José Martí, antimperialista por excelencia. Autor: Internet Publicado: 21/09/2017 | 05:05 pm
El antiimperialismo de José Martí está presente en sus palabras, en sus escritos y en el ejemplo mismo de su propia vida. A él llegó por lógica evolución de sus ideas políticas, y por el profundo amor que le inspiraba su patria pequeña, Cuba, y su patria grande, América.
«Veo a mi tierra en el peligro de ir cayendo poco a poco en manos que le han de ahogar», escribió, refiriéndose, por supuesto, a Estados Unidos.
Sin embargo, no ejerció su antiimperialismo solo para oponerse al secular deseo norteamericano de ocupar en forma física nuestro territorio, sino para defender nuestros valores, tradiciones e historia, propósito que constituyó parte inseparable de sus preocupaciones políticas e ingrediente esencial de sus luchas.
Su espíritu defensor de lo cubano, su constante postura valiente y patriótica, se reflejan fielmente en sus escritos, en documentos como su célebre artículo Vindicación de Cuba, en el que protesta con firmeza, a la vez que con elocuencia literaria y precisión histórica, ante una ofensiva crítica dirigida contra los cubanos del exilio, publicada inicialmente en el diario The Manufacturer, de Filadelfia, y reproducida después en The Evening Post, de Nueva York, el 5 de marzo de 1889, hace ya 122 años.
Indignado, José Martí escribe al director del periódico yanqui y le dice, entre otras reflexiones:
«No somos los cubanos ese pueblo de vagabundos míseros o pigmeos inmorales que a The Manufacturer le place describir; ni el país de inútiles verbosos, incapaces de acción, enemigos del trabajo recio que, junto a los demás pueblos de América, suelen pintar viajeros soberbios y escritores (…)».
Y añade con justicia: «Hemos sufrido impacientes bajo la tiranía; hemos peleado como hombres y algunas veces como gigantes, para ser libres; estamos atravesando aquel período de reposo turbulento llenos de gérmenes de revuelta, que sigue naturalmente a un período de acción excesiva y desgraciada (…) Merecemos en la hora de nuestro infortunio, el respeto de quienes nos ayudaron (…)».
Martí protesta con la energía de sus razones y aclara que esos hombres a quienes se ofende, «sufrieron en un día levantarse contra un gobierno cruel, pagar su pasaje al sitio de la guerra (…) dormir en el fango, comer raíces, pelear diez años (…) vencer al enemigo con una rama de árbol, morir de una muerte de la que nadie debe hablar sin la cabeza descubierta (…)».
Y remarca que los cubanos ofendidos «tuvieron una vez el valor bastante para llevar al brazo una semana, cara a cara de un gobierno despótico, el luto de Lincoln».
The Manufacturer afirmó, y The Evening Post reprodujo con similar insolencia, que los cubanos no tenían suficiente fuerza viril y respeto propio, lo que se había «demostrado» por la apatía con que nos habíamos sometido durante largo tiempo a la opresión española.
Además, planteó que nuestras mismas tentativas de rebelión habían sido tan infelizmente ineficaces que apenas se levantaban un poco de la dignidad de una farsa.
Martí refutó la calumnia aseverando que no podía ser una farsa lo que observadores extranjeros calificaban de verdadera epopeya.
Que no podía ser una farsa el alzamiento de todo un pueblo, el abandono voluntario de la riqueza, la abolición de la esclavitud en nuestro primer momento de libertad, el incendio de nuestras ciudades con nuestras propias manos, la creación de pueblos y familias en los bosques vírgenes.
Que no podía ser de ningún modo una farsa el vestir a nuestras mujeres con el tejido de los árboles y el tener a raya, en diez años de esa dura vida, a un adversario poderoso que perdió más de 200 000 hombres a manos de un pequeño ejército de patriotas sin más ayuda que la naturaleza generosa.
Y concluyó nuestro Apóstol refiriéndose a los cubanos del exilio: «La lucha no ha cesado. Los desterrados no quieren volver. La nueva generación es digna de sus padres. Centenares de hombres han muerto, después de la guerra, en el misterio de las prisiones (…) Solo con la vida cesará entre nosotros la batalla por la libertad».
Y así fue. Su lucha terminó en Dos Ríos, con su desaparición física, aunque no su ideal independentista. En el año del centenario de su natalicio, comenzó a convertirse en realidad con los disparos de Fidel y sus hombres, el 26 de julio de 1953.