El parque central de la ciudad de Guantánamo. Autor: Lorenzo Crespo Silveira Publicado: 01/02/2020 | 09:04 pm
GUANTÁNAMO.— Llegaron en bandada una tarde, hace casi una década, y desde entonces han dado mucho de qué hablar los totíes, pero sobre todo sus deyecciones malolientes sobre el piso, los bancos y los árboles del parque central de esta ciudad.
Es conocido por todos que tal situación ahuyenta a las personas y afecta de algún modo los esfuerzos inversionistas del gobierno local para mantener vital y útil una de las principales construcciones del centro histórico de la urbe.
También de las tantas veces que se ha intentado buscar, y no siempre se ha encontrado, consenso para una solución lo más coherente y sostenible posible.
«La de Guantánamo no es la única ciudad de nuestro archipiélago que vive con estas aves, ni Cuba es el único país del mundo con este fenómeno», afirma el biólogo Gerardo Begué Quiala, subdirector de la unidad presupuestada de Servicios Ambientales, perteneciente a la delegación territorial del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (Citma).
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«Lo que sucede aquí es que pernoctan en los árboles del principal espacio de esparcimiento de los guantanameros, y lógicamente perturba la tranquilidad y la estancia agradable que la gente busca en ese sitio. En otras partes de la ciudad también duermen estas aves de la familia Icteridae y nadie se queja porque no hacen interferencia», agrega.
«Se trata de una conducta ecológica normal. Cada año vuelan en grandes masas más de 50 000 millones de aves por todo el planeta en busca de los sitios más idóneos por un tiempo definido. Los totíes o choncholíes, como también se les nombra a los que hacen estancia nocturna en el parque José Martí, se encuentran entre las llamadas aves citadinas y gregarias», sostiene Begué Quiala.
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Añade que «al ser urbanas, tienen una alta capacidad de adaptarse a los disturbios, incluso a ambientes muy perturbados, pero en ocasiones, como en este caso, escogen como sitios de dormitorio lugares que constituyen una trampa ecológica para ellas, ya que tienen mayor probabilidad de ser afectadas, depredadas.
«Ciertamente desde el punto de vista epidemiológico es una debilidad, pues si las personas que se dedican al baldeo del parque no usan los medios de protección adecuados o si las excretas que caen en la parte de tierra, no son removidas y luego sepultadas y mezcladas, pululan a cielo abierto, y al secarse pueden generar polvo contaminado y fétido.
«Hay que tener en cuenta además que el mayor porcentaje del bolo fecal de estas aves es ácido úrico, y basta con fijarse en cómo ha perdido el color original el piso donde cae el excremento. Con todo ello es probable que se desencadene otro problema peor», aseguró el investigador del Citma.
Y, efectivamente, ahora mismo, porque el descuido y la falta de una correcta y sistemática vigilancia no perdonan, además de seguir en pie los mismos comentarios en torno a las molestias que causan, la presencia de los totíes en el céntrico parque ha comenzado a dar de qué hablar entre trabajadores de Servicios Comunales, por la afectación de salud que según ellos les está provocando el manejo de las heces fecales que se ciernen sobre todo lo que encuentran debajo.
Unos dicen que sí...
Alrededor de las cuatro de la mañana llegan ellas al parque Martí, todos los días, o casi todos para ser exacta. Una cuadrilla de mujeres armada de cubos y escobas.
Primero barren las heces fecales que se acumulan debajo de los árboles que dan sombra sobre los asientos del parque central de una ciudad donde la temperatura es en extremo alta, en ocasiones rozando los 37 grados de calor. Luego deben baldear con agua y detergente y empleando los medios de protección adecuados.
Así es que deben hacerlo, pero en varias ocasiones las vi lanzar cubos de agua sobre el piso lleno de excremento y arrastrar a escoba, manos y pies limpios toda esa sustancia pastosa y pestilente. Sin botas, sin nasobuco, sin guantes…
Ana Martínez González hace diez años anda en esos trajines. Es una mujer madura, amable y a todas luces noble. Cuando le pregunto por el detergente, pues según me informó el director de la empresa a la que ella pertenece para la labor de limpieza se entrega un cubo diario de ese polvo limpiador, me dice que «lo usan cuando los jefes se lo dan». ¿Y los medios de protección?, inquiero. «Hoy no me los puse, mijita, pero mañana traigo las botas y me las pongo», contesta con una humildad que sobrecoge.
