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A romperse el coco

Mientras el país gasta importantes sumas para adquirir aceite de coco en el mercado internacional, imprescindible en la elaboración de jabones, cosméticos y otros insumos, numerosos obstáculos limitan la cosecha cocotera en Baracoa, responsable del 85 por ciento de la producción nacional

Autor:

Lisván Lescaille Durand

BARACOA, Guantánamo.— Si los números continúan confirmando la tendencia al decrecimiento de la producción de coco en esta región, donde se concentra el 85 por ciento de la cosecha nacional, no tardará el día en que la fruta comience a desaparecer de nuestros campos.

La apreciación no es alarmista. Científicos, productores estatales, campesinos y autoridades agrícolas de esta provincia andan, literalmente, «exprimiéndose el coco» para encontrar fórmulas que reviertan el retroceso en la cosecha de la fruta, debido a que por el aceite que se obtiene de esta, el país gasta considerables sumas de divisas en el mercado internacional.

Directivos de la industria del coco baracoesa afirman, por ejemplo, que solo la firma Suchel-Camacho demanda más de 5 000 toneladas anuales de este derivado para producir jabones,  cosméticos, perfumería y otros productos.

Herida, como se sabe, por los efectos de una crisis originaria del capitalismo, la economía nacional sentiría algún alivio «si bebiera agua de coco» con eficiencia, en una actividad marcada por la escasez de recursos materiales, pero también por numerosos problemas atribuibles a quienes se ocupan de ese cultivo.

Según datos de la Empresa Municipal del Coco, en 1990 se registró su récord histórico de producción, situado en unos 600 000 quintales; volumen que empezó a descender en la década del 90, ante la falta de fertilizantes y otros insumos para las atenciones culturales requeridas por el denominado Cultivo de los cien usos.

Los hombres y mujeres del coco en Baracoa, sin embargo, exhibieron durante 13 años consecutivos (1991-2004), discretos crecimientos en el acopio de la fruta, gracias a la acertada instrumentación de un programa de desarrollo que potencia la renovación y siembra de áreas nuevas. En 2005, sin embargo, «el coco empezó a caerse estrepitosamente», al cosecharse solo 99 000 quintales de 162 000 planificados; así se obtuvieron apenas 263 toneladas de aceite, de 500 previstas.

El descalabro en los principales indicadores de la entidad se debió, en gran medida, a las difíciles condiciones climáticas de la etapa, en la que la provincia sufrió una de las mayores sequías de su historia —letal para este cultivo—; pero además debido a problemas organizativos y financieros de la Empresa del Coco en Baracoa, rectora del desempeño de unos 1 700 productores y cientos de trabajadores del beneficio y la industria.

En 2008 el acopio alcanzó unos 98 000 quintales, y se lograron 403 toneladas de aceite, saldo que los directivos califican de favorable debido a la intempestiva visita del huracán Ike en septiembre, cuando la recolección alcanzaba su etapa pico.

¿Por dónde le entra el agua?

Cuando le hice la pregunta al Rey del Coco en Cuba, el campesino baracoense Francisco Cuza Quiroga, evitó cualquier retórica científica y fue directo al asunto: «Le entra por el alma y el esfuerzo del productor. Requiere cuidados y seriedad. Lo primero, porque es impensable que se alcancen resultados con los campos llenos de hierba; hay que sanear el coco, tumbarle sus desechos: pencas, ramas e incluso el fruto, si estuviera enfermo.

«Añádale —prosiguió— la seriedad en tus compromisos con el Estado. Hay muchos inventores por ahí que buscan lo fácil. Claro que requiere esfuerzos y eso no le gusta a casi nadie. La continuidad se está perdiendo», reflexionó este hombre de 77 años que echó raíces entre cocoteros y siente que desaparecerá la tradición de su familia, heredada de su bisabuelo, porque hasta ahora ninguno de sus tres hijos varones ve con buenos ojos el cocal.

Y ahí asoma otro serio dilema. Un cultivo asociado con las tradiciones campestres se ve doblegado por el desamor a la tierra. Yoleydi, un joven de 22 años dedicado al coco, apreció cómo la Medicina, el trabajo social y otras profesiones u oficios se mantienen en la preferencia juvenil, «porque casi nadie quiere ser agricultor... y en la mayoría de los casos son los mismos padres quienes los mandan a estudiar a la ciudad y les sugieren que no regresen», apuntó.

«Esta es una tendencia que no puede pasarse por alto —alertó la máster ingeniera Karen Alvarado, investigadora del Centro de Desarrollo de la Montaña (CDM)—, porque peligra el mantenimiento del cultivo debido a la pérdida en la transferencia de prácticas agrícolas a la nueva generación.

