BAYAMO, Granma.— Ahora, viéndolos en primera fila, con los pechos preñados de medallas, uno piensa en sus anatomías 50 años atrás y se imagina a aquellos muchachos casi lampiños despidiéndose de las madres y hermanas para irse a batir en el pantano contra aquellos mercenarios que terminaron por «confesar» que eran «cocineros».
Ahora, mirándolos con las venas aventadas en las gargantas, en la emblemática Plaza del Himno de Bayamo, uno piensa en la suerte tremenda de estos hombres que cinco décadas después pueden contar por donde les pasó la bala enemiga y cómo festejaron la victoria.
En este instante, mientras por el audio una voz tierna canta a capela: «A los héroes se les recuerda sin llanto...», uno viaja a la vida de aquel que, en el preludio de la batalla, supo escribir con su sangre propia un nombre y una historia.
En este instante, mientras Joan Collada Rodríguez, combatiente de entonces, pronuncia un breve discurso ante miles de personas entusiastas y dice enfático que «con nuestros esfuerzos y el de las nuevas generaciones podemos hacer más digna a nuestra patria», uno vislumbra cuántos otros Girones nos quedan por delante.
Ahora, cuando Rossío Naranjo, máxima dirigente de los jóvenes en la provincia, recuerda a viva voz que lo que se defendía en aquel abril era más que la patria y la nación, uno medita en tanta sangre buena ofrendada en el empeño y reafirma que sería el peor sacrilegio del mundo arriar la bandera, o venderse por cuatro quilos, o simplemente dejar de luchar.