Momento de la obra K2OS, de Osneldo Delgado. Foto: Nancy Reyes
Junto a valiosas reposiciones, Danza Contemporánea de Cuba, dirigida por Miguel Iglesias, ofreció los dos últimos fines de semana un programa de estrenos muy aconsejable para comprender la evolución de la coreografía joven en la Isla. Carmen, El dorado y Cara o cruz, volvieron a la escena del Gran Teatro de La Habana, para dar paso a nuevos títulos que hablan muy bien del repertorio que actualmente exhibe el conjunto.Entre las nuevas se disfrutó mucho de K2OS, de Osneldo Delgado, con las interpretaciones de Edson Cabrera Veitía y del propio autor. Tomando por base el célebre tópico donde los objetos revelan la naturaleza alienada y dependiente de los sujetos, Osneldo propuso una mirada austera y bien enfocada sobre la convivencia rutinaria y demencial entre un hombre y su maleta, en la cual este último elemento emerge a manera de símbolo del caos interior de su portador. Es justo señalar, que aunque la idea mantiene un rumbo algo monótono, la creatividad de Osneldo para resolver el conflicto, a través de figuraciones muy evocativas, se hace patente de principio a fin.
George Céspedes, por su parte, presentó dos piezas con desigual resultado: Uno y La separación. La primera, a mi juicio la más lograda, impresiona por la corrección del montaje, la sugerente literalidad de los movimientos y sobre todo por esa vocación del coreógrafo para abordar temas de gran complejidad filosófica, en los cuales el Hombre ocupa el centro de sus análisis.
Valiéndose probablemente de la ascendencia mística de los números, en tanto sistemas de significación a la usanza de las culturas arcaicas —donde las cifras se relacionan con fenómenos concretos y no han sufrido aún violentos procesos de desemantización—, el creador de La ecuación confiere valores metafísicos a dichas estructuras del pensamiento abstracto. Luego de una breve indagación en los conceptos que ofrece el Diccionario de imágenes, símbolos y términos mitológicos, editado por Rinaldo Acosta y Desiderio Navarro, fue posible para este redactor hallar claves para un entendimiento más lógico.
Cito a los autores: «(en las culturas más antiguas) todavía el número es una imagen del mundo, y un medio para su reconstitución periódica en el esquema cíclico de desarrollo para superar las tendencias caóticas destructivas». Y más adelante, a propósito del número uno: «Designa no tanto el primer elemento de una serie en el sentido contemporáneo, cuanto más bien la totalidad, la unidad»; o sea, el cosmos.
Lo novedoso a mi modo de ver reside en cómo Céspedes vincula esa totalidad con la figura del hombre mecanizado, del robot, si tenemos en cuenta el carácter de la música y el esquema gestual. No obstante, se hace difícil llegar a una conclusión segura sobre el mensaje último que esgrime el coreógrafo: ¿oda a la sociedad tecnológica? ¿Himno al papel del individuo en ese tejido? ¿Denuncia? Permítanme abrigarlas todas, pues el aliento reflexivo que alcanzan ciertos momentos, en los cuales la actitud contemplativa sugiere un regreso a los orígenes, parece reflejo de toda la pieza.
Ahora bien, si toda esa hondura moral que rodea la poética de Céspedes bastara, su segunda propuesta, La separación, podría considerarse otra joya suya. Pero sucede, que más allá del serio trabajo de introspección y dominio escénico mostrado por su intérprete, Miguel Altunaga, y de la exquisita atmósfera que consigue, la obra se resiente por su tiempo de exposición. Llegan a fatigar los continuos desplazamientos del protagonista con su banquito, y la sorpresa, a la larga, no surte el efecto deseado. Pero es preciso apuntar nuevamente que en términos de concepto, La separación posee toda el aura que requiere el tratamiento de la intimidación y su final más trágico: la muerte.
Un problema similar, por otra parte, subyace en La lluvia cae por el viento, firmado por Julio César Iglesias, en colaboración con los bailarines. Quien vio Restaurante El Paso, seguramente encontrará analogías en esta pieza, menos agresiva pero igual de provocadora, que no obstante su innegable inspiración, muestra cierto amaneramiento y exuberancia temática. Si bien los contenidos abordados —hombre lobo del hombre, manipulación de los sentimientos, enfrentamiento a nuestras fobias, convivencia hipócrita, entre otros— establecen un diálogo eficaz entre sí, me parecen excesivos en tanto restan síntesis a una obra que requiere de toda esa densidad lingüística extendida.
Desde el punto de vista coreográfico, La lluvia cae por el viento hace gala de una inteligente reiteración en los movimientos, muy personalizada y que refuerza uno de los argumentos posibles: Rebeldía vs. Automatismo. Partiendo de personajes semejantes a aquellos de Restaurante El Paso, Julio César se propone —y en ese sentido lo logra— otro sondeo escatológico a lo que él bien podría definir como inmovilismo pernicioso de la condición humana.
Su visión cruda de la realidad conmina a una suerte de terapia de choque, de la cual nos hace partícipes indirectos, aunque susceptibles. Para esto se apoya de un diseño sonoro calculado, de interpretaciones ajustadas —donde destacan Diana Cabrera y Alena León—, y de un despliegue audiovisual bien pensado, donde la avenencia de estilos —collage, expresionismo...— ilustran con certeza el grito que lanzan los autores.
Y así marchan las cosas. Los muchachos de Danza Contemporánea de Cuba siguen marcando la diferencia, en cuanto a modos de expresión y contenidos excitantes. Ya lo escribí una vez, y ahora lo repito: hay que seguirlos de cerca.