¿No te has hecho ningún chequeo médico, ni te han citado para que te lo realices?, pregunto. «No, nunca me lo he hecho», confiesa.
¿Y no te has enfermado?, vuelvo a la carga. «No, todavía no, gracias a Dios, aunque a veces siento molestias en la garganta; pero hay otras que sí se han enfermado, así que hay que ver qué se hace con estos bichos porque esto no es fácil», responde.
Me comenta que ahora realizan esa faena solo en uno de los laterales, pero cuando llega junio o julio tienen que hacerlo por los cuatro costados del céntrico parque, porque es cuando viene la gran bandada.
Como a ella, a otras se les oye toser y tomar agua porque, dicen, (y es evidente), «tenemos todas mucha carraspera en la garganta», dijo a esta reportera Maidelín Jay Luciano, quien desde hace diez años trabaja en la limpieza del José Martí. Y me muestra sus manos manchadas, según confesó, por un hongo que también le afecta los pies.
«Mientras arrastramos la montaña de excremento, además de la tremenda fetidez, se riega en el ambiente un polvillo blanco y brilloso que también sueltan esos pajaritos negros, y yo creo que eso es lo que nos provoca tos», opina Irma Iris Duvergel Suárez, otra de las siete integrantes de la brigada de higienización del lugar.
«A veces terminamos a las 11 de la mañana, porque después de barrer tenemos que baldear con agua de detergente las losas y los bancos del parque, que ocupa una manzana entera de cien metros cuadrados, además del piso del bulevar», abunda Yordania Lara Masó, también empleada de limpieza allí.
«Todas tenemos algo. Ella (señala a Yordania) lleva menos tiempo que yo y que las demás, también ha cogido unos cuantos certificados médicos por eso mismo, igual que casi todas», afirma.
«Y ni hablar de los cables de electricidad, que se repletan e incluso algunos han muerto como consecuencia de cortocircuitos. Casi a diario tienen que venir a reparar algún daño los compañeros de la Organización Básica Eléctrica», añade.
Otros hablan lo que puede ser...
En la Dirección Municipal de Servicios Comunales, Yelegni Durales Rojas, jefa del departamento de Recursos Humanos, me confirma que con frecuencia las trabajadoras que se ocupan de la limpieza del parque presentan certificados médicos por enfermedades en la piel, fundamentalmente.
«Hace como seis meses solicitamos a Higiene un estudio que descarte si esos problemas de salud están asociados o no a los pájaros que pernoctan allí, pero no tenemos respuesta aún», dice la joven jefa.
«Ellos (se refiere a especialistas de Higiene y Epidemiología, aunque no puede precisar, porque dice no recordarlo ni posee constancia de ello) fueron allí, tomaron muestras, pero hasta ahora, nada claro han dicho», refiere Paula Martínez Mauri, técnica de Seguridad y Salud de la mencionada entidad.
«En dos ocasiones, el año pasado les saqué turno para el chequeo médico, a partir de quejas de ellos mismos, pero no asistieron», afirma.
Como no se trata solo de una responsabilidad personal, sino también institucional, al ser interrogada sobre el deber de hacer cumplir tales indicaciones, la técnica expresó que tiene que seguir insistiendo en ese sentido, y también en lo referido al empleo de los medios de protección, pues aunque se les dan, «uno va allí y te las encuentras baldeando en chancletas, o no usan para lavarse las manos el alcohol que se les entrega para ese fin», revela la técnica de Seguridad y Salud.
Y lo dice como si se tratara de una opción que se toma o se deja, y no como una obligación de ambas partes, recogida en el Capítulo VII, Sección Segunda, Artículo 201 del Código de Trabajo: «Los trabajadores están obligados a utilizar y cuidar los medios de protección individual y colectiva».
Y en el Artículo 202 se agrega: «La administración de la entidad laboral está obligada a exigir el reconocimiento médico prempleo y periódico a los trabajadores con el objeto de determinar sus aptitudes y estado de salud para desempeñar determinadas ocupaciones. Por su parte los trabajadores tienen el derecho y el deber de someterse a ambos tipos de reconocimiento».
Al intentar explicar la génesis de la actitud que han asumido las referidas empleadas de limpieza, los directivos consultados alegaron la poca percepción del riesgo que corren debido al bajo nivel cultural de la mayoría de los empleados que se dedican a esas labores.
