Miguel Repiso da los últimos toques al mural que junto a caricaturistas cubanos realizó en La Cabaña, sede habanera de la Feria Internacional del Libro. Foto: Roberto Suárez El placer, la atracción desmedida por el humor gráfico comenzó desde su infancia, gracias a revistas llenas de caricaturas. Siendo un pibe, Miguel Repiso (Rep) empezó a garabatear por su cuenta hasta convertirse en la creatividad hecha persona, en un artista antimoldes, pero inteligente, sensible y original. Y de esas cualidades poco comunes se percataron enseguida aquellos que a los 14 años le publicaron su primer dibujo. Desde entonces a la fecha han transcurrido dos décadas en las que ha entregado personajes ya imprescindibles como Gaspar, Auxilio, Lukas y Niño Azul, y ha «martirizado» diariamente, desde Página 12 a aquellos que se resisten a pensar.
«Nunca lo medité demasiado, incluso abandoné la escuela secundaria para seguir dibujando. Me metí de lleno hasta el día de hoy en el humor gráfico. Esa fue la escuela, no hubo ningún tipo de academia. Entré por amor al género que inundó mi infancia».
—¿Algún maestro en particular?
—Fue por capas. Durante mi niñez, las revistas más para chicos, donde aparecían los dibujos de Héctor Torisno (El conventillo), Manuel García Ferré (Hijitus), Dante Quinterno (Patoruzú)... Luego, llegaron las publicaciones mexicanas que invadieron los quioscos, llenas de colores. Y ahí las que más me gustaban, las que conseguía, porque mis padres no me las podían comprar, eran La pequeña Lulú, ese tipo de locura. Es decir, siempre tuve una tendencia por el dibujo grotesco no realista.
«Más avanzado en el tiempo, descubrí a los humoristas adultos: primero, los políticos que aparecían en una revista muy fuerte nombrada Satiricón; y después, Quino (Joaquín Lavado), a quien leí más por las páginas que por Mafalda —los libritos de Mafalda los tuve todos cuando los pude comprar, pero él ya había abandonado el personaje. La inteligencia de Quino me abrió las puertas a un humor europeo, que es el que más me ha prendado: los dibujantes franceses, algunos españoles, algunos italianos..., pero muy pocas veces los yanquis. Esa escuela la aproveché, no en lo intelectual, sino en lo técnico, con ella pude aprender cómo situar un dibujo en un cuadrito, mas no me interesó tanto la idiosincrasia o la sensualidad.
«Supongo que por eso nos parecemos tanto los humoristas argentinos y cubanos, porque me parece que nuestra escuela ha sido europea, de los países del Este, y por el lado occidental por medio de dibujantes que venían de la mano de argentinos que sentaron cátedra: Quino, Oski (Oscar Conti) para los dibujantes; y Alberto Breccia, en el lado de la historieta. Soy hijo de los tres, pero una vez que los estudié, que los consumí, pasé a otros maestros que no tienen que ver con el humor gráfico: la literatura, de la plástica en general, del cine, otras disciplinas que no son el dibujo».
—Presiona demasiado un espacio fijo y diario en Página 12?
—La gente teme en cuanto a que uno lleva casi 20 años en el diario. Mi primer dibujo publicado fue justamente en el número de estreno, es decir, que soy de la generación de fundadores. Sin embargo, me siento consustanciado, aunque trabajo mucho. A veces pienso que Página 12 es mi House organ, sin embargo, no me he quedado solo en esta publicación —no quiero que me asilen como el dibujante de Página 12—, que me ha permitido el diarismo y la experimentación pura, lo que agradezco, sino que cometo mis pequeñas traiciones o mis grandes libertades al hacer murales, exponer todo lo que pueda, ofrecer charlas, conferencias y, sobre todo, hacer libros.
«Si vos me preguntas hoy: ¿Con qué plantarías el trabajo de Página 12, una vez cumplidos los 20 años en mayo?, respondo: De acá a que me muera, exposiciones y libros, murales y libros. Ya no estoy sediento ni mal acostumbrado a tener un diálogo permanente con los lectores. Lo importante es enderezar mi labor, trabajarme como autor en lugar de ser funcional a los medios. El medio que me llama tiene claro que no convoca a un dibujante cualquiera para llenar un huequito; quien contrata a Miguel, conoce con qué buey va a arar: que necesito libertad, que poseo una ideología brava. Por esa razón muchos no me convidan. Pero son elecciones que hay que cubrir. La ideología, la estética, el pensamiento, todo eso se traduce en el penúltimo recurso que es la mirada con humor, digamos, pero si yo tuviera que definirme hoy en el lecho de muerte, les diría: Amigos, he sido dibujante».
—Hablando de murales, en el ubicado en la Feria Internacional del Libro, tu firma aparece junto al dibujo dedicado a los Cinco...
—Bueno, cada vez que vengo a Cuba, me preocupo por conocer qué sucede. Y he sabido de los Cinco. He investigado, he leído poesía, he visto la obra de los caricaturistas y, por supuesto, es una injusticia tremenda. Estoy consciente de que hay que luchar por su libertad. Ellos no son terroristas. Los yanquis inventan cualquier cosa, más ahora que estamos en el peor momento del imperio, con un fascista a la cabeza, en que se están cayendo a pedazos. Y van a agarrar a mano cualquier anécdota para seguir avanzando desesperadamente sin importarles el precio. Entonces, que la lucha cultural sirva para que queden libres. Ellos y todo lo que viene detrás. Ellos son lo urgente, pero las urgencias continúan, y no solo en Cuba. Mi país está hecho pelotas, lo que pasa es que no tenemos casos tan claros como ustedes, que tienen un mapa claro, un bloqueo claro. Son muy claros ustedes. En mi país todo es más diluido, todo está mezclado, es un país muy interesante pero con muchas desigualdades, muy injusto a pesar de poseer todos los recursos que quieras, pero arruinados por la clase dirigente y la falta de educación.
