Cuba ha puesto en práctica numerosos programas para garantizar el aprendizaje en informática a personas invidentes. Autor: José La Rosa Publicado: 21/09/2017 | 05:02 pm
SANTA CLARA, Villa Clara.— Hace casi 20 años un joven santaclareño preparaba triste en La Habana sus mochilas de vuelta a su ciudad natal, y en ellas echaba un pesado y oscuro bulto de nostalgias luego de comprender que por sus propias limitaciones no podría vencer, como muchos otros, los rigores de una carrera universitaria.
Lo que en principio había sido el sueño de convertirse en cibernético, a solo tres meses de subir bastón en mano las escalinatas del Alma Máter, se tornaba un fracaso, y al mismo tiempo demostraba que estudiar Informática resultaba entonces un hecho casi irrealizable para quienes poseían muy baja visión o los que como él eran ciegos.
Pero sin dejarse postrar a la sombra de los reveses, al llegar a Santa Clara Humberto Zamora desempacó rápido sus desventuras y se abrió paso hacia otros rumbos académicos, hasta que logró colgar en la sala de su casa el título que hoy lo acredita como licenciado en Derecho.
Y aunque alegre por sus conocimientos de abogacía y sus habilidades en muchas otras esferas de la vida, a Humberto jamás dejó de martillarle en la cabeza aquel regreso triste. Por eso, tras introducirse en el país los primeros lectores de pantalla a finales de los años 90, no lo pensó dos veces para hacer las maletas y partir hacia el Centro Nacional de Rehabilitación de Ciegos, en Bejucal, en busca de su primera relación con el sistema operativo Windows.
En 2004 se arriesgó a recibir un curso sobre redes y correo. Tres años después participaba como invitado en un Seminario Nacional de Informática, y desde 2007 es colaborador permanente de los Joven Club de Computación de Villa Clara por sus habilidades en el manejo de los lectores de pantalla.
Hoy, cuando miles de discapacitados visuales pueden acceder en toda Cuba al mundo de la computación, este joven luce feliz frente a una máquina, configurando cada espacio de su ordenador, como conquistador de un saber que ahora hace suyo.
Acepta, no canceles
La llegada a Cuba de los primeros lectores de pantalla abrió nuevos cauces para que las personas invidentes lograran adentrarse en las nuevas tecnologías.
El profesor Antonio Albalat Rodríguez, instructor del laboratorio de la Asociación Nacional de Ciegos (ANCI) en Villa Clara, explica que estos son programas que funcionan por combinaciones de teclas, sin necesidad de emplear el mouse; que amplifican las operaciones ordenadas mediante el teclado, y posibilitan escuchar los mensajes y hacerlos comprensibles a quienes carecen de visión.
Comenta el especialista que existen diversos lectores de pantalla, pero uno de los más empleados en el país es el sistema JAWS, por su fácil procedimiento para ser ejecutado y su rápida accesibilidad a Word, Excel, PowerPoint o el Internet Explorer, entre muchas otras aplicaciones.
Albalat Rodríguez cuenta que en la mayoría de las provincias del país, en las sedes territoriales de la Asociación, se han creado laboratorios (o aulas tiflotécnicas, como también se les llama) equipados con moderna tecnología, que son fruto de un proyecto de colaboración entre la ANCI y la Fundación para América Latina de la Organización Nacional de Ciegos de España (ONCE).
Además de estas aulas especializadas, destinadas a impartir clases y talleres y brindar tiempo de máquina durante todo el año, existen convenios de trabajo con los Joven Club de Computación, en los que también se ofrecen cursos básicos a los usuarios invidentes.
En 2007 abrió sus puertas con cinco computadoras el laboratorio de la ANCI en Villa Clara, una de las provincias pioneras en la puesta en práctica de esta experiencia, y hasta la fecha más de 120 asociados han asistido a las clases y formado parte de los programas de superación del centro.
Más allá de la computación
La integración plena de las personas discapacitadas a la sociedad asoma hoy como hecho tangible en muchos confines de la Isla. Diversas son las estrategias educativas y de rehabilitación que se inician en todo el país desde edades tempranas como parte de una labor sistemática que busca abrirles paso hacia la escuela, el trabajo, la superación profesional y la práctica cultural y deportiva a quienes carecen de visión.
