Miradas. Obra del pintor Ernesto Rancaño. Diciembre 2004. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 06:40 pm
Aquella anécdota del 27 de abril de 1879, en el Liceo de Guanabacoa, donde, frente al capitán general, el jovencísimo orador decía: «Los hijos trabajan para la madre. Para su patria deben trabajar todos los hombres», no cesa de enviar guiños al presente. Como al colonialismo de ayer, José Martí le sigue pareciendo al imperialismo de hoy un «loco peligroso», de ahí que cada proyecto contra Cuba sea esencialmente un proyecto contra su héroe mayor.
Ahora que la prensa está en la diana hay que decirlo claramente: José Martí es el primer periodista y el primer patriota cubano que los proyectos de vuelque de esta Isla quisieran derribar. ¡Demasiado peligroso…! Eso explica que a las muy antimartianas Radio y TV Martí les hayan puesto ese nombre: no hay mejor manera de atacar al Apóstol que embadurnando su nombre con la promoción de ideas que niegan el desvelo perenne por el que dio la vida.
Solo el nombre pudiera salvar la honra de ambas plantas de comunicación, pero como es —otra— usurpación de la verdad, se erige en sí mismo en denuncia. Tal es el descrédito de estas emisoras federales que en los propios Estados Unidos muchas voces han pedido su cierre, considerando sobre todo que no vale la pena gastar 27 millones de dólares anuales para mostrar lo que nadie ve, decir lo que pocos creen y tumbar lo que no se cae.
Además de denunciar casos de nepotismo y corrupción en la agencia —que en su momento provocaron un desfile de «plumas tarifadas» por la puerta trasera—, ya en 2010 varios senadores demócratas consideraron que su programación tenía escasa calidad y poca audiencia entre quienes se suponen son sus destinatarios principales: los cubanos de Cuba.
Yendo más lejos, hace unos años el entonces representante demócrata William Delahunt retó a «encontrar a alguien que haya visto TV Martí», a la que calificó con la más dura sentencia que pueda recibir canal alguno: una «estación de televisión sin audiencia».
Adicionalmente, varias inspecciones de la Oficina de Investigaciones del Congreso a la Junta de Gobernadores para las Transmisiones (BBG), que es la agencia federal a la que pertenece la Oficina de Trasmisiones hacia Cuba (OCB) —«madrina» de ambas plantas—, ha señalado no solo la bajísima audiencia en la Isla, sino también el desconocimiento de la efectividad de la transmisión, el mal uso de los fondos, problemas en los contratos y la violación de la objetividad, la precisión y la veracidad, estándares periodísticos supuestamente inviolables en la tierra de Obama.
A inicios del año pasado Betty McCollum, congresista demócrata por Minnesota, presentó un proyecto de ley para eliminar las estaciones de radio y televisión que enviaban «informaciones» a la Isla y lo acompañó con una exigencia muy pragmática: «¡Paren de malgastar el dinero de los contribuyentes en transmisiones a Cuba!».
Pero en una época de bombardeos abiertos y guerras soterradas, la mentira suele ser un buen negocio. Cuidando el suyo, María «Malule» González, directora de la OCB desde finales de 2015, afirmó que en el proceso de normalización de relaciones entre Estados Unidos y Cuba las emisiones para promover la «democracia» en Cuba «tienen más sentido que nunca».
Malule es boricua, así que su designación puede ser, en efecto, un emblema de la usurpación martiana porque el auténtico José Martí luchó justamente a la inversa que ella y fundó en Nueva York un partido cuyas bases establecían en el primer artículo que «el Partido Revolucionario Cubano se constituye para lograr, con los esfuerzos reunidos de todos los hombres de buena voluntad, la independencia absoluta de la Isla de Cuba y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico».
Empleada del imperialismo decadente cuyo nacimiento denunció nuestro Héroe Nacional, la directora considera una complicación que ella y los suyos hagan muy bien su trabajo en tanto ello supondría, a su juicio, la consecución de la libertad en la Isla. «Ese sería el día en el que sentiríamos que la misión está completamente lograda», declaró en una entrevista la responsable de esta plataforma nacida bajo los oficios del nunca bien repudiado Ronald Reagan.
