Naila León, epidemióloga en servicio en el hospital pediátrico matancero, no entiende que las familias pongan en riesgo a sus hijos en la calle. Autor: Hugo García Publicado: 03/06/2020 | 09:08 pm
MATANZAS.— A tres cuadras de mi casa, una mujer se debate cada día en lo que nunca se imaginó: no besar ni abrazar a sus niñas. Eso nunca lo pensó; no podía suponer que algo tan diminuto, microscópico, pudiera interponerse entre ella y sus seres queridos. Así es de inclemente este virus.
No la conocía, a pesar de la cercanía, ni pienso que con el nasobuco la reconozca, aunque nos crucemos en la calle.
«Ya no abrazo a mis hijas…». Casi no termina la frase, como si nunca hubiese querido pasar por un momento como este.
«Desgraciadamente no puedo hacerlo. Llego sigilosa y trato de que no sepan que ya estoy en la casa; me desinfecto, me quito la ropa y la lavo antes de tener contacto con ellas. De lejos… Ni un beso les doy», dice.
«Mis dos hijas están en edad escolar. Ven las teleclases, las graban y después se actualizan en los ejercicios. Su abuela paterna se encarga de eso. Como son pequeñas (Enilay García, de siete años, y Ana Karla, de diez), pude haberme acogido a las facilidades laborales como persona vulnerable, pero gracias a la familia (sobre todo mi suegra y mi cuñada), puedo cumplir con mi función de epidemióloga, tan necesaria en estos momentos».
Naila León Quevedo se graduó en Medicina en 2007 y ya lleva un año y cuatro meses como especialista de Primer Grado en Higiene y Epidemiología. Labora en el policlínico Samuel Fernández, pero desde hace un mes está en el hospital pediátrico de esta ciudad, como apoyo ante esta pandemia: «El trabajo es diferente, allá es preventivo, buscando casos y aquí te llega el caso», razona.
Cada día, bien temprano en la mañana, mira a sus niñas que aún duermen y anhela besarlas. Pero no: la salud de ellas está primero. Entonces sale de su vivienda y camina sin detenerse el kilómetro y medio que la separa del hospital. Al terminar la jornada, regresa igual para su casa: «Así hago algo de ejercicio físico», pondera.
Naila (derecha) con su mamá Noelia Martínez, y sus hijas Ana Karla García (izquierda) y Enilay.
«El hecho de enfrentar nuevos retos en la especialidad es una experiencia buena en cuanto a conocimiento. No estábamos acostumbrados a tratar este tipo de enfermedad, que sorprendió a la comunidad científica y médica mundial.
«Nos sentimos comprometidos para que nuestros niños no se enfermen, o al menos no se compliquen; por eso considero esencial la prevención y actuar lo más pronto posible.
«Trabajar con niños es muy difícil. Ellos no saben lo que pasa, no pueden decir los síntomas que sienten, pero es lindo interactuar porque se aprecia el fruto y es alentador cuando ves que se van de alta médica».
Naila entra cada mañana al cuerpo de guardia y luego recorre todo el hospital, incluida la sala de aislamiento, evaluando qué problemas existen y valorando complicaciones en cuanto a los casos con sepsis, más el nivel de limpieza y organización, porque la epidemiología lo abarca todo.
«Algunos padres no son colaborativos, pero al final, cuando uno les transmite otras experiencias logran entender los riesgos por los que pasamos en estos momentos y por qué deben sumarse a la prevención.
«Cuando veo a un niño en la calle me molesto mucho y les pregunto por qué no están en sus casas. Trato siempre de educar para prevenir e igual me pasa con las personas que todavía no usan nasobuco. Aunque tengamos policías en las calles, hay indisciplinados que no han concientizado el nivel de complejidad de esta enfermedad.
«A quienes se quitan el nasobuco para comer o fumar en áreas públicas los critico fuertemente: eso no es lo lógico, que lo hagan en sus casas. Siempre aconsejo estar en la calle el menor tiempo posible y personalmente salgo solo para resolver algún problema de gran envergadura».
—¿De dónde Naila saca fuerzas? ¿Qué la alienta?
—Mi familia me apoya mucho; gracias a ella puedo ir todos los días al hospital para luchar por los demás. Mis hijas, particularmente, son las que más aliento me brindan. Me emociona verlas todos los días pendientes de las 9:00 de la noche para aplaudir a mis colegas, y en particular a su madre.