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¿Quién certifica «lo natural»?

Comercializar un producto requiere el cumplimiento de normas específicas y legislaciones que certifiquen su calidad, lo cual es responsabilidad del productor y necesariamente de las instituciones que supervisen esa actividad. Ausencias y no-exigencias en el ámbito de la cosmética natural en el país deben ser erradicadas

 

Autores:

Ana María Domínguez Cruz
Rosmery Pineda Mirabal

 

Tal pareciese que es cosa simple combinar texturas, fragancias y propiedades de la naturaleza, pero es un trabajo milimétrico que además de tiempo requiere muchísima disciplina. Bien lo sabe Aliuska Fábregas González, una emprendedora cubana que se ha aventurado en los últimos años en la cosmética natural.

Ella, especialista en Medicina General Integral y máster en Medicina Natural Tradicional y Bioenergética, ha mezclado recetas de su familia con sus estudios y competencias en el ámbito laboral para diseñar una línea de productos que hoy se conoce con el nombre Alif Cosmética Natural.

La mayoría de sus fórmulas vienen desde la etapa de la colonia, específicamente como parte de la vida cotidiana de su tatarabuela Caya Borrero, quien vivía en la Sierra Maestra y no bajó a la ciudad hasta que los mambises entraron en Santiago de Cuba.

Según cuenta la nieta, Caya trabajó curando heridos en los hospitales de sangre y, a falta de medicamentos, encontró en las plantas del monte la solución a diversos problemas de salud. Algunas de esas fórmulas que todavía persisten en la familia son las del jabón antiescabiosis, el de manzanilla y un agua para lavado íntimo femenino.

«Estos conocimientos han recorrido diversas generaciones familiares. En Santiago de Cuba era famoso uno de sus hijos, Juan Borrero, quien se dedicaba a torcer tabaco y tenía una pequeña consulta donde ayudaba a las personas con sus remedios espirituales y botánicos. Una de mis abuelas vino de Europa y de ella heredamos sus recetas de sales para pies cansados, el agua de rosas y los tónicos faciales», agrega.

Otras fórmulas han surgido después, durante los duros años 90, entre ella y su otra abuela, Rosa América Borrero. Hoy es evidente ese legado que, además, parece no ceder a un final, pues su hija mayor, Claudia, ya despunta en este mismo camino.

Alif Cosmética Natural es hoy un emprendimiento familiar que permite elaborar y vender, además de las sales podales y los jabones, cremas a partir de cera de abejas y aceites que ayudan y protegen la piel.

«Nuestro sello se caracteriza por el uso de los productos del panal: la miel, el propóleo y la jalea; y también el empleo de la salvia para depurar y desinflamar algunas partes del cuerpo, principalmente el rostro. Trabajamos también con la sal marina, y poco a poco algo aportaré a la tradición de mi familia, superándome constantemente», asevera.

Aliuska aspira a no ser solo una trabajadora por cuenta propia, sino una mipyme, y unir a otras mujeres a su alrededor, luego de propiciar su capacitación.

Sin embargo, no todas las historias de emprendimientos en el país dedicadas a la cosmética natural transitan caminos similares. Algunas optaron por esta vía atraídas por las ganancias económicas, pero no dominan todo el conocimiento para ello y, en esos casos, los consumidores son quienes se llevan a casa un producto que, tal vez, no cumple con todos los requisitos.

En torno al debate

¿Cosmética natural? Ante todo, la Doctora en Ciencias Patricia Pérez Ramos, presidenta de la Sociedad Cubana de Ciencias Cosméticas y profesora titular del Instituto de Farmacia y Alimentos de la Universidad de La Habana, aclaró los conceptos durante el panel La cosmética natural en Cuba hoy: retos y oportunidades, como parte del programa del 11no. Encuentro Internacional de Meditación de La Habana, celebrado del 29 de marzo al 2 de abril último.

«Frecuentemente las personas hablan de cosmética artesanal como natural, y no es el caso. Ello solo se refiere al proceso de elaboración del producto, fabricado por máquinas y a través de un proceso continuo, o hecho a mano y en pequeñas cantidades.