Basta echarles una ojeada a algunas estadísticas de Villa Clara, cuya Asociación mantiene por más de 14 años consecutivos la condición de Vanguardia Nacional.
De los 2 634 afiliados a la ANCI en la provincia, hay 49 niños ciegos y 117 con baja visión, los que reciben una atención educativa especializada.
Cerca de 23 asociados son matrícula del curso regular diurno de la universidad, y otros 26 se superan en igual nivel mediante la opción para trabajadores.
En la comunidad invidente del territorio más de 465 trabajan, de ellos 186 en talleres especiales, y más de 190 en centros ordinarios, entre quienes se cuentan médicos, profesores universitarios, abogados, fisioterapeutas e instructores de arte.
Mención aparte merece el caibarienense Raúl González Peña, primer ciego cubano que recibió la categoría de Doctor en Ciencias Pedagógicas al proponer una metodología para la enseñanza de la computación en niños con disfuncionalidad visual.
Sorprende ver a estas personas como protagonistas de obras de teatro, formando parte de agrupaciones musicales, inmersas en competencias deportivas, y ganándose cada día un lugar preponderante en la comunidad.
El bastón blanco
Una de las herramientas que identifica a los invidentes en cualquier lugar del mundo es el bastón blanco o de seguridad. Diversas historias refieren los orígenes de este instrumento.
Reseña una de esas versiones que el valioso objeto fue creado en las primeras décadas del siglo XX por el político José Mario Fallótico.
Cuentan que al mediodía del 22 de junio de 1931, Fallótico vio a un ciego que esperaba ansioso por alguien que le asistiera a cruzar una céntrica esquina de la populosa ciudad de Buenos Aires. Enseguida se dispuso a auxiliarlo, pero tras aquella experiencia sobrevino en él la obsesión de crear algo que distinguiera a estas personas y al mismo tiempo ayudara a quienes tenían discapacidades visuales.
Tan humana preocupación le acompañó durante buen tiempo hasta que, luego de consultar algunos materiales en la biblioteca argentina para ciegos entendió que a estas personas les sería muy útil un bastón especial que los identificara.
Según recogen algunos historiadores, José Fallótico nunca patentó su invento, por lo que después innovadores estadounidenses se adueñaron de la novedad, justamente cuando George Benham, presidente del Club de Leones de Illinois, propuso a las personas ciegas usar un bastón blanco con extremo inferior rojo, a fin de que se les otorgara prioridad para pasar.
Otras versiones registran que durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) ya los ciegos franceses participantes en la guerra usaban el bastón blanco, y más tarde su empleo se extendió a Gran Bretaña y Norteamérica. Se dice también que fue en 1930 cuando se reconoció de manera oficial el uso de este implemento en los Estados Unidos.
Pero más allá de las conjeturas que rondan la aparición de este objeto, vale reconocer que luego de su aparición se difundió rápidamente por el mundo hasta convertirse en una herramienta de suma importancia en la vida social de los que poseen ceguera o baja visión.
Diversidad funcional
Según estadísticas de la Organización de Naciones Unidas, en el mundo viven más de 600 millones de seres humanos con alguna limitación física, intelectual o sensorial, lo que representa casi el 10 por ciento de la población.
Tras un proceso de elaboración de casi cinco años, el 13 de diciembre de 2006 fue adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas la Convención sobre los Derechos de las personas con discapacidad, en la que se consignaron medidas, tanto de no discriminación como de acción positiva, que los Estados deben poner en vigor para garantizar la igualdad de derechos y de condiciones para el acceso social.
Aunque la denominación reconocida oficialmente por la Organización Mundial de Salud para identificar a quienes carecen de ciertas facultades físicas, cognoscitivas o sensoriales es la de personas con discapacidad, desde hace algún tiempo viene emergiendo, principalmente en España, el término de diversidad funcional.
La nueva designación prevé ofrecer un sentido menos peyorativo, al no significar directamente enfermedad, deficiencia, parálisis o retraso, sino más bien el desarrollo de funciones humanas de manera diferente.