La acción de descarrilamiento, asalto y toma del Tren Blindado de la tiranía batistiana por las tropas rebeldes fue uno de los hechos más relevantes de nuestra gesta libertaria. Autor: Centro de Estudios Che Guevara Publicado: 28/12/2023 | 08:01 pm
SANTA CLARA, Villa Clara.— Fidel definió como maravillosa e increíble hazaña la batalla de Santa Clara con la participación del pueblo, en que prácticamente un puñado de combatientes se enfrentaron a miles de soldados de la tiranía.
Años después, el 30 de septiembre de 1996, en un acto en la plaza del Che en que los villaclareños lo recibieron con el brío y la admiración, como si hubiese sido el primer encuentro con él, volvió a reiterar la grandeza de ese acontecimiento. Aquello había sido producto de la estrategia del jefe de la Columna 8 Ciro Redondo que luego de lograr la unidad de las fuerzas revolucionarias en el Escambray desató una ofensiva que abarcó desde el 15 de diciembre hasta el 1ro. de enero, caracterizada por acciones continuas emprendidas por los rebeldes con combate de posiciones, sin perder la movilidad y creatividad de la guerrilla. Luego de la toma de Fomento la ofensiva se extendió desde la Carretera Central hasta zonas de Sancti Spíritus, y por el norte Caibarién, Remedios, Camajuaní...
Como resultado, aproximadamente en 12 días las tropas de la tiranía perdieron en los enfrentamientos más de 40 posiciones situadas en 17 poblados, entre cuarteles y puestos de la Guardia Rural, Policía y la Marina. El Ejército Rebelde capturó unos 800 prisioneros.
De esa forma, el Che creó un anillo alrededor de la capital provincial que impedía la llegada de refuerzos. Por la vía a Manicaragua era imposible, porque el Escambray estaba dominado por rebeldes. Desde la Carretera Central tampoco, pues Placetas había sido liberada e interrumpido el tráfico de vehículos con la destrucción del Puente de Falcón; y la tropa de Víctor Bordón operaba en la zona de Santo Domingo.
El enclave militar de Santa Clara era uno de los más importantes del país. Las tropas de la tiranía las componían más de 3 000 soldados, diez tanques y 12 tanquetas T-17, y un efectivo apoyo de aviones modelos B-26, F-47, T-33 y Seafury, con base en el campamento militar de Columbia y en Camagüey. El mando militar estaba a cargo del coronel Joaquín Casillas Lumpuy, el asesino del líder azucarero Jesús Menéndez, quien para resistir optó por concentrar los efectivos en los cuarteles y otras posiciones.
El Comandante Ernesto Che Guevara, de manera magistral, aprovechó esta táctica equivocada de aislar unas fuerzas de otras y de no defender los accesos a la ciudad, para desencadenar una insurrección popular. En la madrugada del 28 de diciembre de 1958 llegaron los rebeldes a la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas, a unos diez kilómetros del corazón de la ciudad, y en pocas horas, la urbe surgía ante sus ojos en medio de la bruma mañanera.
A partir de ese momento los acontecimientos se desarrollaron vertiginosamente. En la ciudad se escuchó, desde la carretera de Camajuaní, el tronar de los disparos que anunciaron el inicio de las hostilidades. La toma del Tren Blindado fue decisiva para el ulterior desenlace bélico, porque les proporcionó armas a los rebeldes, que eran unos 400 y contaban solo con viejos modelos de rifles de infantería, algunas ametralladoras pesadas con escaso parque y carecían de artillería.
El día 29 el capitán Ramón Pardo Guerra (Guile), de la Columna 8 Ciro Redondo, comandó la operación de toma del convoy militar. El enfrentamiento tuvo lugar luego de que fue descarrilado el tren, debido al levantamiento de un tramo de la vía férrea.
Uno de los sitios donde más intensamente hubo combates resultó el cuartel del Escuadrón 31 de la Guardia Rural. La misión de tomar este reducto batistiano, que contaba con cerca de 250 soldados, dos tanques e igual cantidad de tanquetas, correspondió a los hombres del Directorio Revolucionario, al mando del capitán Raúl Nieves Mestre.
El combate se inició el día 28, y en la mañana del 31 el cuartel estaba completamente rodeado. Fueron cuatro días de enfrentamientos permanentes, en los que fue necesario evitar la entrada de refuerzos y abastecimientos.
