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Cultura en El Boquerón

Los vecinos de una comunidad tunera desafían la adversidad

Autor:

Juan Morales Agüero

PUERTO PADRE, Las Tunas.— El siglo XIX estaba por hacer mutis cuando un grupo de familias de pescadores decidió tirar los cordeles de su existencialidad en una franja de la bahía de bolsa de esta ciudad. Como los estuarios de dos corrientes fluviales tenían esculpida en el litoral una suerte de boca, un chusco bautizó al incipiente suburbio con una denominación ad hoc: El Boquerón. Y con tal nombre se le conoce aún.

El tiempo navegaba entre anzuelos y atarrayas. Alguien resolvió tirar anclas y otear el horizonte. «No solo de pescado vive el hombre», parodió, reflexivo. Corría el 2007 y algo había que hacer. Entonces un temblor sacudió la comarca portuaria con la energía de un peje grande: nacía el proyecto comunitario Boquerón, un espacio azul para la cultura.

Su primer desafío grande sobrevino un año después: en septiembre de 2008, el tristemente célebre huracán Ike se ensañó con la Villa Azul de los Molinos. Sus ráfagas despiadadas y poderosas arrancaron árboles, demolieron viviendas, tumbaron postes y derribaron monumentos. Llegada la calma, el proyecto salió a trabajar e hizo suyas las labores de recuperación. Incluso hizo más: propuso acciones concretas para descartar las flaquezas si volvía a mostrar su talante por allí otro fenómeno de esas características.

Desde su debut, la iniciativa resultó ambiciosa. Su propuesta fue contribuir a la calidad de vida de los lugareños mediante acciones comunitarias donde el hecho artístico deviniera siempre auténtico protagonista. Además se planteó recuperar y fortalecer la unión entre los vecinos, rescatar valores perdidos y neutralizar las indisciplinas y los delitos.

Así lo confirmó JR el día en que coincidió allí otra tromba sociocultural no menos impetuosa: el proyecto comunitario Por nosotros mismos, que le tomó el pulso a la autoestima del vecindario durante la celebración de su Fiesta del Mar.

Botones de muestra

«Aquí el trabajo comunitario es permanente y se aprecia por cualquier lugar» —asegura Ana María Ávila, promotora cultural del barrio—. Es que el proyecto genera una motivación muy grande y todos quieren enriquecerlo con su granito de arena. ¿Observó qué bien pintadas están las casas? ¿Y qué limpios lucen los alrededores? Esos detalles también son cultura».

El proyecto actúa sobre una población de casi 7 000 habitantes, y entre sus objetivos cardinales figura el de potenciar sin distinción de sexos los espacios participativos en defensa de la cultura, la identidad y el medio ambiente. También, y en la misma cuerda del enfoque de género, propiciar la capacitación de sus vecinos como agentes facilitadores de la transformación social del barrio.

En El Boquerón se niegan a permitir que las tradiciones sedimentadas allí durante años se diluyan impunemente en el olvido. Uno lo palpa en el esmero que ponen los artesanos por conferirles visos de obra de arte a cada caracol de mar o a cada pieza de madera sometida a la polisemia de su imaginación. Tampoco renuncian a la antigua técnica de trenzar redes y construir otras artes propias del oficio.

Un crisol donde se forja el acervo del barrio puertopadrense es la escuela primaria Hermanos Lara, centro promotor de la cultura y el deporte comunitarios. Allí, periódicamente, se realizan actividades dirigidas a promover el talento local y se organizan exposiciones artísticas sobre diversos temas. Sus habitantes recuerdan, en especial, una muestra de muñequería que gozó de inusitado reconocimiento público.

«En lo referente a la literatura, esta comunidad tiene el honor de contar con varias personalidades que le han otorgado prestigio y gloria al municipio en géneros como la poesía, el periodismo y la narrativa» —acota Ana María—. «Algunos, como el joven Frank Castell, tienen libros publicados y aparecen en antologías especializadas de otros países. Todos acuden siempre y con entusiasmo a nuestras convocatorias».

Todo es cultura

Antes de que los proyectos territoriales alcanzaran pujanza en El Boquerón, muchos de sus vecinos tenían la pésima costumbre de arrojar basura y desperdicios al mar. La contaminación aumentaba a ojos vistas, hasta que el grupo de trabajo comunitario decidió tomar cartas en el asunto. La labor profiláctica funcionó, y entonces sobrevino el cambio.

«Hoy la bahía de Puerto Padre está completamente limpia —asegura Nereyda Ávila, la activa delegada de la circunscripción—. Nuestra gente adquirió conciencia de lo importante que es proteger el entorno, incluso hasta para prever la aparición de enfermedades como el cólera. En ese aspecto ayudó la casa-biblioteca de la comunidad, con sus libros relacionados con el tema. Muchos los consultaban».

«Organizamos la biblioteca en mi casa, primero con libros de mi propiedad y luego con los que aportaron los vecinos» —dice Emilio Varona, un septuagenario jubilado, fundador de los órganos del Poder Popular—. «Tenemos textos de Agricultura, Derecho, Política, Historia, Salud, Geografía… También con materiales audiovisuales y hasta escritos en Braille. Muchos están aún en cajas, porque ya no caben en los estantes.

«Quienes más vienen en busca de información son los niños. Piden, sobre todo, obras de Martí, como La Edad de Oro. También la Constitución de la República, que recibimos del Centro de Intercambio y Referencia sobre Iniciativas Comunitarias (Cieric)».

El patio de la casa-biblioteca hace las veces de anfitrión del proyecto comunitario, «concebido por nosotros mismos», precisa Ernesto. Los domingos, a la orilla del mar, acoge una tertulia donde se declaman versos, se habla de arte y se cantan boleros.

Logros por nosotros mismos

Concursos de oralidad, talleres de artes manuales, siembra de árboles, fortalecimiento de las relaciones interpersonales, festivales para la protección del medio ambiente, alianzas con instituciones, la creación de una página web, limpieza del entorno… Todo eso y mucho más han potenciado en El Boquerón los proyectos sociales.

Pero siempre hay algo por optimizar, como el lamentable estado en que se encuentran algunas de las calles interiores. Cierto: escasean los recursos para urbanizarlas. Y cierto también: abunda la voluntad para conseguir que mejoren.  Entonces, en tanto les corresponde en su calidad de vecinos, es la misma gente del barrio la que debe asumir esa tarea.

Recordé lo que escribió José Martí el 26 de enero de 1895:

«Cada cual se ha de poner, en la obra del mundo, a lo que tiene más cerca, no porque lo suyo sea, por ser suyo, superior a lo ajeno, y más fino o virtuoso, sino porque el influjo del hombre se ejerce mejor, y más naturalmente, en aquello que conoce, y de donde le viene inmediata pena o gusto: y ese repartimiento de la labor humana, y no más, es el verdadero e inexpugnable concepto de la patria».

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