El Moncada es la victoria que celebramos. Autor: Falco Publicado: 25/07/2020 | 10:54 pm
Porque su vista llega más lejos que sus fusiles, Fidel sabía que ganaríamos. Lo supo siempre, desde que entendió los códigos más profundos del centenario martiano y tejió —en silencio tuvo que ser— un cordón de patriotas que unió los trozos del archipiélago en el clamor de levantar el sol de todos desde el Oriente.
Así el Jefe proyectó los destellos de aquella mañana de la Santa Ana, entibiados primero con el Manifiesto de un poeta. «¡Ya estamos en combate…!» exclamaba un Raúl de armoniosas letras mientras otro, de acciones recias, se disponía a guiar, desde el Palacio de Justicia, uno de los grupos del asalto santiaguero.
¿Por qué en Cuba se pierde el límite entre poetas y guerreros? Porque la Revolución
es una gran paridora de versos y nada la inspira tanto como quienes sienten la patria como apellido. Todos tenemos de Byrne y de los Maceo.
Llegó la hora. No hace falta narrarla cuando las amarillas paredes del cuartel aún muestran las cicatrices. Inferiores en número y superiores en almas, los jóvenes sabían que ellos eran la fortaleza real; ellos, que llegaban desde las venas de Cuba con la pujanza de Guillermón. El edificio, segundo bastión militar, era una gran debilidad moral que, cesados los disparos del combate, lo demostró masacrando prisioneros.
A la larga, el Moncada es esta victoria que celebramos. No se insista en que «asalto fallido» cuando nada puede parar los motores que arrancó. No se diga que «revés» cuando esbozó el definitivo modo de poner todo el país al derecho. Y si falló una sorpresa, no se marchita la sorpresa perenne de la Revolución. Marchando «hacia un ideal…» Fidel concibió un Programa que, cumplido en lo fundamental, sigue abierto pleno de aspiraciones.
Ese ideal se hizo desafiantes verbos y sustantivos palpables y hoy que, para quitárnoslos, desde otra orilla nos levantan muros más altos que los de Batista, todos tenemos un puesto de tirador. Ahora Fidel está más cerca del Moncada; véanlo allí, en la posta invencible de Santa Ifigenia, tan honrado y tan dispuesto que para triunfar no necesita la sorpresa.
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