En el diálogo brevísimo surge la apatía por el peligro. Si alguien tose por el catarro, el que se encuentra a su lado o al frente, suele decirle entre risas que está «cogido» con la influenza. El aludido, entonces, responde también alegre: «No chives, es una simple gripe».
Bromas como esas u otras parecidas surgen en los centros laborales revelando una conducta que favorece el contagio. De este modo aceptan como normal que alguien tenga catarro. En definitiva, siempre la gente lo ha pasado sin dejar de andar por las calles, concurrir a los centros públicos y al trabajo.
Una verdad incuestionable, pero la situación resulta inédita, bien diferente a otros tiempos. El virus A (H1N1) puede atacar camuflado, lo cual le confiere una mayor peligrosidad, si cabe, porque clínicamente es imposible diferenciar entre este último y un catarro común.
De ahí el grave error en que incurrimos al asumir con simpleza una cuestión en la que puede estar en juego la vida o la muerte. Podemos, de hecho ocurre, ser individualmente irresponsables, mas nunca debe serlo la administración, garante de las disposiciones legales.
El que tenga una sintomatología respiratoria (catarro común, acompañado de estornudos o secreción nasal) no puede asistir a los centros laborales, según el reglamento para prevenir el contagio.
Corresponde al máximo responsable de cada dependencia evitar la permanencia allí de quien sufre tales síntomas. Hay que aconsejarlo, hacerle comprender por su bien y el de los demás, que necesita atención médica.
En estos casos, luego del chequeo, le otorgan un certificado, de entre cinco y siete días, tiempo suficiente para que desaparezca el catarro si resulta común.
Durante ese tiempo tiene que mantenerse en la casa, evitar salir a la calle o centros públicos, y extremar las medidas higiénicas que impidan infectar a sus familiares. El personal de Salud Pública seguirá cotidianamente la evaluación de cada caso.
En Villa Clara se concedió ingreso domiciliario a 7 783 personas desde que empezó la epidemia en septiembre pasado.
La atinada medida influyó, sin dudas, en la reducción de la epidemia y, más trascendente todavía, el seguimiento médico permite entonces descubrir rápidamente, por signos más reveladores del virus A (H1N1), si hay empeoramiento.
Detectarlo sin demora equivale a contar con más posibilidades de salvación, debido a que el procedimiento médico resulta muy eficaz cuando comienza a aplicarse en las primeras 48 horas.
De ahí que prohibir ir a trabajar con una sintomatología respiratoria constituye una garantía contra el contagio, como lo es también al mismo tiempo la atención especializada a la que debe someterse el afectado, para despejar dudas.
De hecho, la medida funciona bien en escuelas y círculos infantiles, donde el personal de Salud y los maestros envían de inmediato al médico a quienes llegan con catarro.
A las administraciones les compete actuar de igual manera para impedir cobijar el contagio. ¿A qué esperan?