La noche de este viernes Camagüey estaba bajo el fuerte influjo de Irma. Autor: Yahily Hernández Porto Publicado: 21/09/2017 | 07:05 pm
«Vienen para arriba de la candela», nos decía al equipo de reporteros la abuela Juana, mientras tomábamos fotos en la carretera que conduce hacia la costera ciudad de Nuevitas, cuando aún no había amanecido en la extensa llanura camagüeyana.
La frase tan cubana de la señora, nunca antes tuvo mayor significado que mientras iban pasando las horas en el litoral de Playa Santa Lucía e Irma se acercaba, tensando los nervios y el alma.
Bien nos dijo la vecina Dunia Cabrera, al vernos en este pueblo de pescadores: «Desde las seis de la mañana de este viernes San Jacinto empezaba a dar miedo, porque en las sombrillitas donde todos se recrean ya estaba el mar hasta los tobillos».
Este adelantado e inquietante testimonio mañanero, nos develaba lo que iría aumentando el peligro minuto a minuto, y lo que viviríamos mientras la noche se tragaba con su oscuridad los zarpazos del que los meteorólogos consideran como el más imponente huracán que se haya formado en aguas del Atlántico.
El bello paraje se transformaba con el paso de las horas en una tragedia de la naturaleza, como lamentaba Celestino, el custodio del centro de telecomunicaciones en Playa Santa Lucía, donde se refugiaba este equipo de prensa.
Primero se sintieron ráfagas de viento a intervalos, luego demoledores y sostenidos remolinos, mientras esa dama tempestuosa y temperamental se nos iba acercando con su siniestro paso.
No se equivocó Jesús Dulce, un hombre «ciclonero», como le llaman sus amigos y familiares más cercanos, porque desde el siglo pasado ha soportado los indeseables ciclones en este lugar, entre estos el Ike y el Kate. Para él, cuando todavía no había llegado lo peor, ya Irma se le iba antojando demoledora, «el ciclón que más me ha estresado». Y como para darle mayor drama a sus anuncios, un sonido ensordecedor provocado por el viento interrumpió el diálogo con Juventud Rebelde.
Lucía Martí, una muy sencilla señora a quien hace 40 años la vida la trajo a este bello paraje de mar azul y cocoteros, donde conoció a Jesús Dulce, su esposo, se entristecía en la medida que veía aumentar la furia de los vientos huracanados. «Estos remolinos se están empezando a ensañar con mi playa, con mi tierra», se dolía mientras con ese desprendimiento hermoso de los cubanos compartía con sus nuevos amigos reporteros un pedazo de gaceñiga.
Desafiantes se les vio a los hombres y mujeres de verde olivo hasta horas de la tarde, aunque después la dama trágica que ha barrido el Caribe les detuvo el paso, pero nunca el empeño por velar por su gente, su pueblo.
Todavía el ojo de Irma no pasaba frente a las aguas nueviteras, cerca de las ocho de la noche de este viernes, y ya almendros, cocoteros, uvas caletas, entre otros árboles mostraban sus raíces al cielo, mezclándose con cables y postes del tendido eléctrico y las cubiertas que han volado por los aires, derribados por vientos de más de cien kilómetros por hora.
Mientras la tormenta impactaba esta región, recordábamos la triste coincidencia de que hace exactamente nueve años, el 8 de septiembre de 2008, otro huracán, el Ike, atravesaba también la Isla casi, de punta a cabo, como ahora lo hace Irma. De las experiencias que dejó aquella estela de destrucción y dolor sacan fuerzas ahora los camagüeyanos para levantarse a la vida, cuando el sol vuelva a aparecer sobre la llanura y este nuevo huracán se pierda definitivamente en el horizonte.