Manuel Villariño pasó de la Contabilidad a la construcción Autor: Osviel Castro Medel Publicado: 06/10/2020 | 02:19 pm
EL CACAO, Jiguaní, Granma.— Hay que surcar varias nubes de polvo, generadas por los molinos trituradores de piedras, para llegar hasta el puesto de Gilberto Villariño Benítez.
A sus 23 años es uno de los personajes del Combinado Cantera y Hormigón Ramón Viamonte, instalación conocida popularmente como El Cacao —por el sitio donde está ubicada— y que produce gravilla, hormigón, granito, arena, rajoncillo, polvo, bloques y otros materiales para la construcción.
Este muchacho se encuentra entre los «llamativos» porque en esa instalación, surgida el 16 de septiembre de 1963, resulta difícil encontrar a personas de su edad.
«Me gradué como técnico medio en Contabilidad, que nada tiene ver con esto, pero fui aprendiendo de este mundo y hoy tengo la responsabilidad de ser el jefe de patio», comenta él para referirse al terreno donde se cargan los camiones con esos materiales.
«Me gusta mi trabajo, aunque el polvo, el sol y la construcción no son atractivos para muchos de mi generación», admite.
Sus palabras hacen meditar. El Cacao, como otras industrias o fábricas cubanas, está sufriendo un proceso de aumento del promedio de la edad laboral o de ausencia de sangre joven, algo que genera inquietudes respecto al porvenir.
En esa Unidad Empresarial de Base (UEB), a la que acuden clientes de las cinco provincias orientales, la «media primaveral» del colectivo (137 hombres y 17 mujeres) es de 47 años. Tal cifra parece por las nubes si pensamos en el esfuerzo físico que se necesita para trabajar en la mayoría de los puestos.
Apenas 21 personas están por debajo de las tres décadas de vida y solo 30 navegan por el rango entre 30 y 40 años.
Lo peor es que en el futuro cercano decenas de obreros tendrán edad de jubilación y no se vislumbra una cantera de imberbes para ocupar tales vacancias.
Los propios veteranos de la UEB, como el mecánico Manuel Morales Osorio (64 años), la pañolera del taller industrial Edivia Castro Corrales (64), el logístico Edilberto Labrada Arias (63) y el jefe de turno Guillermo Argote Araújo (62) están preocupados por el mañana.
Ellos han hecho sus vidas en El Cacao y tuvieron el privilegio de ver levantadas sus casas gracias al apoyo institucional después de muchos años de faena. Sin embargo, no tienen la certeza de que los más nuevos permanezcan largo tiempo.
Incluso, otros que aprendieron de ellos y maduraron entre molinos, como Magdiel Sol Corrales, Elvis Carvajal Cabrales y Vicente Naranjo Rosales, quienes están entre 50 y 60 años, admiten que hay incertidumbre con el necesario reemplazo generacional.
Tal vez tengan esas dudas porque en el último lustro han ingresado 26 jóvenes, y de ellos solo 13 permanecen en esa singular industria.
El engrasador Roberto Carlos Mendoza Arévalo, de 26 años, y el operador René Mora (31) son de los que se han quedado, estimulados por «el buen ambiente y el compañerismo reinante», aunque reconocen que los incentivos económicos son pocos, pues el salario promedio ronda los 600 pesos (con posibilidad de aumento en dependencia de los resultados).
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Los longevos jamás olvidan la época dorada de El Cacao, en la que se producían más de 1 200 000 metros cúbicos de materiales (década del 70 al 80) y más de 330 000 bloques anualmente, incomparables con la etapa actual, en la que apenas se llega a un 25 por ciento de la primera cifra. Entonces la cantidad de combustible asignado era alta, otro punto muy diferente al presente. La situación energética lastra sueños y acorta metas.
Esos veteranos han visto cómo quedó parada una de las líneas de producción o cómo ha ido envejeciendo la técnica, una realidad que implica ingeniosas inventivas para mantener vivos los molinos, desde el primario hasta el terciario.
Aun así, conocen que esa UEB sigue siendo importantísima para muchas de las obras del oriente cubano, como los trasvases construidos en esta región y centenares de edificaciones sociales.
