Francisco Vicente Aguilera escribió en su diario en 1872, desde Estados Unidos: «Yo estoy aquí combatiendo con mil contrariedades... Mi divisa es Cuba y nada más que Cuba». Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:11 pm
BAYAMO, Granma.— Era tremendamente rico; tenía tanto dinero que podía pasarse el resto de sus días gastando en lo que quisiera. Y poseía tantas extensiones de tierra que podía salir niño de sus haciendas primeras y llegar ya adulto a las últimas.
A algunos les parecerá acaso una hipérbole demasiado grande. Sin embargo, cuando se subraya que contaba con más de dos millones de escudos en el año 1868, se podrá entender su montaña de riquezas.
Y a pesar de tanto oro y caudal, Francisco Antonio Vicente Aguilera, aquel bayamés de finos modales, nacido el 23 de junio de 1821, poco estudiado por pasadas y actuales generaciones, se fue a la guerra renunciando a todo lo material para tratar de conseguir la espiritualidad de la nación.
Murió finalmente pobre y casi congelado por el frío de Nueva York, con los zapatos agujereados y frustración en el alma por no poder retornar.
De Aguilera se puede escribir sin temblar la mano: «Lo dio todo por la Patria», una frase que a veces hemos gastado de tanta repetición, pero que en su caso es doblemente convincente.
Con él, como con otros, tenemos una deuda: la de estudiar más su ejemplo, no solo en días de «cumpleaños cerrados» o de conferencias científicas sobre el prócer, como la inaugurada la víspera en su ciudad natal, la ciudad de sus ensueños, Bayamo.
Riquezas
No en vano se ha señalado que Francisco Vicente, apodado «Pancho» Aguilera, era uno de los hombres más ricos del Oriente en los días de conspiraciones previas al estallido independentista.
Con frecuencia se ha escrito que poseía más de tres millones de escudos y unas 10 000 caballerías, además de centenares de esclavos. Sumemos algunos comercios entre Bayamo y Manzanillo: varias casas, miles de cabezas de ganado, centenares de caballos de distintos tipos, una panadería, una confitería y otras propiedades dispersas por todo el valle del Cauto, hasta el sur de Las Tunas.
Sin embargo, Ludín Fonseca, historiador de la ciudad de Bayamo y autor del libro Francisco Vicente Aguilera. Proyecto modernizador en el valle del Cauto, señala sobre las primeras cifras que el patriota poseía en realidad unos 2 700 000 pesos y 4 136,50 caballerías entre fincas, potreros, ingenios azucareros, un cafetal, haciendas y otras extensiones de tierra.
Sobre la cantidad de sus esclavos, la investigadora bayamesa Idelmis Mari apunta que, aunque «ascendió a centenares no ocupaban un lugar preponderante en el monto de las propiedades, pues en los ingenios, rama donde eran mayormente empleados, laboraban 191 en Santa Gertrudis, 87 en Jucaibama y 14 en Santa Isabel».
Pero más allá de las discusiones sobre su caudal, lo primero es reconocer su conducta de desprendimiento y patriotismo, que pasma a muchos en estos tiempos modernos.
Tengamos en cuenta que Aguilera tuvo 11 hijos —diez de ellos con la santiaguera Ana Kindelán Griñán, también acaudalada y con quien se había casado en 1848—, y que la guerra liberadora contra España implicaba dejar las comodidades, irse a la manigua y exponer a los suyos al propio monte o al exilio.
Un héroe de la talla de Manuel Sanguily, sobre ese ejemplo de Francisco Vicente Aguilera, expuso: «No sé que haya vida superior a la suya, ni hombre alguno que haya depositado en los cimientos de su país y en su nación mayor suma de energía moral, más sustancia propia, más privaciones de su familia adorada ni más afanes ni tormentos del alma».
Mientras José Martí, con su pluma ardiente, lo calificó en el periódico Patria, el 16 de abril de 1892, nada más y nada menos que como «el millonario heroico, el caballero intachable, el padre de la república».
Estas afirmaciones de alguien como el Maestro no son gratuitas. Aguilera, acaso en el pasaje más conocido de su vida y que lo inmortalizó como revolucionario, fue capaz de decir cuando le consultaron sobre la decisión de quemar la ciudad de Bayamo, donde estaban algunas de sus propiedades domésticas: «Nada tengo mientras no tenga patria».
