VALLE DE LOS INGENIOS, Sancti Spíritus.— Las plantaciones de caña se mecen rítmicamente. El sonido de las mochas atraviesa las guardarrayas. El silbido del látigo al caer sobre el cuero del negro estremece. Desde el portal de cualquier hacienda se percibe esa imagen, ahora con visos cinematográficos, pero antaño dolorosamente descarnada e inhumana.
Según explicó el director de la Oficina del Conservador de la ciudad de Trinidad y su Valle de los Ingenios, Norberto Carpio Calzada, pretenden que todo se convierta en un espacio donde se pueda palpar la vida de nuestros antepasados, con la menor intervención posible de la contemporaneidad.
«Ya se aprecian resultados en el rescate de los valores patrimoniales y del mejoramiento de las casas de los pobladores de este paraje. La caña como paisaje cultural, la infraestructura del valle, los principales atractivos para el turista y el mejoramiento de las vías de acceso son algunos aspectos que hemos potenciado», explicó.
La casa hacienda Guáimaro, edificación del siglo XVIII y, según la Historia de Cuba, en cuyos predios estaba una de las mayores producciones de azúcar de su época, vive labores de ambientación general. Una brigada le devuelve los colores originales de la pintura de sus paredes y marquetería y la belleza de sus jardines.
Las habitaciones que un día recibieron a las más distinguidas familias trinitarias recibirán ahora a investigadores y turistas, interesados en conocer los resultados del centro de interpretación del desarrollo azucarero del Valle.
El ingenio de San Isidro de los Destiladeros, uno de los sitios de ruinas arqueológicas mejor conservado, porque posibilita la lectura integral de sus estructuras, recibe una restauración capital. El jefe de cuadrilla, el técnico, los carpinteros, albañiles y ayudantes laboran hasta que el sol se oculta. Con una mezcla semejante a la utilizada en el siglo XVIII, compuesta por tres partes de cal, una de arena y una libra de cemento, se resanan todas las paredes de la edificación.