Si fuera cierto, más razón para instruirlas, incluso más allá de una cuestión solidaria, humanitaria, pues la legislación laboral vigente en el país establece también que las administraciones, para el ejercicio de la actividad laboral en condiciones seguras, están obligadas a instruir y adiestrar a sus técnicos, dirigentes y demás trabajadores en los requisitos de protección e higiene del trabajo que tienen que cumplir para el desempeño de su ocupación en condiciones seguras.
Como si no fuera suficiente la evidente falta de preocupación, la encargada de velar por la salud y seguridad en el trabajo en la Dirección Municipal de Servicios Comunales, agrega que «como no quisieron atenderse y de Higiene no dieron respuesta, pensamos que no eran los pájaros los que estaban causándoles problemas a esas trabajadoras y les dije que fueran por su cuenta si se sentían algo», comentó.
Y fue todo lo que sucedió
Sin medios de protección alguno, diariamente varias mujeres baldean el principal espacio de esparcimiento de la ciudad del Guaso.Foto:Haydée León Moya
Vilmán Pupo Cisneros, director municipal de Servicios Comunales, se suma al diálogo y expresa que siguen a la espera de que Higiene y Epidemiología les dé una respuesta, porque ellos no tienen facultad ni elementos para decir que esos problemas de salud están siendo ocasionados por los pájaros.
Pero exigir respuesta sí les toca, porque se trata, en primer lugar, de sus trabajadores y, además, en el artículo 300 del Código de Trabajo se establece que la administraciones de las entidades laborales deben realizar autoinspecciones sistemáticas para controlar el cumplimiento de la legislación laboral, de seguridad social y protección e higiene del trabajo. Y si en Comunales se hizo, de nada sirvió.
A Mariela Bayard Maceo, administradora del principal parque guantanamero que es patrimonio de Servicios Comunales, le preocupa también que «a ellas no se les pague por condiciones de riesgo en el trabajo, y no sabemos a ciencia cierta si se les debe retribuir, y debiéramos saberlo porque no es justo, como tampoco es justo que no contemos con una manguera adecuada para el baldeo o un carro con el cual se pueda eliminar el excremento con presión de agua, sin que ellas se expongan tanto, algo que en un principio se hizo eventualmente», opina.
Con varios años en dicha responsabilidad, la Administradora de esta área perteneciente a Comunales advierte que ese baldeo diario y con abundante agua, a la larga puede afectar la solidez del piso, recientemente restaurado, gracias a la contribución financiera del uno por ciento de las utilidades de las empresas locales.
«La remodelación, que incluyó la sustitución del piso anterior por losas de mármol, costó un millón de pesos, y por la situación del combustible no estamos en condiciones de destinar un carro diariamente para esa labor. Tampoco es muy económico disponer de la cantidad de detergente que se requiere para esa limpieza, aunque se hace», acota Pupo Cisneros.
«Por eso hay que seguir insistiendo en buscar soluciones más sostenibles. Propusimos aplicar variantes de sombra, sustituyendo los árboles de gran tamaño que existen allí, y que por la altura que han alcanzado ya no es posible podarlos, sino talarlos, por un sistema de pérgolas que consiste en colocar estructuras metálicas con especies de plantas que forman enredaderas y se pueden podar ornamentalmente. Pero el Grupo de Desarrollo de la Ciudad se opone a ello», refiere.
«Nosotros no tenemos facultad para tomar esas decisiones por sí solo», dice la arquitecta Zulma Ojeda Suárez, directora del mencionado Grupo, y afirma que fue desastrosa la última poda realizada en el parque José Martí. «Se orientó rebajar la copa de los árboles un diez por ciento y se hizo a un 50 por ciento, o sea, por debajo del tendido eléctrico, y quedó casi desierto y muy feo uno de los más bellos y concurridos espacios de la ciudad», recordó.
«Me hablas ahora de afectaciones de salud a los trabajadores y eso es preocupante. No conozco el proyecto de pergolado que mencionas, aunque si resuelve todos los problemas sería magnífico. Nadie se opondría, creo yo. ¿Pero hasta qué punto no hay probabilidades de que los pájaros se refugien entonces en el pergolado?
«Con lo que nunca estaría de acuerdo es en dejar al parque sin sombra. En 2018 se hizo una tala exagerada; los pajaritos pasaban trabajo, pero siguieron pernoctando en los árboles, y además en las cornizas de las edificaciones que colindan con el parque y en el tendido eléctrico».