Otro escenario de los combates fue el Gobierno Provincial, actual Biblioteca Martí. Allí se atrincheraron 30 soldados que fueron desalojados por las tropas al mando del capitán Alfonso Zayas, mientras en el Gran Hotel, ahora Santa Clara Libre, alrededor de 12 hombres del Servicio de Inteligencia Militar del Ejército de la tiranía fueron derrotados por el pelotón dirigido por el teniente Alberto Fernández Montes de Oca.
El capitán Rogelio Acevedo, con una treintena de hombres, redujo la resistencia de la cárcel, el día 30, y la del Palacio de Justicia el día 1ro. Perdidas todas las posiciones de la ciudad, quedaba solo el Regimiento Leoncio Vidal, la tercera fortaleza del país, que definitivamente se rindió el día 1ro.
El jefe del enclave, coronel Casillas Lumpuy, comunicó a Batista, a las diez de la noche del día 31, que la batalla de Santa Clara estaba perdida. En las horas posteriores abandonó el regimiento para tratar de escapar, pero lo capturaron en la zona de Santo Domingo. Luego resultó muerto en el Regimiento, cuando intentó huir.
El Vaquerito, símbolo de bravura de los rebeldes
Esta historia de bravura que tejió Roberto Rodríguez Fernández comenzó el 25 de abril de 1958, cuando llegó a la Sierra Maestra con apenas 22 años de edad, luego de irse por su cuenta en busca de los barbudos para involucrarse en la aventura de hacer una Revolución. Le bastaba con saber que ellos querían acabar con aquella situación que asfixiaba.
Atrás había quedado su andar de buscavida que le permitió conocer muy bien las penurias que trataba de amortiguar como estibador, repartidor de leche, ayudante de tipógrafo, en fin, en lo que apareciera, y en una ocasión los esbirros de Batista le propinaron una paliza por su oposición a la dictadura.
Celia Sánchez contó que lo vio por primera vez cuando llegó a la Sierra Maestra, desarmado y extenuado. «Andaba sin zapatos y con una camisa a cuadros. El calzado que existía en aquel momento eran unas boticas mexicanas grabadas en blanco que yo tenía. Se las entregué y le quedaron ajustadas, y a partir de ahí lo llamaríamos Vaquerito, por la camisa a cuadros y las boticas mexicanas y porque lo parecía realmente».
Después, el bisoño rebelde sostuvo una entrevista con el Che, que se percató que era un soñador, y a seguidas con Fidel, quien no lo quería aceptar porque venía desarmado, pues el Movimiento 26 de Julio tenía órdenes bien precisas de no enviar a nadie sin armas. En el momento que llega él a la Sierra la gran necesidad del Ejército Rebelde se llamaba armamento. De ahí la orden de no recibir a un combatiente desarmado.
Fue entonces, precisan testimonios, que Roberto le expresó que no lo había mandado nadie y que fue por su voluntad, y le contó el trabajo que pasó durante más de un mes para llegar.
En ese instante llegó Celia e intercedió a su favor. A Fidel le causó admiración y gracia oírlo hablar con tanto apasionamiento y decidió aceptarlo en la Columna 1, comandada por él, en la que realizó misiones de mensajero.
Así comenzó a forjarse la historia del Vaquerito, que después solicitó participar en la invasión, y pasó a la Columna número 8 Ciro Redondo, al mando del Comandante Ernesto Che Guevara, que tenía la misión de llegar hasta Las Villas.
Él le propuso al Che crear un pelotón para atacar los lugares más arriesgados, a lo que respondió el jefe de la columna rebelde: tú lo que quieres es un pelotón de suicidas, y aceptó la propuesta. En los combates durante la ofensiva destacó en la toma de Cabaiguán, Fomento, Placetas, Remedios…
Todavía hoy Roberto Eng Naranjo se estremece cuando recuerda la caída del capitán Roberto Rodríguez, jefe del pelotón suicida. Hace unos años contó a este diario que «el día 28 entramos a Santa Clara y, al llegar la noche, él divide la tropa en dos partes para avanzar hacia la estación de Policía.
«Por la tarde del día 30 llegó la noticia de que lo habían herido, cuando se encontraba a unos 50 metros de la Jefatura de Policía, peleando parado desde el techo de una casa». Fue así como una bala enemiga atravesó la cabeza de El Vaquerito. Tenía 23 años. El Che al conocer la noticia exclamó afligido: «Me han matado a cien hombres». Y de esa forma también retrató la estirpe de bravura y coraje del Ejército Rebelde.