Onelio Ortega López comprendió en la experiencia de los Cinco Picos la dimensión de la gesta de los barbudos del Ejército Rebelde. Autor: Roberto Ruiz Espinosa Publicado: 21/09/2017 | 05:19 pm
Han pasado 52 años desde aquel largo viaje en tren; pero a pesar del gravamen del tiempo muy pocas imágenes se le han evaporado de la memoria. Él recuerda, por ejemplo, el bullicio en la terminal, las lágrimas de los padres, el adiós desde la ventanilla…, la sorpresa de ver a Fidel tan cerca, que estuvo a punto de tocarlo con la mano en el andén.
Esas evocaciones tienen un sabor agridulce ahora, porque casi ninguno de los que emprendió aquella travesía en junio de 1960 hasta Bayamo existe físicamente y porque la imagen de la vía férrea se antoja un camino que le sirvió para conquistar un trozo de gloria.
«Yo tenía 17 años entonces y me fueron a despedir al Capitolio mis compañeros de la escuela primaria superior», rememora hoy, con la emoción sin disimular, Onelio Ortega López, uno de los tripulantes de ese célebre tren que trasladó al oriente del país a los primeros «Cinco Picos», que tendría Cuba.
Tal denominación, aunque hoy se escribe fácil, posee una hermosa historia llena de complejidades, que sobrepasa las peripecias de ese viaje de tantísimas horas. Había que subir ¡cinco veces! el Pico Turquino; pero además realizar largas caminatas, reforestar bosques, construir, prepararse militar y culturalmente… con los árboles y las estrellas como techo.
«Fue un comienzo difícil. Dormimos inicialmente en una barraca en el suelo en el campamento situado en El Oro de Guisa; luego aparecieron las hamacas de sacos de yute y más tarde el nailon para protegernos de la humedad. Los primeros grupos vivimos una situación excepcional, pues el terrorista Manolo Beatón estaba alzado en las lomas y a cada uno de nosotros nos dieron un fusil», rememora este hombre, que con el andar del reloj se convertiría en destacado pedagogo de la nación.
Pero quizá lo más duro resultó el primer ascenso al Turquino, «porque no había botas y muchos terminamos con los zapatos rotos, descalzos y con los pies ensangrentados». Algunos, del tiro, «se rajaron», según las palabras de Onelio.
Con esas pruebas duras se forjó entonces la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR), antecesora de la Unión de Jóvenes Comunistas, que nacería en 1962.
Alumbramiento
Este «Cinco Picos», que ha luchado sin cansancio para que nunca se olvide esa bella aventura protagonizada por la AJR, rememora que a finales de mayo de 1960, el Comandante en Jefe esbozó las primeras características de ese movimiento.
En un artículo publicado en Granma el 17 de agosto de 1987, el mismo Onelio señaló que en aquella intervención el líder de la Revolución dijo: «Aprovecho esta ocasión para invitar a todos los muchachos jóvenes, los muchachos entre 14 y 18 años que no estén estudiando y que no estén trabajando (…) para que se inscriban para ingresar en las Brigadas Juveniles de Trabajo Revolucionario».
El Comandante en Jefe agregaría que esos mozalbetes —millares se sumaron a la convocatoria desde todas las provincias cubanas— vivirían en campaña en la Sierra Maestra. «Allí van a tener un curso de tres meses de prueba, instrucción cultural y ejercicio físico, instrucción militar, y tendrán que subir cinco veces al Pico Turquino, cinco veces. Para ingresar en las brigadas ese es uno de los requisitos», subrayó Fidel.
Onelio Ortega aclara que no era un ascenso por las rutas más cortas sino por derroteros que implicaban pasar por numerosos lugares: El Oro, Bella Pluma, Ocujal del Turquino, La Gloria… y Pino del Agua, punto actual del municipio granmense de Guisa, donde se estableció finalmente el campamento nacional de los Cinco Picos, cuyo nombre fue Camilo Cienfuegos. Por eso las primeras expediciones resultaban difíciles —sobre todo la del estreno— y duraban hasta ¡15 días!
En más de una ocasión vio cómo por poco se despeñan desde alturas de vértigo algunos camiones que transportaban a los Cinco Picos por los lomeríos, si bien los enrolados en este movimiento eran caminadores por excelencia. Y cierta vez sintió nostalgia por el calor del hogar capitalino, y escribió una epístola conmovedora y sentimental al padre, y soltó alguna lágrima viva y larga.
Venciendo esas pruebas de fuego, Onelio logró finalmente convertirse en «Cinco Picos», condición a la que llegaron cientos de jóvenes que después hicieron historia, como Arnaldo Tamayo Méndez, primer cosmonauta de América Latina.
