Yosdeni proviene de una familia dedicada al trabajo en el campo. Autor: Laura Brunet Portela Publicado: 08/07/2020 | 04:02 pm
ABREUS, Cienfuegos.— Ojinegro lidera la yunta, y con la robustez de su anatomía parece que en uno de esos tirones el muchacho que lleva prendido va a salir disparado sobre su cabeza. Pero el joven «surfea» confiado entre los surcos de yuca.
—¿Es muy difícil?
—¡Nah! Cuando chiquito sí era dura la cosa, pero después le coges el golpe. Para el que no conoce parece que te van a tirar por ahí, pero obedecen bien; ya ellos saben lo que tienen que hacer.
Hay características que no aparecen en el código genético, pero de alguna forma se vuelven distintivas de toda una familia. Ese el caso de Yosdeni García Pérez, descendiente de boyeros y campesinos, dotados en el arte de hacer crecer y timonear yuntas.
—¿No te molestas si te llaman bueyero? A muchos jóvenes no les gustaría…
—A mí me pueden llamar como quieran: guajiro, campesino, bueyero… Mis amigos me dicen que hago bien, que el trabajo es bueno. Yo no me acomplejo porque me nombren por lo que aprendí de mi papá. Hasta ahora nadie me lo dice, pero si alguien me pregunta a qué me dedico, sin problemas le diría que soy bueyero.
De vez en cuando parece que Ojinegro hace su voluntad y sigue tirando del muchacho para volver al trabajo. Entonces Yosdeni lo complace y le da otra vuelta al surco antes de regresar al diálogo.
Este muchacho de 17 años seca el sudor de la frente que le empapa los ojos, aunque apenas son las 8:00 de la mañana. Cuando para algunos amanece, ya Yosdeni lleva a la espalda media jornada de trabajo en la Finca Provincial de Semillas de Cienfuegos. Con precisión me asegura que todos los días comienza entre las 6:00 a.m. y las 6:17 a.m.
—¿Desde cuándo trabajas aquí?
—Yo todavía no trabajo, por lo menos no por un salario. Vengo a ayudar a mi papá, que es quien está vinculado a la finca. Yo estudio para hacerme técnico medio en agronomía y estas son como mis prácticas. Aquí puedo hacer de todo: bueyeo, chapeo, guataqueo, siembro… Lo que haga falta.
—¿La agronomía es un perfil conveniente para ti?
—Lo mío es ayudar a mi papá y seguir en el campo, pero como hay que estudiar, quise algo relacionado con lo que me gusta. Pero no me llegó, tú sabes. Me tocó veterinaria y eso sí no me gusta. Al final fuimos a la escuela, hablamos y pude cambiar.
—Pudieras estar descansando, o estudiando en casa, que para eso también son estos días.
—¡Qué va! A mí me gusta el campo; es lo que he visto toda la vida. Desde chiquito esto es lo que mejor conozco. Además, quién dice que no estoy estudiando aquí. Aunque no esté de prácticas vengo todos los días y siempre algo se aprende. Hoy mismo estamos sembrando bejuco de boniato y esa es una de las cosas que he aprendido en la escuela, las técnicas de siembra de cada cultivo.
Tal vez por la lluvia reciente, en las más de 80 hectáreas de la Finca Provincial de Semillas todos los colores se destacan. Las hojas aún más verdes, la tierra mojada y oscura. En toda aquella extensión hay una sensación de limpieza que extraña.
—Te quedará poco por hacer, porque no se ve ni una hierba mala.
—Es que como aquí sembramos para semilla, no podemos permitirnos ni un poquito de maleza. Todos los días hay que guataquear, limpiar con los bueyes. Tenemos que estar a ojo porque cualquier bicho que nos caiga echa a perder el trabajo. Aquí se siembra bueno, de calidad, para que cuando estas semillas lleguen a los municipios, los cultivos tengan resultados, rindan bien.
Mucha razón lleva este abreuense cuando se empeña en dejar los surcos sin maraña, sobre todo en tiempos en que el país necesita de la tierra todo lo que muchachos como él sean capaces de sacar.
La Finca Provincial de Semillas es una especie de incubadora donde crecen seguras 50 ha de frijol caupí para suplir la ausencia del grano ante la plaga del trip; otro tanto de plátano, boniato, yuca y hasta girasol, en un proyecto ambicioso en que la ayuda de un buen bueyero nunca está de más.