«La tradición es decisiva en el cocotero, pues los padres transmiten a sus hijos las experiencias sobre el cultivo. Hoy, por ejemplo, de las 1 640 personas que se dedican directamente a esta siembra, solo 22 están en la edad de 17-30 años, y 44 poseen entre 30 y 45 años; la edad promedio de los trabajadores implicados en el cultivo es de 55 años».

¿Agua pasada no mueve molino?

A punto de concluir la zafra del coco 2008-2009, los números son  elocuentes: 52 000 quintales acopiados y 200 toneladas de aceite elaboradas al cierre de septiembre, en medio de un difícil panorama en el que la empresa aspira a demostrar que «agua pasada no mueve molino».

Entre las razones del decrecimiento se mezclan nuevos problemas objetivos y viejas deficiencias, como se deduce del intercambio de criterios con el joven ingeniero Jorge Luis Hernández, director de la Empresa Integral Agropecuaria del Coco de Baracoa, que desde el primero de marzo asimiló a la endeudada entidad de Cultivos Varios del territorio, con sus unidades productivas y alrededor de 500 trabajadores.

«Ike derribó 530 hectáreas de coco y afectó en diverso grado a otras 3 300, al punto de que, a 13 meses del azote, todavía se aprecian frutos podridos por el daño de las aguas, sin hablar del perjuicio a las plantas donde el cocotero estaba floreciendo; pero por otro lado, persiste el desvío de una parte de lo cosechado hacia actividades más lucrativas, como la cría de cerdo y la extracción y venta privada de aceite y otros derivados», puntualizó.

A medida que este diario se adentra en el cocotal crece el banco de problemas. Abigail Duporté Lambert, administrador de la UBPC Mártires de Angola, está en el lado bueno de este asunto. Su forma de producción ubica a la entidad como vanguardia nacional desde hace varios años, pues obtiene buenos rendimientos y sobrecumple sus planes de acopio en las 8,5 caballerías de que dispone para la producción.

Para él «las ventas al Estado son sagradas», y sus trabajadores atienden integralmente las plantaciones, concentran ordenadamente el coco acopiado y vigilan los campos para detener a los ladrones.

Sin embargo, Abigail ve y siente por los problemas del coco. Inmediatamente nos hace notar que «no siempre funciona la debida organización empresa-productores. Hay que visitar más al campesino, porque no se contrata bien y se controla menos», sostuvo. El anterior es un asunto vital cuando el movimiento cooperativo y campesino aporta allí más del 60 por ciento de los volúmenes estimados por la empresa.

De tal manera, la impunidad con que actúan algunos y la falta de un certero ordenamiento de la contratación y comercialización «propicia su desvío, no solo para alimento animal, sino como forma de pago a desmochadores, peladores y otros involucrados en la actividad», argumentó el administrativo.

Del pago por quintales y otros asuntos

A lo anterior agréguese que casi nunca el desmochador es el mismo pelador, labor igual de compleja que se paga caro, aseguró Jorge Luis Medina, especialista del área de Producción, quien nos invitó a sacar nuestras cuentas, cuando apuntó que el quintal de coco, remunerado estatalmente con solo 25 pesos, contiene entre 65 y 70 unidades.

«El precio del quintal no es estimulante», remarcó Abigail, para confirmar un criterio unánime en aquellos contornos. «Ese precio no remunera el trabajo que implica cultivar, atender y cosechar el coco. Una vez se pagó a 36 pesos y fue cuando se registraron los mayores volúmenes productivos en Baracoa, lo cual refleja su alto potencial».

Tales preocupaciones están sobre la mesa de los directivos de la empresa. El asunto, según el ingeniero Hernández, se evalúa por el Grupo Nacional Frutícola, con la Agricultura y la ANAP; sin embargo, el empresario estimó que ellos deben encontrar las vías para detener un posible incremento de las actividades especulativas, asociadas con el demandado incremento del precio por quintal.

«Sería contraproducente que desmochadores y todo el que se beneficia de la cadena pretenda aprovechar ese beneficio para continuar exprimiendo al productor. Empezamos a crear brigadas de desmochadores —ya hay 24 de 44 que se constituirán— que realizan la actividad en coordinación con la empresa. A ellos los atendemos con algunos insumos, calzado y alimentación, pero les exigimos justeza en el cobro al campesino. Hasta ahora se nota una reacción positiva», explicó Hernández.