—¿Siente añoranza por la infancia?
—Me interesa mucho la recuperación de la infancia, en cuanto al lugar misterioso que nadie ha cuidado, que uno no ha tenido las armas para cuidar, ya sea los recuerdos, ya sea el momento de la soledad en que descubres las cosas por primera vez. Me interesa para la descontaminación de lo cultural —la cultura es una hermosa palabra, pero significa un montón de cosas como si fuera una ensalada innecesaria. ¿Quiénes somos en la esencia? Los niños hemos sido en la esencia. Ahora, lo interesante es la recuperación del adulto a partir de las cosas esenciales que se eran de niño, de los primeros asombros. Escarbar ahí. Realmente quisiera recuperar la infancia con el conocimiento de adulto, volver a dibujar como alguna vez dibujé y ya lo olvidé, porque ahí estaba todo. Está muy mal matar al niño o adormecerlo. Hay que estimularlo haciéndolo vivir. Uno se conecta realmente con las cosas cuando vuelve a ser niño.
«Yo no viví la adolescencia. Utilicé como una especie de jabalina entre la infancia y la adultez. Y es que me quedé solo en plena dictadura, y tuve que trabajar y buscarme el pan, dejar de pensar en la evasión de irme a bailar o buscarme una novia. Y lo cierto es que me he sentido cómodo con esa especie de vejez. La infancia y la vejez son como los dos extremos de la vida, las edades a las que más se les teme: una, porque te dicen de todo; y la otra, porque hay que cuidarla pues se está terminando, sin embargo, son las más libres». Recuerdo ahora a Sócrates cuando se descubre viejo y dice: «Oh, no tengo más deseos, soy libre». Mientras hay deseos orgánicos —que son tan maravillosos y te la pasas bomba—, la angustia es perenne y no hay libertad».
—¿Qué importancia le concede Rep al humor gráfico?
Woody Allen. —Le agradezco mucho, siento que es mi barrio de la infancia. Mira, quienes dibujamos con solo mirarnos entendemos muchas cosas, como si conformáramos una amistad planetaria. Mencionas un par de nombres propios y sabemos de qué estamos hablando. Es un idioma universal. Somos un clan, una trup que se aúna por deseos comunes, y caprichos, y que va mutando según el país y las circunstancias en que vivimos. En cuanto a mi sed de humor gráfico, ya te decía que no estoy ansioso por ver las novedades.
«Hoy busco en el contenido y no en la imagen. Aquel slogan de De la imaginación al poder, no ha llegado. Lo que ha llegado es la muy peligrosa imagen al poder. Tenemos que estar vigilantes, porque es un enemigo. Uno no puede hacer cualquier tipo de imagen que le sirva al poder, sino tener un pensamiento propio, de modo que esta lleve un contenido honesto, que la gente sepa la ideología de su autor, y que no le están contrabandeando. Esa es la ideología: ser claro, aunque se usen metáforas, disfraces, aunque dibujes delirante. La misma manera de ponerte frente al dibujo es una postura ante la vida. La libertad es una ideología».
—¿Cómo ves el presente y futuro del humor gráfico?
—El dibujo y el humor gráfico en el mundo están en crisis, como una respuesta a no entender lo que pasa con la inundación de imágenes, que nos llegan de la fotografía, del cine, del photoshop, de todo el armado que hay, sobre todo la publicidad. La imagen está manipulada por el poder, y nosotros deberíamos resistirnos a eso, si queremos volver a tener un poquito de fortaleza. En otro tiempo, se reaccionaba ante los lenguajes conservadores, pensábamos que había que matar a lo viejo, pues bueno, ahora hay que rescatar a los viejos que sean honestos y trabajar sobre nosotros y los jóvenes para que también lo seamos, porque no nos olvidemos: el humor gráfico entra por el ojo y sigue por la lectura y la cabeza. Es decir, que hay que estar muy atentos, porque hoy los diarios y las revistas son más de imágenes que de palabras. ¿Y eso por qué pasa? Porque la gente no quiere leer tanto y quiere que le den todo consumido. Entonces, los humoristas gráficos tenemos que irnos acostumbrando a no ser tan masivos y más experimentales, conformarnos con menos lectores, con tirajes casi de libros de poesía. No creo que sea la época de los Simpsons, de Matojo o de Condorito, en que quedas bien con todos. Yo prefiero el autor. No me gustan la popularidad y la masividad. Quiero ser muy fuerte con mi tribu, y para expandirme, encontrarme con ella en Cuba, en España, Argentina..., y no ser masivo a la manera de Garfield. Que todos te quieran no es honesto.
A veces al humorista gráfico le interesa muchísimo eso: hacer un dibujo agradable, un mensaje que no moleste a nadie. Y el humor gráfico no es para eso. Yo no tengo tarjetas, de esas que dicen abogado o médico, pero si tuviera que entregar alguna escribiría: «Miguel Repiso (Rep), nacido para molestar».