Magda Montiel siente por Elizabeth un cariño especial. Ella y su esposo Ira Kurzban enfrentaron a una veintena de abogados opuestos a la causa de Rafael Izquierdo. Autor: Roberto Suárez Publicado: 21/09/2017 | 04:57 pm
Luzmarina pone sobre un borde del librero una tacita con café recién colado y mezclado con salvia. Es para que lo tome su hijo Rafael Izquierdo Portal, quien se esfuerza mucho para hablar. No se sabe si fue el cambio de temperatura, o de aire, o del color de los paisajes. O las emociones... Lo cierto es que, desde su llegada a la Isla después de haber rescatado a su hija Elizabeth tras un agotador litigio en Miami, el joven espirituano solo tiene un hilo de voz. Pero con ese le basta para narrar en tropel una historia trepidante que aún lo mantiene en guardia.
Con la luz del sol sobre Cabaiguán, este 4 de mayo del 2010 los detalles que anoche no vimos, parecen haber florecido en los alrededores y en la casa número 39 de la calle A del Sur entre Hermanos Rojas y Horacio González.
En el librero, sencillo y bien hecho —que divide la salita del comedor también pequeño—, reposan ordenados algunos textos de Psicología. Son de Zuleica Izquierdo Portal, la hermana de Rafael.
Entreverado en varios volúmenes, asoma una vieja edición de Crimen y castigo, de Fiodor Dostoievski. Alguien de nosotros piensa en Raskólnikov, el joven de la descomunal novela rusa, ese personaje agobiado por un crimen que cometió, y que a la vez renace por el amor a Lizaveta.
Elizabeth, ahora con siete años, es uno de los grandes amores de su padre Rafael. Al rescatarla, él ha renacido con ella. Solo que él no es Raskólnikov: no es rehén de culpa alguna; tiene el alma limpia y sentimientos inmensos, y le anima una voluntad de hierro sin la cual no hubiera podido ganar la gran pelea de su vida.
Esta mañana él permanece de pie. Igual que anoche. «No, no, yo no me siento…». Sigue hablando, y pide calma porque lo suyo «es largo y tendido». A su alrededor, su esposa Yanara Álvarez Expósito se mueve con el pequeño Rafael Daniel. Y más allá, en el patiecito frontal de la casa, juegan las hermanas Elizabeth Izquierdo Pérez y Rachel Izquierdo Álvarez. Parecen incansables. Van de un lado a otro, saltan y retozan como si las cosas hubieran sido siempre de ese modo.
Horas oscuras
Como ráfagas pasan por la mente de Rafael Izquierdo muchas horas oscuras. No quiere recordar aquellos instantes de intentar comunicación con su hija. Sí, porque la niña había salido legalmente de Cuba en marzo del 2005 rumbo a Estados Unidos con la madre, y dejó de estar con esta porque una Corte de Miami había retirado a la adulta la custodia legal de sus hijos en febrero del 2006, por razones de incapacidad mental. Había atentado contra su vida.
Tras la decisión de la Corte, Elizabeth y su medio hermano mayor por vía materna habían ido a vivir durante unos meses con unos primos del hombre que, en calidad de padrastro, había salido con ellos desde la Isla. El mismo que, no más llegó a Miami, tomó un rumbo diferente al de la mujer.
Esos primos, los Melendres, amigos cercanos de Joe Cubas —connotado traficante de talentos deportivos, a quien el Departamento de Niños y Familias de la Florida terminó entregando la custodia de los inocentes—, no podían o no querían entender el desespero del único ser que en este mundo tenía derecho a decidir por el destino de Elizabeth: Rafael Izquierdo Portal.
Escuchar por vía telefónica la voz de aquellos parientes resultaba torturante para el padre que ahora, tras probar su café mezclado con salvia, recuerda los diálogos:
«—Oye, Rafael, la madre se va a curar. Cuando ella se recupere, le damos a tu hijita para que te la devuelva.