El Vicepresidente
En una época en la que eran comunes las divisiones, las pujas y las intrigas, muchos no pudieron entender otra de las decisiones de Aguilera: reconocer a Carlos Manuel de Céspedes como el líder de la Revolución.
Y es que «Pancho» Aguilera había sido en realidad el fundador y cabeza de la primera Junta Revolucionaria de Oriente, creada en agosto de 1867. Un año después los conspiradores revolucionarios de esta región de Cuba lo reconocen como el jefe máximo del movimiento que se gestaba.
Por eso, después del alzamiento de la Demajagua, algunos le van con chismes mal intencionados y le deslizan la posibilidad de que se haga cargo de la jefatura independentista.
Pero es evidente que al hacendado le interesaba más la redención de la nación que la jerarquía personal, por eso, al adelantarse súbitamente la fecha del levantamiento y al asumir Céspedes el liderazgo de la contienda, se pone al servicio del Iniciador, desde su hacienda en Cabaniguán, en Las Tunas.
«Con una tropa compuesta por sus mayorales, empleados y esclavos, a los cuales les había concedido la libertad, marchó con rumbo hacia Bayamo, con el objetivo de reforzar a los cubanos en el ataque a esa ciudad, el 18 de octubre», escribió al respecto el investigador Raúl Rodríguez La O.
Proceder con esa humildad le valió para que en ese propio mes Céspedes lo nombrara General de División. Tiempo después se le confieren por sus méritos el grado de Mayor General y luego los cargos de Lugarteniente General de Oriente, Secretario de Guerra y Vicepresidente de la República en Armas.
Precisamente con ese alto cargo partió a Estados Unidos en 1871, país en el que, entre otras misiones, debía de zanjar las diferencias irreconciliables entre dos facciones de emigrados cubanos que decían apoyar la Revolución.
Tras la absurda deposición de Céspedes en 1873, «Pancho» Aguilera hubiera asumido la presidencia de la República, pero cuando le comunicaron esa posibilidad, señaló que no retornaría a la patria hasta que no trajera una gran expedición de armas, algo por lo que luchó con su alma.
La afirmación no nace como un cumplido. Los hechos lo demuestran: en el primer semestre de 1875 salió hacia Cuba como líder de la expedición del vapor Charles Miller, pero infinidad de problemas en la navegación hicieron retornar el barco a Nueva York, la ciudad donde se había radicado y desde donde escribió tiempo después, según recoge la historiadora Onoria Céspedes Argote: «Estos yanquis son la personificación del egoísmo. Este es hoy por hoy el concepto y las esperanzas que me inspiran».
Como si este fracaso fuera poco, en 1876 trató de alistarse en una expedición en el vapor Anna, pero otro contratiempo lo hizo desistir de sus planes. No le quedaba mucho tiempo de vida porque, menos de un año después, el 22 de febrero de 1877, falleció en Nueva York, víctima de un cáncer en la laringe.
Un mausoleo
Los restos de Aguilera reposan en Bayamo desde 1910. Sin embargo, es tan rica la historia sobre el traslado de sus despojos mortales a la patria y los consiguientes enterramientos que bien valen otro reportaje periodístico.
Incluso, fueron sustraídos del cementerio de San Juan para que no se trasladaran a la necrópolis santiaguera de Santa Ifigenia. Este capítulo y otros involucraron a miles de bayameses, defensores de su patricio y de la cuna de este hombre, que fue bachiller en leyes y ocupó diversos cargos públicos antes de lanzarse a la manigua redentora.
Lo cierto es que, en 1958, fue inaugurado el mausoleo en homenaje al patriota, en cuya base reposan sus restos. Cerca de este se levantan las figuras de otros bayameses ilustres, por lo que el conjunto monumentario se llama Retablo de los Héroes.
Desde ese lugar, Aguilera mira a los suyos no como fría roca, sino como hombre vivo y luchador. Desde su corazón parecen trepidar las palabras que le enviara a su compatriota José María Izaguirre: «El día que tengamos Patria no tocaremos las ruinas de nuestro viejo Bayamo, las conservaremos tal y como están, que nuestros descendientes vean de lo que eran capaces sus abuelos».
Fuentes:
•Enciclopedia digital cubana ECURED.
•Periódico La Demajagua de 1984, 1985, 1986, 1987, 1990, 1991 y 1999.
•Periódico Granma 1987, 1990 y 2006.
•Francisco Vicente Aguilera, Padre de la República de Cuba; de un colectivo de autores.