Todos creen que la escasez de fuerza joven se debe a varios factores: desde los salarios, bajos en tiempos de poca producción; la lejanía del lugar (distante 30 Kilómetros de Bayamo y 20 de Jiguaní); la poca autonomía económica de la unidad, sujeta a normativas emanadas desde estructuras empresariales, y la estabilidad del colectivo laboral, al que le fue cayendo el inexorable peso del reloj.
«Los que llevamos más años le echamos de menos al sonido de los molinos cuando estamos de vacaciones, es como si nos faltara algo. Pero hay un cambio de mentalidad en los que van surgiendo, no piensan igual y eso es lógico. Habrá que trabajar con ellos y estimularlos como sea posible», comenta Manuel Morales.
Por su parte, Magdiel Sol señala que se necesita mayor vinculación pre-profesional con estudiantes de diversas ingenierías para atraer y que puedan llegar conociendo las luces y las sombras de El Cacao.
«Hemos recibido profesionales que se han desilusionado cuando se encontraron con el polvo y el ruido, tal vez se pintaron otra cosa. Yo estoy orgulloso de trabajar aquí después de haberme graduado en la Universidad, pero es cierto que existe un cambio de paradigmas», explica Magdiel.
Los directivos de la Empresa de Materiales de la Construcción de Granma, a la que pertenece esta UEB, no están de brazos cruzados. Han establecido convenios con las Universidades de Moa y de Granma con el objetivo de incorporar jóvenes cuando terminen sus estudios.
«Hace unas semanas llegaron cinco egresados de la Universidad de Granma (dos de Ingeniería Industrial y tres de Ingeniería Mecánica) y de seguro fortalecerán la entidad. Son potenciales directivos de cara al futuro, pues estos procesos productivos también requieren personal calificado», comenta Felipe Reyes Capote, director de desarrollo de la Empresa de Materiales de la Construcción en la provincia.
El directivo agregó que también se han establecido lazos con dos escuelas técnicas del territorio y algunos de sus graduados han llegado a El Cacao, pero ha sido difícil retener a la mayoría.
«Algunos se han marchado a los pocos meses de estar allí. Se han ido, sobre todo, a ejercer el trabajo por cuenta propia», reconoce.
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Uno de los que pudiera blasonar de su sentido de pertenencia es el ingeniero en minas Lisbán Fernández Jorge, actual director del Combinado Cantera y Hormigón Ramón Viamonte.
Él hizo su trabajo de diploma precisamente allí, al graduarse trabajó como especialista en explotación de yacimientos, luego fue jefe de producción, más tarde cumplió misión internacionalista en la República de Guinea (Guinea Conraki), tras su retorno se convirtió en jefe turno de trabajo y el año pasado llegó la merecida promoción al cargo de director.
De modo que echó su juventud en El Cacao y, con 41 abriles, quisiera que todos los pinos nuevos siguieran sus pasos.
No solo está preocupado por el relevo generacional, sino también porque determinados oficios se están perdiendo, como el de operador de buldócer.
«Nosotros contamos con uno solo en toda la industria, es del municipio de Guisa y ya está en edad avanzada. De las escuelas técnicas no han salido jóvenes especializados en esa labor, tal vez porque no se esté estudiando» dice Lisbán.
Agrega que, asimismo, es difícil encontrar Mecánicos A. «Estamos tratando de formar uno a partir de la experiencia laboral del que tenemos, porque ya se jubila», expone.
Según sus palabras, las necesidades de la UEB se revelan al Ministerio de Trabajo con cinco años de antelación a la jubilación de los obreros, pero no siempre los brazos frescos llegan. O, como decía Felipe Reyes, llegan y se van.
Lisbán es de los que no se amilanan y de los convencidos en los necesarios cambios, por eso considera que en el futuro la realidad mejorará. «Seguimos explorando todos los caminos, relacionándonos con las escuelas cercanas, tratando de cautivar a los jóvenes para que El Cacao crezca, se consolide, para que jamás muera», concluye con una sonrisa de optimismo.