“La dueña de la casa, la señora Melendres, me decía”:
—¿Qué te pasa a ti?
—Le doy las gracias por cuidar a los niños, pero recuerde que aquí hay un padre desesperado. Comprenda que la situación no está fácil. Nos da tranquilidad saber que están bien. Pero, señora, no gasten tanto con ellos, envíenlos para acá.
—¿Cómo te vamos a repatriar a esos niños que están riquísimos aquí? Te los vamos a cuidar bien, pero nada de repatriar. Están aquí mil veces mejor que allá contigo, así que déjate de tanto escándalo y tanta cosa…»
Un día Rafael llamó a casa de los Melendres, y pudo sentir a la niña pasando cerca del teléfono:
«—Ponme a mi hija, compadre, suplicaba Rafael.
—No, no, la Corte me prohíbe ponerte a la niña.
—Pónmela, por favor».
Rafael sentía a Elizabeth jugando con los perros. Miraba al cielo. Se ahogaba en un océano de dolor e impotencia. Pero su tozudez le haría nadar lejos con su obsesión. «Tengo que ir a buscarla». Solo esas palabras martillaban su conciencia.
Caso difícil
El pequeño Rafael Daniel Izquierdo sonríe abiertamente cuando ve a la abogada Magda Montiel en su misma casa en Cabaiguán. La conoce hace tiempo, desde que su madre Yanara fue con él, recién nacido, a unirse a Rafael Izquierdo, para acompañarlo en una guerra donde el apoyo emocional resultaba imprescindible para rescatar a la hermanita.
Magda tiene, como decimos en buen cubano, «sangre para los niños». Será porque tuvo cinco hijos, o porque el niño siente que ella, quien comparte esta mañana feliz en la casa de cemento pulido, ya forma parte de la familia.
Madga Montiel y su esposo Ira Kurzban asumieron la defensa de los intereses de Rafael Izquierdo. Fueron ellos dos, luchando a brazo partido, contra una veintena de abogados opuestos a la causa del joven espirituano.
«Ha habido casos similares, incluso idénticos, que no han sido ni remotamente tan difíciles —explica Magda. Hubo uno en el cual, entre la niña y su padre, había una distancia de tres horas en automóvil, y el padre la había llamado una vez en cinco años. Aun así, cuando el padre fue a la Corte a reclamarla, se la devolvieron. En el caso de Rafael, para sus opositores resultó inconcebible que la niña tuviera que regresar a Cuba.
«Cuando los niños estaban en el refugio, a raíz de que la madre intentara suicidarse, el Departamento de Niños y Familia de la Florida no levantó un dedo para llamar a Rafael Izquierdo, aunque tenía los medios para hacerlo. Las cosas se empezaron a enredar. Cada vez se sumaban más y más abogados.
«Y esgrimían sus argumentos: que quién era el padre; que si a él no le interesaba la niña; que nunca había velado por ella; que quiénes éramos mi esposo y yo; que quiénes nos estaban pagando…
«Ante la lógica de ellos, nadie es capaz de dedicar tanto esfuerzo y miles de horas sin que le paguen. Rafael me contó que estando ya él en Miami, Joe Cubas le dijo: “Oye compadre, este abogado mío… me está pegando duro. Tú sabes… los billetes… No me vayas a decir que tu abogado está haciendo esto gratis…”. Y Rafael: “Pues mira que sí”».
El folletín de los manipuladores
Al producirse la primera vista en Miami, se agolpaban las escenas de una historia que iría subiendo de tono con el paso del tiempo, y que la ciudadanía y la prensa seguirían como se hace con un folletín, de los más conmovedores y sonados: en esa primera jornada acusaron a Magda Montiel de representar al Gobierno de la Isla, situación ante la cual la abogada se defendió con brillantez.
