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El alto voltaje de Yunieski

Un joven tunero tardó más en aprender a escalar un poste que en comprender cuánto de la nobleza de la gente sale a la luz en medio de una tragedia

Autor:

Juan Morales Agüero

MAJIBACOA, Las Tunas.— Por primera vez en los anales de nuestra meteorología, en el mes de septiembre pasado un evento ciclónico interrumpió totalmente el sistema eléctrico nacional. El nada glorioso mérito se lo colgó en su solapa de lluvias y ventisca el huracán Irma, que hizo de las suyas por buena parte del litoral norte cubano. Todas las redes y las principales termoeléctricas del país resultaron afectadas. 

Los «eléctricos» tuneros respondieron a la convocatoria para ayudar a las provincias golpeadas. Y entre ellos estuvo un joven de 27 años llamado Yunieski Pérez Téllez, liniero de oficio y veterano en ese tipo de labores, quien acaba de recibir de forma excepcional la Medalla Ñico López, máximo reconocimiento que confiere el Sindicato Nacional de Trabajadores de Energía y Minas, por 25 años o más de labor en el sector.

Este reportero conversó con el muchacho en su centro de trabajo, en el municipio de Majibacoa. Allí conoció de primera mano cuánto mitigan el dolor de quienes lo perdieron todo por los ciclones estos íconos del altruismo, a los que el ministro de Energía y Minas, Alfredo López, llamó «símbolos de la recuperación».   

—Primero cuéntame cómo fue que te vinculaste con este oficio.

—Al terminar el duodécimo grado matriculé la carrera de Medicina. Pero luego de un par de meses me convencí de que aquello no era lo mío, así que solicité la baja. Estuve un tiempo sin vínculo laboral. Cierto día, un amigo me habló de un curso para linieros convocado por la Organización Básica Eléctrica (OBE) de mi municipio. Te confieso que yo no tenía la menor idea de qué se trataba. Aun así, me presenté y me aceptaron.

«El curso tuvo una duración de un año. Cuando empecé, me hicieron un examen sicométrico, con preguntas de agilidad mental, test de inteligencia, cosas de sicología… Yo estaba impaciente por entrar en materia eléctrica, de la cual, por cierto, sabía muy poco, apenas cambiar un bombillo o empatar un cable. Pero a los pocos días ya estaba recibiendo teoría y hasta trepado en un poste». 

—Los linieros trabajan siempre en la altura, ¿cómo se cuidan?

—Mis profesores me enseñaron los principales secretos del oficio. En especial, cómo utilizar los medios de protección, pues el liniero que los subestime se expone a sufrir caídas graves. Cuando estás en lo alto de un poste, tu vida depende de cómo usas esos medios. Así, aprendí a valerme de la escalera, la faja, el arnés y las espuelas. También a cuidarme de un corrientazo.

«Durante el adiestramiento mis compañeros y yo nos caímos varias veces. Nunca nos lastimamos demasiado porque siempre fue desde pequeñas alturas. Por aquel entonces estábamos aprendiendo a escalar postes de madera. Las caídas ocurrían porque no les clavábamos bien las espuelas al subir o no les dábamos el ángulo correcto. Eso provocaba que resbaláramos hasta el suelo y que, en ocasiones, nos raspáramos los antebrazos con las astillas».  

—¿Qué hiciste cuando terminaste el curso? ¿Dónde te ubicaron?

—Me otorgaron una plaza en el departamento comercial de la OBE municipal. Mi contenido de trabajo allí era atender en los sectores residencial y estatal lo relacionado con los servicios, como los metros contadores, las acometidas, el voltaje… Aprendí mucho y constituyó una etapa muy provechosa para mi formación.

«Luego de estar durante un tiempo en esas labores, en la OBE me preguntaron si me interesaba ocupar una plaza de liniero en la brigada, pues había una capacidad disponible. Acepté enseguida y comencé a ejercerla. Creo que resultó una buena decisión. Ya llevo años trepando postes como liniero especializado».

—Dime de tu primera experiencia como liniero luego de un ciclón…

—Fue en Baracoa, el año pasado. Nos movilizaron de urgencia antes de que atacara Matthew. Querían que estuviéramos listos para la recuperación cuando el huracán se alejara. Las cuatro brigadas tuneras partimos el 3 de octubre. En el trayecto comenzamos a sentir vientos de ciclón. Llegamos al destino por la tarde y nos instalamos en el hotel El Castillo, que está en una loma. Ese día y el siguiente descansamos y caminamos un poco por la ciudad.