El país debe apostar por la certificación y regulación específica para la elaboración y comercialización de cosméticos naturales artesanales, asegura la Doctora en Ciencias, Patricia Pérez Ramos. Foto: Cortesía de la entrevistada

«Que sea natural implica que está fabricado a base de sustancias de origen natural u orgánico en un 95 por ciento, manteniendo el respeto por el medio ambiente y la posible utilización de ingredientes de origen animal. El envase también debe ser amigable con el entorno, o sea, biodegradable o reutilizable.

«Es una manera de confeccionar cosméticos nada nueva, pero ciertamente durante la pandemia afloraron emprendimientos para ello, personas que desearon sumarse a los que ya existían dedicados a esa actividad. Algunos descienden de negocios familiares con amplia experiencia en ese campo, otros se capacitaron y muchos ni lo uno ni lo otro: etiquetan como natural un producto que no lo es del todo.

«Entonces, los consumidores se sienten atraídos por los envases y el ambiente del lugar donde se expende, y tampoco saben si son adecuados o no. Ahí emerge uno de los problemas. Recordemos que natural no es sinónimo de inocuo; todo debe estudiarse y luego cada producto debe registrarse y certificarse. La salud depende de ello», detalla.

En una investigación de la Universidad de Belgrano, de Buenos Aires, Argentina, se emitió en 2012 una propuesta de modelo de norma para certificar o acreditar productos cosméticos naturales, con contenido orgánico y orgánicos sustentables, donde se expresan algunos de los inconvenientes de esa cosmética que bien pudieran coincidir con las principales problemáticas ubicadas hoy en el centro del debate sobre la garantía de efectividad e inocuidad de estos productos, que se crean y comercializan en nuestro país.

Entre ellos resaltan «la implementación del marketing ético, los problemas técnicos y de formulación, la diversidad de eco-sellos, y la incompatibilidad entre las normas existentes, que generan desconcierto y confusión, no solo al consumidor sino también al productor», explica la experta.

Una vez identificadas las normas, en dicho artículo se esclarecen las ventajas de la certificación de un producto, acción que fortalece su prestigio al proporcionar a los consumidores garantías respecto al origen, método de procesamiento, identificación, rastreabilidad y credibilidad mediante controles por terceras partes.

Certificar: camino difícil

Respecto al tema, Pérez Ramos asevera que a nivel mundial es complejo certificar un producto natural, porque las entidades regulatorias internacionales refrendan todo el proceso de elaboración y se incluye además el envase, las condiciones de almacenamiento y el manejo de ese producto.

«En el caso de Cuba, los cosméticos son evaluados por el Centro de Investigaciones Biológicas del Instituto de Farmacia y Alimentos para comprobar su nivel de seguridad, y luego deben ser aprobados por el Instituto Nacional de Higiene, Epidemiología y Microbiología (Inhem), adscrito al Ministerio de Salud Pública, el cual emite el Registro Sanitario del Producto de manera general.

«Pero en lo referido a los cosméticos naturales, en el país no existe un centro que los certifique, ni se cuenta con una regulación específica para la elaboración y comercialización de cosméticos naturales artesanales», explica.

El profesor de la Universidad de La Habana, Julián Rey Hernández, insistió en su intervención como panelista que todo productor y comercializador debe estudiar y adecuar sus proyectos a las normativas existentes. Además, «deben cumplirse regulaciones en etiqueta para evitar la desinformación o el engaño al consumidor, porque de lo contrario, existe una implicación jurídica a tenor de nuestra Constitución».

Lamenta la investigadora Pérez Ramos que no todos los emprendedores de esta rama contacten con especialistas para conocer los requisitos de diseño y desarrollo de este tipo de cosméticos, la calidad de las materias primas a emplear o las normas de eficacia y seguridad. Solo se les exige poseer una licencia sanitaria del lugar donde va a desarrollar la actividad, y no es tampoco primordial que sus productos estén registrados en el Inhem.

«Desde 2016 hemos presentado informes demandando la arista legislativa, de la que carecemos. Hemos impartido cursos para interesados en emprender en estas actividades y pocos han asistido. Es necesario que se comprenda la responsabilidad que adquirimos si expendemos un producto elaborado por nosotros mismos sin cumplir los requerimientos básicos».

