SANTIAGO DE CUBA.— Al amanecer del 28 de mayo de 1957 el mar y la montaña vieron la audacia y el coraje erguirse en pos de la libertad. Al conocer la jefatura rebelde que se había producido por la costa norte de Oriente el desembarco del Corynthia, con un grupo de revolucionarios, Fidel decidió atacar la guarnición militar que se encontraba en la localidad costera de El Uvero, con el objetivo de entretener a las fuerzas de la dictadura y disminuir la presión sobre los expedicionarios.
En plena costa sur de la Sierra Maestra, junto a la carretera que hoy enlaza a las provincias de Santiago de Cuba y Granma, tuvo lugar una de las más audaces acciones de la guerrilla revolucionaria, bajo el mando del Comandante en Jefe Fidel Castro.
La guerrilla estaba integrada para esa fecha por sobrevivientes de la expedición del yate Granma, campesinos y obreros incorporados durante los días posteriores al desembarco, más un grupo de combatientes que en marzo de ese mismo año habían subido a la Sierra Maestra enviados por Frank País García que, aunque armados y entrenados, aún no habían entrado abiertamente en combate.
Unos 16 kilómetros de distancia y ocho horas de camino vencieron los guerrilleros la noche del 27 de mayo para llegar hasta el cuartel de El Uvero. En su relato sobre este enfrentamiento, uno de sus protagonistas, el Comandante Ernesto Che Guevara, cuantificaba en unos 80 los atacantes rebeldes y 53 los soldados defensores de la guarnición.
El combate fue particularmente cruento debido a que los rebeldes no contaban con posiciones seguras de ataque y debieron exponerse abiertamente. Luego de dos horas y media de intenso tiroteo la guarnición se rindió.
Constituyó el primer enfrentamiento de importancia de la guerrilla comandada por Fidel que, al decir del Che, marcó la mayoría de edad de la misma.
A partir de ese combate, afirmaría el Guerrillero Heroico, la moral guerrillera se acrecentó, al igual que la decisión y esperanzas de triunfo. «Estábamos —dijo— en posesión del secreto de la victoria sobre el enemigo», y avizoró con esa acción que quedaba sellada la suerte de los pequeños cuarteles situados lejos de las agrupaciones mayores del ejército batistiano.
En el enfrentamiento, más de la cuarta parte de las fuerzas contendientes, detallaría el Che, quedaron fuera de combate. El enemigo tuvo 14 muertos, 19 heridos y 14 prisioneros, mientras que la fuerza rebelde experimentó 15 bajas.
Al describir la acción, iniciada con un disparo de su fusil, afirmaría luego el máximo jefe de la guerrilla: «Nuestros hombres tomaron por asalto cada posición, avanzando sobre las balas y combatiendo largamente. Todo lo que se diga sobre la valentía con que lucharon, no acertaría a describir el heroísmo de nuestros combatientes. El capitán Almeida dirigió un avance casi suicida con su pelotón. Sin tanto derroche de valor no habría sido posible la victoria».
El entonces capitán y hoy General de Ejército Raúl Castro, señalaría que «Almeida fue el alma del combate y el Che comenzó a destacarse allí como un guerrillero impetuoso. (…) El encuentro de Uvero nos dio categoría de tropa experimentada».
Una vez concluido el combate, el Che tuvo su reencuentro con su profesión de médico, al atender a los heridos, tanto a los combatientes rebeldes como a los soldados del régimen dictatorial.
Al rememorar ese instante en que se acrecienta su leyenda, por su manera de atender a los heridos, en un trabajo publicado años después en la revista Verde Olivo, reiteraría el Che: «El reencuentro con la profesión médica tuvo para mí algunos momentos muy emocionantes».
El Guerrillero Heroico recordó que atendió primero a uno de los integrantes del Ejército Rebelde que se hallaba muy grave, porque una bala se le había incrustado en la columna tras partirle el brazo derecho y atravesar el pulmón aparentemente, privándolo de movimiento en las dos piernas.
Contaría entonces: «Su estado era gravísimo y apenas si me fue posible darle algún calmante y ceñirle apretadamente el tórax para que respirara mejor».
El Guerrillero Heroico narró que al ser imposible el traslado del combatiente herido, trataron de salvarlo de la única forma posible: dejándolo en poder de los soldados.
Cuando se lo comunicó, el combatiente le saludó con una sonrisa triste que podía decir más que todas las palabras en ese momento y que expresaba su convicción de que todo había acabado.
Lo sabía también el Che; por eso estuvo tentado a depositar en su frente un beso de despedida, pero se contuvo. Aquel gesto, diría, «significaba la sentencia de muerte para el compañero y el deber me indicaba que no debía amargar más sus últimos momentos con la confirmación de algo de lo que él ya tenía casi absoluta certeza».
También por esa sensibilidad y humanismo que descollaron en El Uvero, en los días posteriores al combate Fidel encomendó al Che el cuidado de los combatientes que se hallaban heridos.
De esa talla estaban hechos los guerrilleros que conquistaron el triunfo en El Uvero aquel amanecer de fuego, aunque alto fue realmente el precio de la victoria, pues aquella mañana ofrendaron sus vidas los tenientes Julio Díaz González —asaltante del Moncada y expedicionario del Granma— y Emiliano Díaz Fontaine, «Nano», junto a los combatientes Eligio Mendoza Díaz, Gustavo Moll Leyva, Francisco Soto Hernández, Anselmo Vega Verdecia y Emiliano R. Sillero Marrero.
Heridos resultaron el entonces capitán y luego Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque y el teniente Félix Pena, además de Miguel Ángel Manals, Mario Maceo, Manuel Acuña, Enrique Escalona, Mario Leal y Hermes Leyva.
Los nombres de los héroes caídos ese 28 de mayo son siempre recordados en cada aniversario. Y allí, en El Uvero, el pueblo les rinde homenaje ese día. Los cantos y flores dedicados por nuestros niños, jóvenes y el pueblo todo, devienen himnos.
Fuentes consultadas:
—El combate de El Uvero, por Ernesto Che Guevara, en Pasajes de la Guerra Revolucionaria.
—El combate de El Uvero, cimientos de una victoria, de Orlando Guevara Núñez, en Periódico Sierra Maestra, en 2005.
—Combate de El Uvero, en la enciclopedia digital Ecured.