«El día 4 por la noche las ráfagas de Matthew apretaron. Y crecieron durante toda la madrugada. Desde el hotel divisábamos la zona del malecón. Las olas eran grandísimas y algunas pasaban sobre los edificios. Por una ventana entreabierta veíamos volar las planchas de zinc arrancadas violentamente de los techos. ¡Un infierno! Mientras hubo comunicación, el ministro de Energía y Minas estuvo llamando para preocuparse por nuestro estado».   

—¿Tan pronto el huracán aplacó su furia, ustedes comenzaron?

—Sí, eso fue como a las cinco de la mañana. Era oscuro todavía, pero no necesitábamos iluminación para apreciar el desastre. Cerca del hotel había una línea con un banco de transformadores: el viento la echó abajo. Vimos postes de concreto partidos, palmas reales arrancadas, casas demolidas, cables por todas partes… Ah, y mucha gente llorando y lamentándose por haberlo perdido todo.

«Nos distribuyeron las tareas a toda prisa. Como los accesos a Baracoa por Moa y por La Farola estaban cortados, el primer día trabajamos en el centro de la ciudad. Se quería restablecer la electricidad lo más rápido posible en panaderías, policlínicos,  potabilizadora, hospitales… Hubo que abrir hoyos para postes, sustituir los inservibles, tender conductores y acometidas, y cambiar transformadores. Empezábamos y terminábamos de noche los siete días de la semana. Descansábamos solo lo necesario».

—¿Cómo fueron las relaciones de ustedes con los pobladores?

—Nos trataban como si fuéramos familiares suyos. Los baracoenses son personas especiales. Nosotros decimos que en Baracoa es donde más hemos sentido el cariño y el reconocimiento de la gente. Personas que lo habían perdido todo nos decían: «Eléctrico, no tenemos fogón, pero ustedes no se van a quedar sin tomar café». Entonces juntaban dos piedras y, con trozos de madera seca, hacían una pequeña fogata. Al momento estábamos tomando café, que nos sabía mejor por venir de gente tan humilde y agradecida.

«Por allá trabajamos también en la montaña, donde Matthew causó muchos destrozos. Hubo que cambiar postes y kilómetros de cables quemados o partidos por el viento. Casi todo se hizo nuevo y quedó mejor que como estaba antes de la tragedia. Estuvimos en Baracoa más de 20 días. Esa experiencia me hizo sentir útil».

—Estuviste también en Ciego de Ávila, cuando el ciclón Irma…

—Sí. La movilización fue de ahora para ahora mismo, como decimos los cubanos. Partimos tan pronto el ciclón se retiró. En el trayecto apreciamos los estragos causados en la zona. A ambos lados de la carretera veíamos árboles enormes sacados de raíz por la fuerza del viento, cultivos arrasados, postes y cables eléctricos en el suelo, casas destruidas…. Apenas nos instalamos, fuimos a cambiar líneas conductoras en zonas rurales afectadas.

«En Ciego de Ávila estuvimos 16 días. Hicimos todo lo humanamente posible por aliviarle la tragedia a su gente. Allá también nos trataron de maravillas. Sin embargo, tengo la impresión de que el desastre en Baracoa fue de mayor magnitud. Irma superó a Matthew en categoría, pero la proximidad del mar es un peligro añadido. Vi las olas lanzarse sobre su malecón y aquello metía miedo». 

—Yunieski, ¿cómo es tu vida después que te bajas de los postes?

—Completamente normal, como la de cualquier joven cubano. Me gusta leer un buen libro, disfrutar de una película interesante, mantenerme informado por la televisión y los periódicos, darme de vez en cuando unos traguitos con los amigos, conversar sobre la vida y sus momentos buenos y malos. Y cosas así, normales.

—Bueno, ¿y qué me dices de esta condecoración excepcional?

—Aún estoy sorprendido. Porque a mi edad y con el relativamente corto tiempo que llevo en el sector, es casi un milagro que me la hayan otorgado. La recibo en nombre de mis compañeros, que también se la merecen. Y en nombre de mi familia, de cuyo seno uno se separa durante semanas cuando la solidaridad lo convoca.

—¿Pero tiene alguna idea de por qué te la confirieron?

—No, por favor (se ríe), pregúnteselo a quienes me la dieron.   

Y con la misma se disculpó por la hora («ya tengo que irme»), se puso su casco amarillo y se montó en la parte trasera de una camioneta, listo para treparse de nuevo en el primer poste que demande su presencia como liniero especializado en noblezas.

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