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Los galones de papá

La teniente coronel Misleydis Almenares Aguilera recuerda que, en la despedida, su padre le prometió traerle el certificado de Misión Cumplida en Angola

Autor:

Juan Morales Agüero

LAS TUNAS.— Con los ojos encharcados de recuerdos, la teniente coronel Misleydis Almenares Aguilera, oficial de la Jefatura Provincial de la Policía, le pasa revista a los tiempos en que tuvo a su padre al alcance de un beso. Cuando lo evoca tal cual era, la emoción le entrecorta la voz. Entonces parece como si la memoria de su papá tomara cuerpo y se hiciera un lugar en nuestro diálogo.

Su último referente afectivo data del 25 de febrero de 1979. Ella transitaba a la sazón por sus 13 primaveras; y él, combatiente internacionalista, caía peleando en la República Popular de Angola. El impacto de la mala nueva estremeció hasta los tuétanos el mundo interior de la adolescente.

Hoy, a 25 años de que regresaran los restos de su padre como parte de la Operación Tributo, en la que casi 2 300 caídos en misiones militares y en tareas civiles retornaron a la Patria, ella vuelve sobre sus memorias.

Mejor le preguntamos a papi

«Los buenos padres nunca se olvidan —dice—. Y el mío fue de los mejores. Lástima que, como lo perdí tan joven, no pude disfrutarlo lo suficiente. Su muerte me dejó un enorme vacío en el alma. Lo siento cuando paso por situaciones difíciles. Entonces pienso en lo bien que me vendría un consejo suyo».

Los avatares infantiles de Joaquín Almenares Despaigne, su padre, le fueron relatados a Misleydis por él mismo, tal vez con ella acomodada sobre sus rodillas. Seguro le contó que no pudo asistir a la escuela, porque tuvo que trabajar para ayudar al sustento de la familia. Y también cómo en los años 40 del siglo pasado su gente resolvió cambiar su natal Palma Soriano por el poblado tunero de Ramírez, próximo a la localidad de Jobabo, en busca de paliativos económicos.

Su abuela le detallaría después, mientras le preparaba refrigerios, los ímpetus juveniles de Joaquín. Y le habló de su espíritu de justicia, de su amor por los humildes, de su nobleza de carácter... Y le reveló que en la clandestinidad llevó mensajes, fármacos y balas a los rebeldes. Hasta que lo ficharon por revolucionario y se vio obligado a esconderse.

«Según abuela —acota la oficial—, papá fue siempre el guía de la familia. ¡Todo se lo consultaban! A pesar de ser el cuarto de los nueve hijos, su criterio prevalecía sobre el de los otros. Ante cualquier dilema común, los hermanos mayores, los menores y hasta sus padres, proponían: «Mejor le preguntamos a Papi a ver qué opina». Y lo que él dijera, se hacía».

Después del triunfo de enero de 1959, Joaquín se planteó recuperar el tiempo perdido. Así, luego de alfabetizarse, corrió a inscribirse en los cursos de capacitación para operar equipos agrícolas mecanizados. Misleydis conserva como un tesoro un recorte de periódico donde aparece él al timón de un flamante tractor soviético. También estuvo entre los fundadores territoriales del Instituto Nacional de Reforma Agraria, la Asociación de Jóvenes Rebeldes y el Ejército Juvenil del Trabajo. Sin dudas, un currículo de lujo.

«Todos hemos sido una sola persona»

La madre de Misleydis no quedó a la zaga en la relatoría. En sus conversaciones con su hija le fue refiriendo cómo conoció a su padre en el poblado de La Posta, en 1963. Andaba él por allá en menesteres de salvamento, luego del paso del ciclón Flora. Se enamoraron y Joaquín no tardó en cargar con ella y con sus cuatro hijos para Victoria de Las Tunas, a vivir en una casita de madera y zinc en el reparto La Victoria.

«Allí nací yo, en 1965 —precisa Misleydis—. Luego nos mudamos para otra vivienda, no mucho mejor que la anterior, donde vinieron al mun do mis hermanos Joel y Joaquín. En total, éramos 10. De entonces acá, todos hemos sido una sola persona. La vida me lo ha confirmado durante estos años».

Misleydis recuerda que, por aquella época, Joaquín permanecía escaso tiempo en su casa. «Andaba ocupado a toda hora con sus tareas revolucionarias», precisa. De ahí que resultaran auténticos sucesos sus llegadas, siempre con algún «engañito» para sus hijos, especialmente para ella. Algunos fines de semana reunía a la familia y la llevaba en un jeep a Ramírez, a ver a los abuelos. No quería que nada los dividiera.

Cada vez que sus deberes se lo permitían, se iba con su prole hasta la Feria Agropecuaria, lo mismo a ver una película en el anfiteatro que a admirar a los vaqueros en la pista de rodeos. También a darse un atracón de mangos en una finca próxima a la carretera. Y en vacaciones no faltaba el viaje a la playa. Como aquel en el que, a falta de mejor hospedaje, pernoctaron, muertos de la risa, debajo de una carpa.

