Para los cubanos, la II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) que está a punto de realizarse en La Habana, no es un evento de élites o un suceso frío, sin significado o provecho alguno, que discurra mientras nuestras vidas van por otro rumbo.
Nosotros sabemos de corazón qué significa decir que la Celac acrecienta la soberanía de la América Nuestra y profundiza los lazos entre naciones, en lo político, lo económico, lo social y lo cultural, con la premisa del respeto pleno a la democracia y los derechos humanos.
El foro que aglutina a 33 Estados soberanos de la región, y cuya presidencia pro témpore ejerce hasta esta cita la República de Cuba en la figura de su Presidente Raúl Castro Ruz, es el fruto de historias que conocemos en carne propia y que nos hacen sentir anfitriones muy sentidos de un evento que abordará los asuntos cardinales de nuestros pueblos.
Celac es para nosotros, entre otros símbolos, la leyenda de Simón Bolívar, sus historias de amor y pelea, con ese halo de titán que sacó lágrimas, una noche en Caracas, al pie de su estatua y bajo los árboles altos y olorosos de la plaza, a ese otro inmenso por la unidad que fue José Martí —tanto queremos a Bolívar, tanto nos acostumbramos a los trazos románticos con que lo dibujaron en su época, que hasta trabajo nos cuesta asumir como verdadera la imagen del nuevo rostro, esa ineludible que arrojaron los rigurosos estudios del presente—; y Celac es el abrazo literal de Fidel y de Chávez, esa relación de padre y discípulo que ha hecho posible tantos sueños en pos de los humildes de la tierra.
Los sueños han llegado lejos: llegué a verlos en el brillo de los ojos restaurados de una niña sumergida en la selva amazónica de Venezuela; ella, la tarde en que fui a verla en el año 2004, sonreía y disfrutaba los contornos de las cortezas de los árboles gracias a la Operación Milagro, esa que puso y pone luz en la mirada de tanta gente pobre.
Celac es saber que tantos miles de seres humanos han aprendido en Nuestra América a leer y a escribir; es sentir que la ayuda a Haití por parte de las naciones hermanas de la región no fue ni es un superficial gesto para postales publicitarias a raíz de una de las desgracias más grandes sufridas en la historia de la humanidad por cuenta de un terremoto.
Celac es para nosotros ver en las televisoras a presidentes de la región, y hablar de ellos como se habla de un ser querido: con admiración y tibieza. Yo, francamente, no me molesté el día en que un ciudadano de Sudamérica, en medio del ajetreo de su ciudad, me abordó para darme el pésame por la muerte de «su presidente» (el Presidente Chávez): le expliqué, sospechando algo de ignorancia, quién era mi presidente, y en lo profundo de mí volví sobre aquellas horas tan tristes de despedir físicamente a un hombre que se fue muy temprano, que tanto hizo por tantos, llorado en La Habana como un hermano, como un hijo, como un amigo, como un presidente propio.
Celac es para nosotros una gran familia, una fortaleza que no debemos dejarnos arrebatar así como así: el mundo, sospechosamente fragmentado, donde con inusitada frecuencia y acicates «amigables» del más allá estallan inconformidades que terminan desarticulando naciones enteras, es una gran escuela, una advertencia sobre la responsabilidad que tienen nuestros pueblos y gobernantes en la preservación de la unidad.
En el mensaje del Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Rafael Chávez Frías, y leído por Nicolás Maduro a la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños celebrada en enero del año 2013 en Santiago de Chile, el excepcional hijo de Bolívar reflexionaba: «Desde aquel diciembre de 2011, cuando fundamos en Caracas la Celac, los acontecimientos mundiales no han hecho más que ratificar la extraordinaria importancia del gran paso hacia adelante que dimos. Ahí está la crisis golpeando a EE.UU. y a Europa y arrojando a la miseria a miles de seres humanos. Miles de mujeres, hombres, niñas y niños han perdido sus casas, sus empleos, su seguridad social, sus más elementales derechos. Mientras que EE.UU. y Europa, parafraseo al eminente filósofo Ernesto Laclau, están cometiendo un suicidio colectivo, nosotros estamos capeando el temporal, y lo vamos a capear definitivamente. Somos, hoy por hoy, ejemplo para el mundo de unidad en la diversidad, en función de la justicia, el bienestar social y la felicidad».
Y otra gran idea compartió Chávez desde ese mensaje: «La gran política supone un aprendizaje permanente: es aprender a convivir con nuestras diferencias, aceptarlas y procesarlas, buscando siempre la mejor manera de complementarnos. La gran política impide que la intriga nos divida. No olvidemos aquella dolorosa advertencia de Bolívar: Más hace un intrigante en un día que cien hombres de bien en un mes».
Nosotros, los anfitriones, sabemos bien cuánto de grande y cercano habita en la Cumbre que está por suceder: es una realidad que asumimos desde la conciencia, y también desde los sentimientos, como hijos despiertos de esta América Nuestra.
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