«Sin embargo, no solo pesa sobre los hombros de quienes se dedican a esta actividad el deber de capacitarse. El Estado debe tomar cartas en el asunto para poner en vigor las regulaciones necesarias».

No se trata de cerrar la puerta a estas actividades, porque desde el punto de vista económico tienen un valor y además cumplen una función social, ya que tampoco es común hallar en el mercado este tipo de productos, reconoce.

Pero urge emitir regulaciones, e incitar a ser cada vez mejores en lo que se propongan hacer. Si alguno de esos emprendedores deseara comercializar sus productos en el exterior, no podría hacerlo sin una certificación con valor internacional, así que están limitados para su crecimiento profesional y económico.

«Tres elementos son imprescindibles y dos de ellos existen: el interés de los emprendedores y el interés del sector académico por acompañarlos desde el conocimiento en su actividad. Resta la responsabilidad de ellos mismos y del Estado por garantizar que lo ofrecido proporcione los beneficios que promueve», precisó.

Pérez Ramos apuntó que en este empeño pueden contribuir desde el ámbito académico las facultades de Biología, las de Comunicación y el Instituto Superior de Diseño, así como la Sociedad Cubana de Botánica. Además, empresas y organizaciones como Suchel Fragancias, la Cámara de Comercio, el Ministerio del Comercio Exterior y la Inversión Extranjera, el Centro de Intercambio y Referencia-Iniciativa Comunitaria, entre otros, pueden jugar un importante papel.

María Carla Figuerola, fundadora del proyecto Eco Rizos y también integrante del panel, hizo referencia a los primeros pasos dados en pos de lograr una conciencia gremial entre las personas dedicadas a esta actividad. «Sería muy bueno crear alianzas también con centros científicos y otras entidades, pero obviamente habría que centralizar la actividad. De eso se trata».

De la experiencia al diálogo

En diciembre último se desarrolló en La Habana el primer encuentro de cosmética natural-artesanal como parte de una iniciativa de los proyectos Eco Rizos y Armonía-Buenas Vibras, en colaboración con la fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre, la Embajada del Tercer Paraíso y el proyecto La Mina.

Desde un inicio, el espacio fue concebido como un punto de convergencia teórico-práctico y comercial entre emprendimientos, proyectos de desarrollo local, instituciones administrativas y otros actores vinculados al movimiento de la cosmética en Cuba.

En el 1er. encuentro de cosmética natural-artesanal se abogó por lograr una conciencia gremial de quienes se dedican a esta actividad. Foto: Olivia Perera

Durante uno de sus talleres, que llevó por nombre Avances y desafíos para el reconocimiento del movimiento de productoras de cosmética natural-artesanal, Tatiana Kurilova, tecnóloga de la Empresa Suchel, destacó que cada producto diseñado debe asegurar su calidad, seguridad y limpieza. Y también dijo: «La industria ha estandarizado normas para que todo producto entre al mercado con los contratos que aseguran lo anterior. Las empresas suelen emplear pruebas antes de llevarlo a certificar».

En cosmética, el producto debe ser útil y cumplir su función básica, pero no se puede dejar de lado la belleza, que abarca aspectos como el olor, el envase y la etiqueta, explicó Kurilova.

Milagros González, especialista del Inhem, en otro momento del intercambio habló sobre la importancia de cumplir con el llenado del registro sanitario de productos, que a menudo se entiende como enemigo de las productoras. Sin embargo, es necesario incluso para certificar la calidad de las materias primas.

Aseguró también que en cada municipio existen unidades de Higiene y Epidemiología a las que pueden acercarse, las cuales cuentan con estos laboratorios. Además, otras opciones disponibles pueden ser el propio Inhem, el Instituto de Farmacia y Alimentos de la Universidad de La Habana y el Centro de Investigación y Desarrollo de Medicamentos. «Se trabaja por crear manuales básicos que orienten a las productoras en materia de higiene y epidemiología», resaltó.

Y mientras todo ese marco ético y legal avanza, hay que tomar cartas en el asunto y no «lavarse las manos» con la responsabilidad colectiva y personal que genera trabajar para la higiene y la belleza de los otros.

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