Roberto estuvo en el mundo del rock desde los 15 años. Autor: Lilibeth Alfonso Publicado: 21/09/2017 | 06:55 pm
GUANTÁNAMO.— Vaya coincidencia, pienso apenas lo mencionan a través del 104, el número por el que puede solicitarse una ambulancia cuando la vida de una persona está en peligro.
Mientras repito el nombre de un joven enfermero emergencista, los recuerdos me trasladan, sin embargo, a otro escenario: al de una plaza guantanamera desbordada de pasiones, de muchachos y muchachas seducidos por C-4. Y en medio del escenario él, inquieto, con su melena larga y despeinada haciendo «temblar» la batería o las cuerdas de la guitarra eléctrica.
Es que para mí, el nombre aludido hasta ese instante solo establecía una fuerte analogía con Beto, el roquero mayor de una explosiva banda que marcó la existencia del género en esta parte de la Isla.
Por eso, vuelvo a llamar al teléfono de la vida: «Disculpe, por favor, repítame el nombre y los apellidos del joven de quien me hablaron».
«Roberto Leyva Soto, pero todos le llaman Beto», me repiten. Nada, pura casualidad, me convenzo. Y salgo en busca de un consagrado en ese servicio, que es una prioridad en el sistema cubano de atención médica.
Me lo encuentro en el centro coordinador provincial del Sistema Integrado de Urgencias Médicas. Y no era casualidad. Tengo frente a mí al mismo muchacho de mis recuerdos. Sin su larga e hirsuta cabellera, el sosiego parece haberse adueñado de él, a pesar de una década vivida entre urgencias.
—¿Y ese giro que le diste a tu vida?
—No te puedo decir que era el sueño de mi vida, pero sí fue un giro que reveló mi verdadera pasión. Andaba en el mundo del rock desde los 15 años. Estuve primero en la banda Escorso y muy jovencito fundé C-4, y le ponía todo mi empeño como aficionado; pero un buen día unos amigos me hablaron de una convocatoria para la preparación de jóvenes en emergencia médica y, aunque ya estudiaba Ciencias Exactas en el Instituto Superior Pedagógico, me incorporé a ese curso y me gradué al cabo de un año como técnico básico en urgencias médicas.
—¿Y el rock?
—Seguí con mi banda, que como le dije era del movimiento de aficionados.
—¿Cómo llegó entonces el roquero al centro coordinador provincial?
—Cuando me gradué había plaza aquí y me la ofertaron por los resultados y la disciplina que mantuve en el curso, y porque no era estrecha la mentalidad de quienes me dieron una oportunidad de trabajar aquí, específicamente como parte de los equipos que laboran en las ambulancias de urgencia, ya que también hay un servicio clasificado como de no urgencia.
—¿Cómo te las arreglabas con la música, los espectáculos...?
—Me las arreglaba, pero ciertamente este trabajo me atrapó pronto y me dejaba poco tiempo para otras cosas. Entonces decidí hacerme enfermero emergencista. Antes del año de trabajo me dieron esa posibilidad, y sin dejar mi puesto de labor hacía la licenciatura; pero a partir del segundo año me liberaron para que me dedicara solo a mi carrera, que dura cuatro años. Entonces sí dije adiós al rock, aunque viajábamos por todo el país, incluso compartimos escenario en una ocasión con el dúo Buena fe, y es un mundo en el cual realmente el ingreso monetario puede ser superior.
El trabajo del SIUM es una labor muy exigente, con guardias de 24 horas y siempre con una vida cuya salvación está en tus manos, comparte Beto. Foto: Lilibeth Alfonso Martínez
—¿Entonces, por qué la decisión?
—Porque me gusta el trabajo en el SIUM y es una labor muy exigente, con guardias de 24 horas generalmente sobre ruedas y siempre con una vida cuya salvación está en tus manos. Es una responsabilidad muy grande y hay que estar centrado en eso. Y cuando no estás sobre la ambulancia, estás pensando en lo que viviste en el día, en las situaciones que se te presentaron y entonces buscas el tiempo para actualizarte, para profundizar en los conocimientos.