Como toda vieja serpiente, el imperialismo muda varias veces la piel. En meses recientes se ha comentado la posibilidad de la «desfederilización» de estas emisoras, presunción que ha hecho que sus empleados —temerosos de que el escudo federal no proteja abiertamente sus infamias— se pongan las manos en la cabeza.
En la práctica, ello no haría más que camuflar el vínculo de su gestión subversiva con un Gobierno que, aunque dice querer un mejor futuro para todos los cubanos, empleó entre 1984 y 2015, bajo el traje de cinco administraciones, 797 millones de dólares para atacarnos, difamarnos, denigrarnos y, sobre todo, desunirnos mediante la ponzoña de esos canales de comunicación.
«Los Martí» —como les dicen allá— no martianos —como replicamos acá— son apenas una palanca en la maquinaria del odio. En esta etapa de felino acercamiento a Cuba, el Gobierno estadounidense centra su atención en los jóvenes y en los medios de prensa como blancos y potenciales flechas del «cambio de régimen» soñado, sí, desde los días de la «fruta madura», porque aun entonces no querían nada parecido al influjo patriótico de Fidel.
Solo en el año pasado, varias ONG estadounidenses recibieron unos cuatro millones de dólares para poner su granito de arsénico en el proyecto de lograr el desmoronamiento de Cuba.
El sitio ecuatoriano el telegrafo.com publicó afirmaciones del periodista estadounidense Tracey Eaton en el sentido de que la National Endowment for Democracy (NED), financiada por el Congreso de Estados Unidos, tiene a los jóvenes cubanos como principales destinatarios de sus programas de «cambio de régimen».
La comunicación, con un financiamiento de más de dos millones de dólares, y la actividad política en las comunidades, con 673 000 y tantos, son los focos centrales de los proyectos del Gobierno de Obama con careta de la NED, una entidad privada que, según publicó John M. Broder en The New York Times, el 31 de marzo de 1997, se creó «para llevar a cabo públicamente lo que ha hecho subrepticiamente la CIA».
Tracey Eaton ha señalado que desde que George W. Bush activó la llamada Ley para la Democracia en Cuba —que faculta al Congreso a erogar 20 millones de dólares anuales para cambiar lo que no les toca cambiar en la Isla—, en las dos últimas décadas se han destinado a ese fin 284 millones, según confiesa sin rubores la propia Casa Blanca. Desde 2009 hasta 2015, el Gobierno de Obama aprobó 133 millones para ese fin, pero en este año de «generosa» Directiva Presidencial sobre la política hacia Cuba subió la parada hasta los 30 millones que apuestan por la caída de la Revolución.
El ataque radioeléctrico pudiera resumirse en las alrededor de 2 000 horas de transmisión semanales desestabilizadoras desde Estados Unidos a Cuba. Es más que radio y TV Martí, aunque ambas, por el símbolo poderoso que intentan arrebatar, centran parte importante de una disputa que abarca la diplomacia, la política, la tecnología y hasta el ingenio nacional.
Alrededor del anuncio simultáneo que el 17 de diciembre de 2014 circunvaló el mundo en unos pocos segundos, habita intensa lucha. En ella, José Martí no es soldado caído sino guía intacto de su pueblo. Además de la razón y abundante solidaridad internacional, tenemos de nuestra parte ciertas energías del universo. Para no verse en Cuba, en una etapa Tele Martí empleó un globo ubicado en Cudjoe Key; en 2005, el huracán Dennis, que antes había lastimado a los cubanos, al parecer quiso compensarnos y desapareció aquel globo para siempre.
Después, los secuestradores del Apóstol apelaron a otros recursos tecnológicos —como aviones que terminaron anclados en tierra—, pero hasta aquel violento huracán pareció propicio para que cada cual, aquí como allá, se acordara del lúcido orador del Liceo de Guanabacoa y decidiera para la madre de quién desea trabajar.