Y ese también fue el momento de lograr el cambio del magistrado Spencer Eigh, asignado inicialmente al caso, al probarse que él se había opuesto a la devolución del niño Elián González a Cuba, quien en 1999 había sido secuestrado por una parentela en Miami.
A esas alturas, Rafael Izquierdo permanecía en la Isla. Sumergido en una nube de interrogantes, él no iba más allá de su anhelo: «Yo solo quiero que mi hija y yo estemos juntos».
La tía materna de Rafael, Gladys Portal, ayudó desde La Habana en el intercambio de correos electrónicos con Magda Montiel, a través de los cuales fluía parte de la información necesaria para la defensa del caso. Llegó el momento en que se hizo evidente la necesidad de que el joven padre viajara a Estados Unidos, como paso clave del proceso para recuperar la custodia de la niña.
Uno de los momentos más tristes para Rafael Izquierdo fue aquel cuando, en respuesta a una petición judicial para que estuviera presente en la próxima Vista oral del proceso en Miami, asistió a una entrevista en la Oficina de Intereses de Estados Unidos con el propósito de solicitar la visa. Esta le fue denegada por las autoridades norteamericanas. Aquel día —recuerda ahora— «no me pudieron tratar peor. Sentí que me habían echado a la calle como a un perro».
Como parte del proceso judicial, en ocasiones por apremio de los jueces representantes de Rafael, y otras por solicitud de la Corte en Miami, más de un experto visitó Cabaiguán para mirar cómo vivían los familiares de Elizabeth, cómo funcionaba su escuela, qué pensaban los vecinos del pueblo.
Rafael transitaba de un día al otro como si caminara por un laberinto infinito, repleto de puertas: apenas había logrado abrir y traspasar una, ya le esperaba otra cerrada. Antes de llegar a Miami para participar directamente en el juicio, tuvo que testificar por medio de video-conferencias en la Oficina de Intereses, junto con otros diez testigos cubanos, lo cual fue un requisito planteado por la Jueza del caso, que contó con la anuencia de los abogados del joven padre.
Del 30 de abril al 9 de mayo del año 2007, declararon a través de video-conferencias, desde la Oficina de Intereses, la madre, la esposa y la hermana de Rafael Izquierdo, el doctor Guillermo Ramón Quintana Cañizares (médico que atendió a la madre de Elizabeth durante el parto), familiares de la madre de Elizabeth y otras personas que conocían detalles del caso.
En otro momento, Rafael Izquierdo debió someterse a una prueba de ADN para demostrar que es el padre biológico de su pequeña. Fue ese un requisito indispensable para que le otorgaran visa hacia Estados Unidos. Finalmente, el 10 de mayo del año 2007, llegó a Miami acompañado de sus abogados. Y el 15 de ese mes se presentó ante la Corte para una audiencia.
Aquí está el padre
En la Corte esperaban a otro tipo de hombre, no al joven que sabía explicarse tan bien. La jueza que llevaba el caso, Jerry B. Cohen, dijo que las cosas debían hacerse despacio. Magda Montiel recuerda que su esposo Ira Kurzban no perdía oportunidad para aclarar las cosas:
«Señora jueza, usted está tratando este caso como si fuera de custodia entre marido y mujer, entre madre y padre. Joe y María Cubas no tienen derecho alguno sobre la niña. No son familiares, son guardianes temporales. Usted está tratando el asunto como un tema de custodia, como viendo cuál es el padre más apto. Esto no es un concurso. Aquí está el padre biológico».
Magda afirma que el sufrimiento de Rafael fue inconmensurable: La niña lo llamaba por su nombre y no como papá. El primer encuentro entre ambos fue en un lugar «neutral»: la casa de los Cubas. Después, las visitas de Rafael a la niña se realizaban en un cuarto pequeño, artificial, lleno de espejos a través de los cuales vigilaban al padre como si fuera un delincuente.