«En las urgencias médicas no se puede olvidar que el tiempo es vida y calidad de vida para un semejante, y no se puede improvisar. Es importante actuar rápido, pero despacio».
—¿Cómo se explica eso si siempre andan «volando»?
—Andamos con la urgencia de quien sale a salvar una vida en riesgo. El papel de quienes trabajamos en las ambulancias del SIUM no es tan solo trasladar con urgencia a un paciente. Es, primero, saber ponerlo a bordo sin agravar su situación. Eso es muy delicado, y no se procede igual por ejemplo, con un infartado, que con un herido con arma blanca, un accidentado en la vía o una persona que ingirió tóxicos.
«Cada caso, y los primeros auxilios a bordo de la ambulancia, llevan un protocolo muy estricto. Se trata de una terapia ambulante. Y, ciertamente, hay que andar volando como usted dice, porque el tiempo es vida, pero el tiempo se ajusta a la conducta médica correspondiente. Estos son algunos de los secretos de la mejor práctica en la urgencia médica».
—¿Y qué te ha aportado como ser humano?
—Te enseña a ser una persona tranquila en cualquier urgencia, que sabe actuar calmadamente, pero sin perder tiempo. Me ha enseñado a amar y considerar a cualquier persona tanto como a mí mismo y a mi familia.
«Cuando apenas empezaba como parte de la tripulación de la ambulancia de urgencia, en unas de mis primeras guardias, llaman de un poblado, La Yaya, a más de 12 kilómetros del centro coordinador, que queda al sur de la ciudad, por un caso grave. Era una señora de 70 años. Estaba en paro hacía 20 minutos. Hice la intubación endotraquial que correspondía y los demás procedimientos establecidos en el protocolo.
«Al dar la señora señales de vida, yo también volví a la vida, y cuando la entregué a los médicos de la unidad de cuidados intensivos en el hospital provincial, regresé llorando al SIUM. Me emocioné».
—¿A veces da la impresión de que las tripulaciones de las ambulancias del SIUM no se quieren mucho la vida, por la velocidad con que andan por la vía?
—Si el que presta auxilio no cuida ante todo su propia vida, no puede hacer nada por el que requiere ser socorrido; pero no puedes andar como en un carro de paseo o en un transporte normal. Hay que correr, cuanto más sea posible, mejor, pero la clave es saberlo hacer.
«Para manejar una ambulancia del SIUM hay que tener como mínimo diez años de experiencia, y es un proceso muy riguroso el de aprobación. Yo me siento muy seguro con nuestros choferes: son jóvenes, muchos han sido patrulleros en ciudades grandes, como la capital, y han sido entrenados y permanentemente son evaluados.
«Generalmente cuando vamos en busca del paciente, la velocidad es mayor, porque las ambulancias son una especie de unidades de terapia rodantes, y mientras se transporta al centro hospitalario, ya está siendo atendido. Los choferes son, como nosotros, paramédicos, bien entrenados en las urgencias, de manera que no es solo un buen conductor de vehículo».
—Una de las quejas frecuentes de la población es la demora en llegar, en algunos casos. ¿Qué experiencias tienes al respecto?
—El SIUM abarca las urgencias y las no urgencias, y a veces lo que sucede es que las personas no saben distinguir, o no comprenden que el parque vehicular es reducido y puede haber demora, en dependencia del caso. Aquí han llamado por una persona con fiebre alta o porque se cortó un dedo picando una cebolla.
«Uno nunca sabe la gravedad si no la tiene delante y debe acudir siempre que sea posible. Quejas siempre habrá, porque además no todo el mundo entiende o comprende que trabajamos y padecemos las mismas limitaciones de otros sectores, que en nuestro caso las agrava el bloqueo de Estados Unidos contra Cuba; pero lo importante es incrementar nuestra capacidad de respuesta, que cada vez es mayor pese a las restricciones de la economía».