Mi papá me traía desde pequeño al mar, crecí sobre cubiertas y hoy aspiro a ser capitán como él, confiesa Javier. Autor: Cristian Domínguez Publicado: 21/09/2017 | 06:19 pm
Surgidero de Batabanó, Mayabeque.— Miles de cubanos llegan cada año a este lugar, para iniciar viaje por las aguas del Caribe hacia la Isla de la Juventud; pero muy pocos conocen los secretos que guarda este pueblo de pescadores en la costa sur de la joven provincia de Mayabeque.
Sobre las aguas del Golfo de Batabanó se redactó el borrador de la Enmienda Platt, y desde ellas Alejandro de Humboldt, el llamado segundo descubridor de Cuba, salió a realizar el bojeo a la Isla.
Cuentan que en esta tierra estuvo también el padre de José Martí, don Mariano, trabajando en el muelle como celador, oficialmente nombrado por la Corona española. Aún los viejos atrapan la atención de los niños con las historias sobre la guerra entre esponjeros y patrones, o la llegada de piratas y corsarios.
Es este un pueblo de leyendas, marinos y nostálgicos. A pesar del nuevo muelle hecho de granito, todavía muchos anclan ilusiones en el antiguo, del que solo quedan algunos maderos obstinados en resistir las corrientes oceánicas.
Los hijos de esas costas siguen allí y los barcos también, más de 80 de ellos aventurándose al mar cada día tras esponjas o peces.
Enviada 100, con solo diez meses sobre las olas, es una de las embarcaciones encargadas de la recogida de langostas en los cinco puntos de acopio en el Golfo.
«Estos centros son casitas montadas sobre pilotes de línea de ferrocarril, donde se recibe la captura de los barcos durante todo el día», explica su capitán, Ernesto Mesa Blen, quien hace 39 años vive ante un horizonte azul.
«He pasado toda la vida en una lancha así. Ahora mi hijo sigue mis pasos y lo ayudo, estoy muy orgulloso», añade.
Junto al vaivén de las mareas y la juventud que le contagian cuatro muchachos, el viejo marinero de mirada profunda pasa las horas; así, durante diez jornadas, los cinco tripulantes de Enviada 100 salen al mediodía y regresan en la madrugada, abastecen de insumos a las naves que pescan y traen al puerto su captura.
Hijo de capitán
Las manos de Ernesto dan vueltas al timón, y junto a él giran los ojos de su hijo aprendiendo trucos y movimientos para dirigir la proa. Según los demás tripulantes, no es raro verlos así, pues como su padre, Javier también quiere ser capitán.
En el Golfo de Batabanó se registra la mayor captura de langosta en Cuba. Foto: Cristian Domínguez.
«Mi papá me traía desde pequeño, y así comenzó mi amor por el mar. Crecí sobre cubiertas, recogiendo langostas en los centros donde se acumulan», dice Javier Mesa Gómez, un joven de 25 años que entre entradas y salidas del puerto no abandona Surgidero, aunque encontró el amor a más de 30 kilómetros de allí.
«Actualmente vivo en Güines con mi esposa e hija de cinco años; me enamoré por allá. Durante diez días consecutivos estamos yendo y viniendo del mar, salimos al mediodía y regresamos en la madrugada; en este horario influye el clima, el estado del barco…; a veces llegamos al amanecer.
«La noche es más propicia para trasladar estos crustáceos, disminuye el calor y ello permite que lleguen más frescos a la industria, pues debemos entregarlos vivos. Además, embarcamos hielo, agua, combustible, comida y otros insumos para proveer a los barcos que están pescando».
Agrónomo primero y luego profesor general integral, Javier cambió la tierra y el pizarrón para seguir las huellas de su padre.
«Fui agricultor y maestro, pero como marinero mis ilusiones toman forma, es lo que me gusta y he visto desde que nací. Mi familia está contenta, a veces se asusta por los riesgos de este trabajo, pero sus encantos son infinitos y te vuelven osado».
—¿Cómo lidia tu familia con que te ausentes diez días de la casa?
—En esas jornadas vienen al puerto siempre que pueden, pues de lo contrario no podría verlas. En ocasiones la niña llora, siempre que llamo por teléfono pregunta cuándo voy. Uno a veces se queda sin palabras, pero converso y le explico que papi está trabajando en lo que le gusta, y por ella.
«Quiero que la vida me permita envejecer aquí, como patrón de barco, para seguir los pasos de mi padre y continuar la tradición familiar».
El mar enciende fogones
Toma una bocanada de aire y se lanza al agua desde la popa. Está helada, pero su cuerpo, adaptado a la frialdad de las corrientes, apenas lo nota. Baja y baja, más de cinco metros hasta donde están los chinchorros llenos de langostas.
Aunque nadie en su familia se dedica a labores relacionadas con el mar, Duniel asegura que es un enamorado del mundo marino. Foto: Cristian Domínguez.
«Bucean a pulmón limpio. Los que se dedican a esto deben tener muy buena respiración. Las jaulas están en el fondo y hasta allá descienden a cogerlas. Para capturar las langostas se desarrollan artes artificiales, pues ellas viven en los pesqueros de guano que ubica el hombre y sirven para resguardarlas del sol», explica Duniel Moreno González.
En la cocina del navío, escucho a quien ha sido pescador de langostas o esponjas y ahora se desempeña como cocinero en una embarcación de recogida.
«Hace dos meses empecé en esta faena. El barco donde trabajaba está roto, por tanto aquí estoy y no me quejo, me va de maravilla; es una labor bien remunerada y la disfruto junto a mis compañeros.
«Visitamos los centros de acopio, tres de los cuales están por la Ciénaga de Zapata y los otros dos entre la Isla de la Juventud y Pinar del Río. Podemos llegar a cualquiera de ellos durante el día, en dependencia de la cantidad que haya reportado cada uno. Existen cinco lanchas como esta para esa labor».
Para este muchacho que nació y ha crecido en Surgidero, estar entre olas es todo lo que necesita para ser feliz.
«Nadie en mi casa es pescador; sin embargo, la vida mía es el mar. Me sedujo desde pequeño, como a la mayoría de los que aquí vivimos».
—¿Qué quieres de la vida?
—Ya lo tengo: una familia y tranquilidad; salud para mis niños, uno de nueve años y otro de tres. A veces ellos no entienden que debo salir a trabajar y, por ello, estar hasta más de diez días fuera de casa. Antes, cuando capturaba esponjas, eran 20. Nada, es lo que escogí y me satisface.