Parques y plazas como la del Carmen denotan, desde su espacio artístico-cultural, la singularidad de Camagüey. Autor: Otilio Rivero Publicado: 21/09/2017 | 05:45 pm
Camagüey— Enigmática, sorprendente, Santa María del Puerto del Príncipe, actual Camagüey, celebró su medio milenio el pasado 2 de febrero. Entre sus singulares atributos destaca que es una de las más antiguas urbes de todo el hemisferio occidental, incluso más que Ciudad de México, Buenos Aires, Lima, Río de Janeiro, Nueva York y San Francisco.
Como portadora de una historia y tradición dentro del contexto cubano, esa ciudad se convierte en foco generador de cultura.
Desde muy temprano la ciudad y su región orientaron su actividad económica hacia la ganadería y sus derivados, de modo que el camagüeyano fue, desde sus inicios, jinete y vaquero.
Ello tuvo consecuencias para la vida social y cultural de la región. Ante todo hubo una esclavitud relativamente menos numerosa que en las zonas eminentemente dedicadas a la fabricación de azúcar, actividad que también existió y, aunque provechosa, resultó menos importante que la cría de ganado vacuno y caballar.
Este orden socioeconómico estableció por mucho tiempo un hábito cultural: las ferias ganaderas, con rodeos incluidos. Estas tenían un doble carácter, el de actividad económica y cultural. Ello propició que el famoso San Juan camagüeyano mantuviera hasta mediados del siglo XIX desfiles a caballo por las arterias principales de la villa.
La práctica ganadera determinó otros rasgos de la sociedad principeña, como la tendencia a la familia endogámica —abundantes matrimonios entre primos— que impedía la división de las fincas, lo que favorecía el pastoreo.
Según el Doctor Luis Álvarez Álvarez: «La realidad económica influyó poderosamente en una organización patriarcal de la familia, centrada en las tradiciones, cuya conservación dio lugar a que se hable hoy del «Camagüey legendario»; lo cual no quiere decir que la ciudad pertenezca a la leyenda, sino que siempre generó narraciones que se consideraron como tal, pero que, en muchos casos, no eran sino historias vivas…».
Imaginar el nivel adquisitivo con que se desarrolló esta ciudad es casi imposible para muchos en el presente. El destacado historiador cubano Manuel Moreno Fraginals, en su obra mayor, El ingenio, planteó que Camagüey era un enigma para la historiografía cubana.
Solamente en el siglo XVIII se construyeron, casi al mismo tiempo, edificaciones de gran porte arquitectónico, como la iglesia convento de Las Mercedes, situada en la Plaza de los Trabajadores, y el hospital de San Juan de Dios, en la plaza de su mismo nombre, que no fueron financiadas precisamente por el gobierno colonial.
En ese mismo siglo se iniciaron las gestiones para construir el cementerio de la ciudad, que es hoy el más antiguo en uso de todo el país.
Pero sería el siglo XIX el que pondría de relieve todas las potencialidades de los principeños. Durante la primera mitad de esta centuria se edificó el ferrocarril Puerto Príncipe-Nuevitas, segundo del país y uno de los primeros de toda América Latina, y el puerto, conectado con la capital de la región, que tuvo gran impacto en la economía y la cultura de la villa. Este enlazaba a la región con otras más allá de la geografía nacional, como Nueva York, Boston y Burdeos.
El hecho permitía que, por ejemplo, si Alejandro Dumas publicaba una novela en París, esta se traducía en Camagüey unos tres meses después, gracias a la familia de los Peyrellade, quienes, al instalarse en la urbe, crearon una revista de literatura francesa, traducida al español.
Más que el «Pico de oro»
En esta llanura se redactó Espejo de paciencia, durante los primeros años del siglo XVII, por el canario Silvestre de Balboa y Troya. Muchos consideran así a Camagüey como la cuna de la literatura cubana, idea extendida y defendida por los lugareños.
El siglo XVIII se caracterizó, sobre todo, por el cultivo de la oratoria, ya fuera de carácter religioso o civil, con excepción de algún que otro texto literario como El príncipe jardinero o fingido Cloridano, de Santiago Pita.
