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Agramonte: Más allá de la leyenda (VI)

Esta vez descubriremos a un Agramonte en extremo solidario, a un caballero cabal y respetuoso, pero también a un hombre que recitaba con audacia y lozanía, y que le gustaba compartir criterios sobre textos polémicos

Autor:

Yahily Hernández Porto

Camagüey. — En la sexta propuesta de la serie Agramonte: Más allá de la leyenda, JR se detiene, a petición de los lectores, en quién era El Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz, cómo el hombre enamorado, amigo, caballero, el luchador…, temática que da continuidad a la iniciada el pasado mes en nuestras páginas, y la cual resalta peculiaridades pocos conocidas del insigne patriota en su vida intima y privada.

Como en las cinco entregas anteriores el diario de la juventud cubana no renuncia a resaltar la figura del excelso prócer camagüeyano, quien cayó en combate el 11 de mayo de 1873, hace 149 años, en El Potrero de Jimaguayú, en el municipio de Vertientes, de esta ciudad legendaria.

Para lograr que cada artículo narre algo diferente sobre Agramonte, la bibliografía utilizada ha sido diversa, las cuales por esencia resguardan datos, apuntes, notas, anécdotas… y hallazgos muy novedosos sobre su muerte, el lugar donde fue abaleado, maneras de nombrarlos, repercusión de aquel hecho en el Camagüey de entonces y hasta en la prensa local, nacional e internacional.

Sin embargo, la magia y el halo de leyenda que rodea a Ignacio no mueren a pesar del tiempo transcurrido, sino que se acrecientan para avivar el deseo de saber más sobre este hombre en todas sus facetas.

Es esa la primera de las lecciones de esta aventura literaria y narrativa en torno a El Mayor, pues todo lo citado hasta el momento encuentra un buen número de «adictos» deslumbrados por este hombre, quienes no renuncian a seguir bebiendo de sus épicas historias, pero también de su vida cotidiana, como un lugareño más del Puerto Príncipe de entonces.

Y como la serie Agramonte: Más allá de la leyenda, surge para rendir tributo permanente a este camagüeyano, y rememorar durante todo un año, el  Aniversario 150 de este fatídico suceso, en 2023, es que volvemos a retomar relatos contados por dos mujeres únicas en la vida de Agramonte: su adorada esposa, Francisca Margarita Amalia Simoni Argilagos, y su amiga, Aurelia Castillo de González, excelsa escritora y periodista cubana.

Ambas se unieron para trascender al olvido y al silencio sobre el hijo de Camagüey, y también para enaltecerlo e inmortalizarlo como un ser especial.
Así nació Ignacio Agramonte en la vida privada , texto en el que no solo Amalia Simoni confió a Aurelia Castillo los recuerdos y vivencias que de él poesía, sino que la periodista refrenda algunos pasajes vividos por ellas; todos relacionados con El Mayor.  

Cuenta la escritora Castillo de González que de visita a Sierra de Cubitas, para disfrutar las bellas cuevas y Los Cangilones, río de aguas claras, y también para pasar un día entre amigos, ella iba en coche y él a caballo, lo que le permitía conversar a ratos. Pero frustrada la excursión por el aluvión de esa jornada, al otro día al regresar ella a caballo, junto a Ignacio y otro amigo, este le propuso cambiar para su montura, que era más confortable.

Ignacio como buen caballero y amigo le ayudó a bajar del caballo, « …y me puso su mano como estribo para subir al otro. No bien en este, sentí que la silla, muy floja, se ladeaba con mi peso… me caí, y así fué . Ignacio Corrió y me levantó. Acudió un médico que era de la comitiva, y habiendo necesitado tela para vendarme un pie que me había lastimado, rasgó aquel su pañuelo en delgadas tiras, y lo ofreció».   

Otro de los recuerdos que cuenta Aurelia Castillo es el que describe a un Agramonte diferente, no en sus ideales, todo lo contario, sino uno que recitaba poesía en público y con un talento que sorprendía.

Varios amigos de Aurelia, incluyendo a Ignacio, jugaban a las prendas en casa de la tía de la escritora, cuando al perder Agramonte, se le ordena recitar: «…como se le sabía grande aficionado a las letras y aun cultivador de ellas a ratos, se le mando recitar y el recitó, de una manera que yo no he podido olvidar, algunas estrofas del Canto del Cosaco, de Espronceda. Cada palabra, fuertemente acentuada, parecía un golpe de maza descargado, sobre los opresores de Cuba especialmente, y parecía también un llamamiento de jóvenes libertadores a las armas».    

Sobre su estricta educación y comportamiento respetuoso hacia su amiga, las damas todas, recuerda Aurelia un hecho que tuvo trascendencia en sus ideas y reflexiones.

Y es que a este camagüeyano le gustaba razonar cada detalle en los libros que poseía, y en busca de este propósito, mientras ella recibía clases de francés impartidas por su amigo y patriota Cristóbal Mendoza, entre los años 1899 y 67: «hubo de decirme Ignacio que deseaba leer cierto libro francés, para ver las impresiones que esa lectura me produjese y oír mis observaciones. Y efectivamente, pocas noches después se presentó en casa de mi hermana, donde yo recibía mis visitas, con el libro prometido. Mendoza estaba allí, y no pudimos leer aquella noche, ni Agramonte repitió su visita».

Pero el libro quedó en su poder, lo cual le produjo inquietantes juicios y valoraciones, los que sin duda Agramonte buscaba escuchar con el encuentro, porque no era un hombre que se conformaba con leer, sino con debatir cada enfoque o visones citadas en los textos.



* Este texto sería reproducido por la Editora Política, en 1990, que toma como referencias los Escritos de Aurelia Castillo de González, editados por la Imprenta del Siglo XX, en 1913-1914; con una primera emisión en 1912. Se respeta la gramática del original, del castellano antiguo.

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