«Al fin —recuerda Magda— la jueza dijo que el padre podía tener a la niña una tarde, en el apartamento donde él se hospedaba en Miami. Y luego autorizó un fin de semana. Entonces los Cubas decían que la niña tenía pesadillas. Le dije a Rafael: “Toma una camarita de video y filma a la pequeña para que vean que contigo ella está durmiendo bien y está feliz”. Eso nos ayudó mucho con el caso.
«Tuvimos el juicio en agosto del 2007. En un caso así, usualmente un padre va a la Corte y reclama a su hijo, y en el acto se lo dan. Es muy extraño y totalmente fuera de lo normal, que hubiese demorado casi tres años. En un caso así, usualmente el Estado gasta 17 000 dólares entre abogados, costos de Corte… Cuando llegamos a juicio, con el caso aún por terminarse, ya el Estado había gastado casi 300 000 dólares. Y todo para que la niña no pudiera regresar a Cuba».
Después de un complicado y tedioso proceso legal, se logró alcanzar un acuerdo extrajudicial, confirmado el 4 de diciembre del 2007 por la jueza del caso, Jeri B. Cohen, por medio del cual Rafael Izquierdo recuperó la custodia de su hija, pero con la condición de que la niña permaneciera en territorio norteamericano hasta mayo del 2010, y que durante ese período ella cumpliera con un régimen de visitas a la casa de los Cubas (dos fines de semana al mes), para supuestamente evitar que la adaptación de la pequeña a la figura paterna, la separación del hermano mayor y la ruptura con los Cubas, la afectara.
En un «toque brillante», como ahora Magda Montiel califica al buen paso que pudo darse, los abogados de Rafael Izquierdo lograron que él pudiera trasladarse con su niña desde Miami —donde había permanecido unos meses después del acuerdo extrajudicial— hasta Nueva York. Era esa la garantía de que el padre y su pequeña no corrieran grandes riesgos durante el largo tiempo que deberían permanecer en Estados Unidos: el ambiente hostil de la Florida quedaba atrás, y la Corte de Miami ya no tendría jurisdicción sobre ellos.
Fueron dos años durante los cuales Rafael, su esposa Yanara y los niños, formaron parte de esa gran familia que es la misión diplomática cubana en Nueva York: en el colectivo de coterráneos, el joven espirituano trabajó como uno más, al igual que Yanara; y las pequeñas Rachel y Elizabeth compartieron en la escuela con los demás niños cubanos. Así la espera transcurrió marcada por el cariño y la ayuda, en un escenario de verdadera confianza.
Cuando el mes de abril del 2010 llegaba al final, y se acercaba el momento del regreso a la Isla, Rafael Izquierdo recibió una carta de María Cubas. Hacia el final de la misma, a modo de despedida, el padre leyó tranquilamente:
«A Eli la queremos mucho y la seguiremos queriendo y rezando por ella por siempre. Ponle un psicólogo en Cuba si puedes, que me preocupa mucho su salud mental. Ten mucha paciencia con ella, que ella ha sufrido mucho.
«Nos duele mucho que no tuvimos nuestra última visita y que Eli no se pudo llevar su ropa, los zapaticos y la muñequita que a ella tanto le gustaba. Eli es una fanática de zapatos y tenía pasión con sus cosas. Pero bueno, al final, si Dios nos quitó esto también será porque él sabe lo que es mejor para nosotros (…)».
Ahora, frente a la línea del ferrocarril en Cabaiguán, Magda Montiel recuerda: «El primero de mayo del 2010, en el primer vuelo que salió de Nueva York, estábamos nosotros. Fíjate, pudimos haber salido el domingo en vuelo directo, mucho más cómodo, desde Nueva York a La Habana, pero ni modo. Cuando ese avión despegó, le dije al padre: “Rafael Izquierdo, ya eres libre…”».
Y él respondió con su sencillez de siempre, con esa mirada del que está marcado hasta lo profundo: «Magda, yo no lo puedo creer…».