Consta que uno de los oradores destacados de la Isla en ese siglo, denominado «Pico de oro», fue el presbítero Montes de Oca, párroco en Puerto Príncipe, valorado de esta forma por Enrique Saínz en su texto La literatura cubana de 1700 a 1790, publicado en 1983.
En 405 años luego de Espejo de paciencia, generaciones de intelectuales han descollado en esta tierra.
Sobresale la Avellaneda, la más destacada escritora en idioma castellano de todo el siglo XIX y cuyo bicentenario se conmemora al mismo tiempo que el medio milenio de la villa. Ella no solo legó una fecunda obra narrativa y poética, sino que su propia vida fue testimonio de rebeldía femenina.
Destaca también Aurelia Castillo de González, brillante periodista del siglo XIX en Cuba. Así lo refrenda el cuidadoso estudio que sobre su obra realizó la Doctora Olga García Yero en Aurelia Castillo, la escritura a conciencia, publicado por Ácana, en 2002. La eminente reportera cubrió la famosa exposición de París sobre la cual Martí escribió en La Edad de Oro, aunque en realidad no estuvo en ella.
La cultura en Puerto Príncipe ha sido prolífera, tanto, que cuando llegó la Guerra de los Diez Años algunas familias se fueron a la manigua con su piano. Y en esta hubo incluso una tertulia literaria y hasta un periódico mambí, que Ambrosio Fornet ha consignado en su exquisita obra El libro en Cuba.
Una primera vez para Puerto Príncipe
Pocos conocen que en la primera mitad del siglo XIX hubo que trasladar la Audiencia Primada de Indias, de Santo Domingo para Camagüey. Esa entidad jurídica fue la primera fundada por los españoles en América, y fue tal su impacto en la Isla que hasta los estudiantes de Derecho de la Universidad de La Habana tenían que pasar su último curso en ella para poder licenciarse.
Otras personalidades locales fueron tenaces promotores del arte, como el mambí Emilio Agramonte Piña, quien fundó la Escuela de Ópera de Nueva York. Sobre este otro Agramonte, menos conocido, Martí escribió su aforismo «Creer es pelear. Creer es vencer». Y al Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz lo catalogó como: «diamante con alma de beso».
Principeño fue el filósofo Enrique José Varona, impulsor capital de la psicología cubana. Aquí nacieron Ofelia García Cortiñas, figura que enalteció los estudios lingüísticos en Cuba; el científico Carlos J. Finlay, descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla; Arístides Agramonte Simoni, el primer médico cubano propuesto para el Premio Nobel de Medicina; y el relevante doctor Orfilio Peláez. La pintura ha dado nombres de gran relieve en la arena internacional como Fidelio Ponce de León, Flora Fong y Roberto Fabelo.
En 1933 aterrizaron aquí los aviadores españoles Barberán y Collar, en el primer vuelo trasatlántico, el más largo de la historia de la aviación mundial de la época.
En esta tierra de proezas se constituyó la Confederación Obrera de Cuba. Aquí nacieron Mariano Brull, Emilio Ballagas, Rolando Escardó y el Poeta Nacional, Nicolás Guillén.
El Martí que amó a Camagüey
Martí no estuvo nunca en Puerto Príncipe, pero sus lazos con ella fueron muy fuertes, y no solamente afectivos por su esposa Carmen Zayas-Bazán: en su obra pueden identificarse más de un centenar de camagüeyanos.
El Héroe Nacional de Cuba anotó en sus cuadernos de apuntes nada menos que la receta del pan patato, de hecho, una de las poquísimas referencias del Maestro al arte culinario principeño, lo que consta en las Obras completas de José Martí, en el tomo 5, página 408.
En Camagüey nació el destacado jurista José Calixto Bernal, amigo del joven Martí durante su primer destierro en España. «Bernal escribió un folleto en defensa de la aspiración independentista titulado Vindicación. Cuestión de Cuba, que tal vez haya influido en su joven amigo para que escribiera años después su propio texto Vindicación de Cuba, subraya Luis Álvarez en su artículo Camagüey, medio milenio de cultura.
La herencia legada por los primeros padres es amplia y fuerte. Los camagüeyanos de hoy se empeñan en ser dignos de ella. La conmemoración del medio milenio resulta un examen de conciencia, un llamado a defender una idiosincrasia regional que, a la vez, es componente inalienable de la cubanía.