En el Salón de los Mártires de la Universidad de La Habana se conserva una reproducción de la pintura con la escena del fusilamiento de los estudiantes de Medicina. Autor: Roberto Ruiz Espinosa Publicado: 21/09/2017 | 04:52 pm
Mi sentido homenaje a los mártires del 27 de noviembre de 1871: Alonso Álvarez de la Campa, Anacleto Bermúdez, José de Marcos Medina, Ángel Laborde, Pascual Rodríguez, Augusto de la Torre, Carlos Verdugo y Eladio González en el aniversario 138 de uno de los crímenes más abominables cometidos por la corona española durante su dominación en Cuba.
Nuevamente los estudiantes agrupados en la Federación Estudiantil Universitaria bajarán de la colina y ascenderán al pueblo, al decir de Raúl Roa, marchando en peregrinación hasta el mausoleo de La Punta que cubre un pedazo de la pared de lo que servía entonces como depósito del Cuerpo de Ingenieros. Allí, a las 4 y 20 de la tarde, fueron fusilados los ocho estudiantes condenados a muerte bajo la presión de los Voluntarios integristas y la aprobación del Capitán General Blas de Villate, Conde de Valmaseda, hombre cruel y sin escrúpulos, que llevaba a cabo una guerra de exterminio en la parte oriental de Cuba tratando inútilmente de sofocar la llama de la revolución. Otros 35 estudiantes, entre ellos Fermín Valdés Domínguez, fueron condenados a penas que oscilaban entre 12 años y seis meses.
Como he señalado en otras ocasiones, aquellas víctimas inocentes, cuyas edades estaban entre los 16 y 21 años, fueron los primeros mártires del estudiantado cubano. Ellos devinieron símbolos de lucha y recuerdo cómo, durante la república neocolonial, en mis años de estudiante de la Universidad de La Habana, todos los 27 de noviembre llevábamos hasta el mausoleo de La Punta las banderas de combate, desafiando a veces la represión policial para denunciar a los regímenes corruptos y entreguistas. Han pasado 138 años y aún esperamos que los dirigentes españoles reconozcan la responsabilidad de la metrópoli en aquel horrendo crimen.
Siempre debemos tener en cuenta que frente a esa barbarie se alzó la dignidad de la otra España en la figura del capitán Federico Capdevila, nombrado defensor de oficio de los estudiantes, quien denunció en su alegato que aquella farsa de juicio se llevaba a cabo «…por la violencia y el frenesí de un puñado de revoltosos (pues ni aun de fanáticos puede conceptuárseles), que hollando la equidad y la justicia y pisoteando el principio de autoridad, abusando de la fuerza, quieren sobreponerse a la sana razón, a la ley». Y más adelante, respondiendo a las amenazas e insultos de la masa enardecida de Voluntarios, afirmó: «Si es necesario que nuestros compatriotas, nuestros hermanos, bajo el seudónimo de Voluntarios, nos inmolen, será una gloria, una corona por parte nuestra para la nación española ¡seamos inmolados, sacrificados; pero débiles, injustos, asesinos, ¡jamás!».
También debemos recordar el gesto digno de Nicolás Estévanes, oficial del ejército español destacado en La Habana en 1871, que se opuso a la ejecución de la sentencia y afirmó: «Antes que la patria están la humanidad y la justicia». Por este motivo fue expulsado del ejército español y su actitud digna es recordada en la Acera del Louvre, lugar de la protesta, en una placa en la fachada del Hotel Inglaterra.
Después de 1959, con la patria liberada para siempre, esa hermosa tradición (de desfilar hasta La Punta) no solo se ha mantenido viva sino que ella ha devenido símbolo de la voluntad inquebrantable de defender, a cualquier precio, la independencia y la soberanía de nuestro país y del vínculo indestructible entre nuestros estudiantes y el pueblo.
Conmueven por su impresionante vigencia aquellos versos inmortales del Apóstol dedicados a sus hermanos:
¡Déspota, mira aquí cómo tu ciego/Anhelo ansioso contra ti conspira:/Mira tu afán y tu impotencia, y luego/Ese cadáver que venciste mira,/Que murió con un himno en la garganta,/Que entre tus brazos mutilado expira/Y en brazos de la gloria se levanta!
Hoy, esta fecha adquiere un significado de enorme importancia. Somos testigos de la quiebra de los sistemas jurídicos y éticos de las sociedades civilizadas, para decirlo mejor, del mundo entero. Un ejemplo muy significativo de esa quiebra es, sin duda, el injusto secuestro —no tiene otro nombre— en las cárceles norteamericanas de nuestros cinco héroes: René, Ramón, Antonio, Gerardo y Fernando. A ellos y a los que sufren las violaciones de la ley y la ética en el mundo, nuestra solidaridad indeclinable. Solo con el derecho y con la ética se salvará nuestra especie de un colapso que puede llegar a ser definitivo.
Exaltemos el 27 de noviembre como una enseñanza de los rumbos que debemos seguir los revolucionarios y los pueblos para cumplir el mandato que nos viene del Himno Nacional venezolano, que dice en una de sus estrofas: «Gloria al bravo pueblo/ que el yugo lanzó/ la ley respetando/la virtud y honor».
Levantemos las banderas de la ética y el derecho como el mejor homenaje al recuerdo de aquellos mártires del 27 de noviembre de 1871.