Joaquín ingresó después a las Fuerzas Armadas Revolucionarias en calidad de político. Tenía habilidades para convencer y motivar, siempre con su ejemplo personal como bandera. Si había que ir a cortar caña, era el primero en dar el paso al frente. Eso le daba mucha autoridad ante sus subordinados.

«Mamá me cuenta que mi padre jamás aprovechó sus cargos para favorecer a los suyos —acota Misleydis—. Sus choferes, a sus espaldas, le traían a ella un racimo de plátanos o cosas así, siempre con la complicidad de su silencio. Él no permitía privilegios. «Consuman lo que viene a la tienda», decía».

«No, seguramente se trata de un error»

A finales de 1977 Joaquín partió para la República Popular de Angola. A los pocos días la familia tuvo noticias suyas. En sus primeras cartas, escritas en hojas pequeñas, aseguraba estar bien, y rogaba que todos en su casa le escribieran. Pero no mensajes colectivos, sino individuales. «Aunque sean garabatos», bromeaba. Así se garantizaba recibir mucha correspondencia.

«En noviembre de 1978 vino de vacaciones por un mes —continúa Misleydis—. Eso nos trajo muchas alegrías. Cierro los ojos y me parece verlo en el patio en camiseta y con su toalla sobre los hombros, friendo chicharrones, en lo que se creía un especialista. O conversando en la escuela con mis profesores para informarse sobre cómo me iba en los estudios…

«Como la casa donde vivíamos estaba en muy mal estado, un cuñado mío hizo gestiones y consiguió una reservación en el motel El Cornito. Quería que mi padre y mami tuvieran un poco de intimidad durante la estancia de él en Cuba. Allá estuvieron un par de días ¡Y nosotros, los muchachos, locos por acompañarlos! Todavía me río de aquella pretensión».

Joaquín Almenares Despaigne regresó a la República Popular de Angola en diciembre de 1978. Misleydis recuerda que, en la despedida, le prometió traerle, junto con su certificado de Misión Cumplida, el vestido que luciría en su fiesta de 15. Pero —¡ay!— una bala enemiga le impidió cumplir su promesa.

«La noticia de su muerte nos llegó un sábado —cuenta en voz baja—. Estábamos todos en el portal, cuando vimos acercarse a uno de mis cuñados en compañía de otras personas. Mi mamá pensó que venían a festejar algo. Pero, apenas miró de cerca sus caras, supo que algo muy grave pasaba. Y así fue. Le comunicaron que mi padre había muerto en una emboscada».

La familia quedó de una pieza. ¡Nadie podía creerlo! «No, seguramente se trata de un error», decían algunos. Pero tuvimos que aceptar la realidad. Misleydis testifica que en la casa hubo tres días de velorio. A toda hora llegaba gente a dar el pésame: amigos, parientes, vecinos, compañeros...

«Así se me fue mi padre —musita con ojos nublados—. Tenía solo 39 años de edad. Joven todavía, ¿verdad? ¡Me hubiera gustado tanto haberlo tenido junto a mí cuando tuve mi primer novio, o cuando terminé mi carrera universitaria, o cuando cumplí mis 15 años, o cuando tuve a mi hija! No me dejó nada material. Solo honradez, decencia, compromiso, respeto... Esos fueron los galones que me legó. Son mi patrimonio».

Joaquín Almenares tuvo siempre devoción por su familia. Aquí aparece junto a su esposa, sus dos hijos varones y, por supuesto, Misleydis.

Los allegados a Misleydis suelen apuntarle su parecido con Joaquín. Ella considera que, en especial, tienen en común su liderazgo familiar. En efecto, aun siendo la menor de las hembras, todos la abordan para que opine y decida sobre los más variopintos asuntos. Igual ocurría con su padre.

Un día vinieron a entregarle a la familia sus pertenencias. Entre ellas estaba un paquetico con todas las cartas que recibió durante su misión africana. También su carné del Partido, al que perteneció desde los 24 años de edad.

«La foto que identificó sus restos en la Operación Tributo, el 7 de diciembre de 1989, la tengo en mi cuarto, sobre una mesita de noche —asegura—. Cuando me siento deprimida, voy al cementerio y, a pesar de que no soy creyente, hago como si conversara con él. Regreso a mis tareas fortalecida y lista de nuevo para la pelea. Él es como si fuera mi Dios».

En Las Tunas, dos CDR llevan el nombre de Joaquín Almenares Despaigne. «Es un homenaje a su memoria —dice Misleydis—. En cuanto a mí, nunca dejaré de lamentar su ausencia. Pero me consuela saber que entregó su vida por una causa en la que creyó. Murió como quiso morir. Por eso también lo admiro».

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