«Inicialmente, cuando uno se convertía en Cinco Picos no había un documento que lo acreditara; era verbal. Pero luego se diseñó un carné por cada uno de los picos».
De esa fase inaugural, dice, surgió el apelativo campesino de «cagatrillos», graciosa manera de nombrar a los Cinco Picos. «En principio todo lo que comíamos era envasado: leche condensada, chocolate, galletas… Eso provocaba muchas necesidades fisiológicas a cualquier hora del día. Las hacíamos en el mismo camino, que es el mejor lugar en la loma porque no hay matorrales ni yerbas incómodas. Cuando los campesinos vieron dos o tres veces eso empezaron a decirnos así y así nos quedamos».
Melena y barba
No solo los que ascendieron a lo más alto de Cuba fueron protagonistas. Sus organizadores, los líderes de la AJR, encabezada por el ya desaparecido Comandante Joel Iglesias, también tuvieron mérito indiscutido.
José Rodríguez Calderón, por ejemplo, estuvo entre los directores del campamento nacional de Pino del Agua, aunque hubo otros «albergues» secundarios en aquellas crestas. Subió y bajó incontables montículos para que todo saliera bien, tuvo que hacerse «el duro» para lograr disciplina y hasta dejarse melena y barba para que lo respetaran.
«Me encontré con un problema: si los muchachos que estaban allí se dejaban crecer el pelo y la barba, yo, que era el jefe, no podía hacer el papelazo de andar pelado. La melena funcionó entonces como una señal de respeto».
Mas Calderón no imaginaba que un día lo iban a llamar a la capital del país para presenciar la boda de su jefe, Joel Iglesias.
«Me fui así mismo para La Cabaña y al llegar a la boda me ve Aleida March y le dice al Che que estaba a su lado: “Pero mira qué barba tiene Calderón”. Lo primero que me comentó el Che fue: “¿Calderón, tú también te metiste a payaso?”. Quería que la tierra me tragara, y me imaginé la descarga que venía después de aquello. Sin embargo, le expliqué cómo era la cosa allá en el campamento; me echó el brazo al hombro con cariño y comenzó a preguntarme por los muchachos. Entonces tuve como una autorización silenciosa para que me dejara la melena y la barba», rememora este capitalino de 87 años.
Por su parte, Eddy Hernández Díaz, otro habanero de 72 abriles, quien tuvo a su cargo el principal puesto de abastecimiento emplazado en Bayamo, no olvida que aquellos organizadores «no cobrábamos por nuestro trabajo; lo hacíamos por convicción» y que «teníamos incontables recursos en nuestras manos, pero nunca desviamos nada».
Tanto Calderón como Eddy reconocen que lo más hermoso de aquella etapa fue apreciar cómo los jóvenes «Cinco Picos» bajo su mando fueron creciendo paulatinamente hasta convertirse en abnegados revolucionarios.
«Muchos de los que se iniciaban como Cinco Picos eran indisciplinados, sin idea de lo que era la solidaridad. Sin embargo, cuando habían subido dos o tres picos ya eran otros, cuando habían subido cinco eran desconocidos; uno podía captar en la práctica cómo iban evolucionando esos muchachos en solidaridad, compañerismo, disciplina, sacrificio…», reconoce Calderón.
Quedarse en la Sierra
Los jóvenes que se alistaron en este movimiento desfilaron con orgullo en el acto grandioso del 26 de Julio desarrollado en la naciente Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos, enclavada en el Caney de Las Mercedes, hoy punto del municipio de Bartolomé Masó, en la provincia de Granma. Para llegar a ese sitio tuvieron que caminar durante varias jornadas desde Pino del Agua.
Pero también debieron andar a pie atravesando pueblos, montes y ciudades durante ¡22 días!, como señala Onelio, para llegar hasta Pinares de Mayarí, lugar que servía de campamento final una vez concluida la experiencia de los Cinco Picos.
Esos muchachos graduados en la singular escuela de la loma y la «candela», manejaron las cuatro bocas en Girón, se atrincheraron en la Crisis de Octubre, se prepararon como oficiales de las Fuerzas Armadas, pilotos, combatientes del Ministerio del Interior.
Algunos, como el mismo Onelio, permanecieron por un tiempo en la Sierra Maestra. Siendo aún muy joven, él llegó a ser administrador del campamento de Pino del Agua y estuvo allí hasta que luego de dos años, concluyó el movimiento de los Cinco Picos.
Allí, en Pino del Agua, donde comprendió la dimensión de la gesta de los barbudos del Ejército Rebelde y entendió la utilidad infinita de aquel extenuante viaje en tren, él ensanchó su corazón, su alma… su vida.