Hace unos días la Televisión cubana nos trajo de vuelta a un cineasta honorable: Zhang Yimou. El filme: Héroe. Considerado uno de los maestros del cine chino actual, y venerado en medio mundo —principalmente en los festivales europeos—, Yimou inició su vínculo directo con las cámaras a principio de los años 80, junto a otros grandes de la llamada Quinta Generación como Chen Kaige (Adiós a mi concubina), para quien laboró como fotógrafo en sus primeros trabajos.
Maestro soberbio del retrato histórico de la China milenaria —Sorgo rojo, La linterna roja—, Yimou siempre soñó con realizar una película de artes marciales. Para ello no quería adaptar ningún libro en particular; estaba dispuesto a inventar uno que, para no variar mucho, estaría enmarcado en un punto específico de la rica historia del gigante asiático.
Luego de tres años de intensa escritura, salió la anécdota que cuenta Héroe: transcurría el siglo III a.n.e. y lo que más tarde sería una gran imperio, estaba dividido en siete reinos —este período se conoce como el de «la Guerra de los Estados»—, los cuales pretendían, por separado, el dominio absoluto. Era una época brutal donde las sangrientas batallas estaban a la orden del día; sin embargo, también fue la etapa del afianzamiento del feudalismo como sistema socioeconómico, así como del desarrollo de la literatura y el pensamiento: el confucionismo, el taoísmo y el legalismo se enraizaron profundamente.
El rey de Qin —uno de los reinos— pasó a los libros como el más despiadado y ambicioso de todos. La cinta de Yimou se centra en tres guerreros errantes, muy típicos en esos tiempos según los estudiosos, quienes prestaban sus artes de la guerra al estado que lo solicitara. También se recrea las intenciones de un asesino, de los muchos que provenían de toda China para liquidar al rey de Qin, y es a partir de su encuentro con el soberano que arranca la fábula mediante largos flash back, donde se narra el aniquilamiento de aquellos tres por causa de intereses y pasiones contrapuestas.
El director dijo en una ocasión: «En mi historia, el objetivo es acabar con la violencia. Los personajes están motivados por su deseo de que la guerra terminase. Para los auténticos héroes de la artes marciales el corazón es mucho más importante que la espada». Con estas palabras, Yimou dejó por sentado lo que ya me atrevía a señalar en un artículo anterior, cuando se estrenó en Cuba su segundo largometraje de este tipo —La casa de las dagas voladoras—: para este realizador, el cine de género se torna mero pretexto; lo que él busca, sobrepasa las espectaculares trifulcas, para «reposar» en la turbulencia de los sentimientos.
Y claro que el género también sale ganando... ¿Quién niega que la estilización de las batallas que filma, o la aparente parsimonia que conocen los conflictos desplegados, no renuevan el camino trillado por las patadas en el aire —muchas veces vacuas— de sus antecesores? Ang Lee había adelantado bastante en ese sentido con su hermosa pero aburrida Tigre y Dragón. Héroe, aunque tampoco escapó de ese defecto, aminoró sus consecuencias con un mensaje más contundente —en una guerra, generalmente, quien define al héroe son los vencedores—, y dotó a la violencia física de densidad filosófica.
De ahí la importancia de la ambientación y la dirección de arte, que incluye al vestuario, los objetos y la paleta fotográfica... De ahí el rigor de las coreografías, apoyadas por los efectos especiales, que regalan movimientos inverosímiles, casi hiperreales para dibujar las emociones. Cada plano de este tipo está avalado por los sentimientos que experimentan los implicados —celos, odio, amor, lealtad, honor...—. Basta con recordar ese duelo entre las dos mujeres en un campo de hojas amarillas, y cómo la figura del remolino grafica la tensión entre ambas. Y es que en Héroe todo baila: los cuerpos, los cabellos, las catanas, las sedas, la vegetación... Teatralidad sin reservas para enfatizar el aliento místico que descubre Yimou en las artes marciales.
A mi juicio, La casa de las dagas voladoras es mejor película que Héroe —tal vez porque me emociona más. No obstante, no dejo de admirar ese gusto de Yimou por escarbar en la belleza. Eso es lo que él persigue y siempre lo atrapa.