En otro sentido, la Directora del Grupo de Desarrollo de la Ciudad se refiere a la limpieza diaria del parque como una de las medidas adoptadas para paliar las afectaciones que causan los totíes, y menciona otras que, a raíz de un taller de ideas convocado hace dos años por el Grupo, que entre otras funciones asesora al gobierno local para la toma de decisiones en cuestiones de reordenamiento urbanístico, fueron sugeridas por el Citma y en su opinión no se han experimentado.
Ojeda Suárez me muestra un documento en el cual se expresa la voluntad de encontrar, a partir del conocimiento y la responsabilidad ciudadana con el entorno, soluciones factibles, eficaces y duraderas.
Sobre este asunto, en el intercambio sostenido con el biólogo Begué Cala, el especialista del Citma coincidió en que poco se ha accionado en la aplicación de otras medidas sugeridas.
«Hemos insistido en la aplicación de métodos, como por ejemplo, en algún momento cuando las aves estén llegando utilizar un pitón neblinero que fragmenta el chorro de agua y a baja potencia en atmósfera, para que no mate a las aves, tratar de ahuyentarlas con el rociado de agua, hacer esto como mínimo una semana seguida y observar cómo responden.
«Otra acción recomendada es adquirir espantapájaros electrónicos y usar métodos de Playback que reproduzcan sonidos de depredadores, como gavilanes, lechuzas y sijúes. O algo más sencillo: ubicar en las copas de los árboles banderolas esencialmente de nailon que el viento al mecerlas cree sonidos que asusten a las bandadas.
«Desde el punto de vista probabilístico, puede que pasado un tiempo ellas busquen otro lugar sin que nadie tenga que forzarlas a huir; hay referencias de otros lugares donde esto ha sucedido, porque estas aves tienen una conducta definida y un fuerte instinto que hacen que respondan a patrones ambientales y ecológicos, como relojes biológicos exactos.
«Cualquier método que se aplique para ahuyentarlas debe ser adaptativo, es decir, se ejecuta y tal vez no tenga efectividad. Se va experimentando hasta encontrar el idóneo, pero nunca se debe matar o talar completamente la vegetación, como ha sucedido.
«Los procesos ecológicos son complejos y los humanos no tenemos todos los conocimientos para establecer a veces con certeza relación causa-efecto. Este caso es más complicado todavía, porque involucra a seres vivos y tenemos que actuar con una marcada ética ambiental», sentenció finalmente el funcionario del Citma.
Y otros que no sabían
Maidelín Jay Luciano, una de las empleadas de Servicios Comunales, muestra sus manos manchadas por un hongo que también le afecta los pies.Foto:Haydée León Moya
«No se ha hecho nada y me entero con usted de esa situación de las afectaciones de salud de las trabajadoras que se ocupan de la limpieza del parque. Y, ciertamente, las heces fecales de esas aves que duermen allí son portadoras de hongos y pueden también causar problemas respiratorios, y por eso vamos a empezar a preocuparnos. Lo primero es diseñar un chequeo para obtener un diagnóstico certero», dijo al ser consultado por Juventud Rebelde el doctor Carlos Sánchez, subdirector de Salud Ambiental en la Dirección Provincial de Higiene y Epidemiología.
«Es lamentable que nos tengamos que enterar de esta manera, pues como entidad funcionamos como un sistema de vigilancia activa; nos tienen que informar de cualquier anormalidad para poder actuar, y no ha sido así. También tenemos otras vías para conocer situaciones de este tipo, pero ni por quejas, ni por nuestro sistema de vigilancia lo hemos detectado», admitió el directivo de Salud.
Con similar sorpresa reacciona con esta reportera Claritza García Martínez, especialista de la Dirección Provincial del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social que atiende Seguridad y Salud a esa instancia.
«Nosotros no hemos evaluado nada al respecto; ahora tendré que ir allí y determinar si el caso requiere un chequeo médico sistemático y si usan los medios de protección adecuados, porque Comunales todos los años ejecuta su presupuesto para medios de protección personal», refiere.
«También tendremos que valorar si lo que están padeciendo esas trabajadoras está en el grupo de enfermedades profesionales, porque en la provincia solo hemos procesado y diagnosticado enfermedades profesionales en el sector de la Salud», dijo.
Si algo queda claro en esta historia, es que muchos problemas, y este en particular, se hubiese podido evitar, sobre todo el dilema de las trabajadoras y sus manos y pies enfermos, si cada cual hubiese cumplido con lo que le toca, con la responsabilidad que tiene en su puesto de trabajo y por el que devenga un salario, aunque no hubiese mediado queja alguna. De manera que aunque siguen dando mucho de qué hablar, no todo es culpa del totí.