camagüey y los de Cutumba, quienes, luego de una larga función, guardaron ánimos para abrirse camino en plena calle y contagiar a todos. Eso conmueve. Y hay que valorarlo.