Mejor atención a los cosecheros, a partir de disponer de más recursos, y otra concepción para elevar la eficiencia, son buenas noticias que adelantó el Director del Coco en Baracoa. Para calzarlo añadió: «Se cuenta con sogas, machetes, limas, aparejos para los mulos y clavos para herrarlos, además de un criterio organizativo para la zafra 2009-2010 más cercano a los problemas de la base», sostuvo.

Otro de los enemigos más enconados del coco, el ácaro, también anda suelto en el lomerío baracoense. El ingeniero Jorge Luis Hernández  aseguró que alrededor del 48 por ciento de las 644,9 caballerías (superficie cultivada) está infestado por la plaga que también ataca al plátano, la palma y otras especies.

Esa amenaza podría conjurarse con la creación allí de un Centro productor de entomófagos y entomopatógenos (CREE) para la producción del antídoto Hirsutela, empleado como controlador biológico, precisó. Explicó que pusieron en marcha un desfibrador capaz de obtener unas 200 toneladas de sustratos y fibra de coco para su uso en las casas de cultivo del municipio.

Oídos a la ciencia

La joven ingeniera Karen Alvarado ha dedicado varios años al estudio del tema, y está al frente de un proyecto del CDM para introducir tecnologías de adaptación y potenciar el manejo agroecológico del cultivo.

Ella visualizó múltiples problemas que gravitan sobre el avance de la actividad agrícola, pero según su percepción los más importantes «son la carencia de una tecnología sostenible para el cultivo en sus diferentes fases; la desmotivación de los productores, porque el precio no satisface sus necesidades, así como la falta de un eficiente mecanismo de control a las áreas que, entre otras cosas, garantice la realización de las atenciones culturales».

Alvarado coincidió en la necesidad de incrementar el precio del quintal de coco, aunque «los integrantes del proyecto opinamos que debe realizarse sobre la base de la calidad del producto final, algo que no se tuvo en cuenta para definir la anterior reforma, de 14 a 25 pesos».

Por otro lado, apuntó la científica, no existe un mecanismo eficiente de control y fiscalización de la aplicación de las tecnologías agrícolas existentes, y de los nuevos resultados científico-técnicos. La empresa, amparada por la Resolución 629 en sus artículos 12, 13, 14 y 15, está jurídicamente facultada para chequear, controlar y hacer cumplir las atenciones culturales al cultivo. Falta conocimiento del tema entre los compañeros que tienen esta responsabilidad por la parte estatal.

«Pensamos que es posible sustituir importaciones y disminuir costos de producción, que evitarían la dependencia del mercado exterior, introduciendo tecnologías que se adapten a aquellas condiciones, fomentando la fertilización orgánica con materiales procedentes del mismo cultivo y de la zona y utilizando bioproductos de fabricación nacional. Estas son propuestas del equipo del CDM.

«Alguno de nuestros resultados —agregó— los introduce la empresa, como es el caso del Mapa de agroproductividad de los suelos cultivados de cocotero en Baracoa a escala 1:25000, en conjunto con la Dirección Provincial de Suelos y el Centro Provincial de Meteorología.

«Mediante los mapas los decisores tienen la posibilidad de conocer si los suelos de cada una de las fincas son buenos, regulares, malos o poco productivos para el desarrollo del cultivo, lo cual permite a la dirección de la empresa proyectar planes de fomento de nuevas áreas y corregir las que ya están plantadas y no son aptas, o aplicar las tecnologías idóneas para cada condición».

Aunque la actual se sustenta en resultados de países productores de coco, explicó Alvarado, este proyecto sugiere una tecnología  agroecológica para la producción de posturas de cocotero —en fase de prueba— que se adecua a las condiciones del clima y suelo del municipio.

«Es una tecnología basada en la sustitución de importaciones a partir del manejo de la fertilización con el empleo de fuentes de materia orgánica propia de la zona, como la fibra de coco y el humus de lombriz, que vienen a sustituir la fertilización química», aseveró.

Igualmente mencionó la elaboración de dietas alternativas, a partir de residuos de la industria del coco, así como la confección de la carta tecnológica del cultivo, debido a que esta «dejó de ser aplicable en el período especial. A partir de los resultados del proyecto se planteó la tecnología, que permite proyectar gastos por área y atenciones culturales».

El cambio tecnológico es un asunto que no admite resistencia, afirmó la especialista. «Las mismas características del cultivo obligan a la búsqueda de tecnologías de fácil aplicabilidad y bajo costo para que estas no sean rechazadas por el productor. Pienso que es imprescindible el trabajo que deben realizar los extensionistas en las áreas en función de cumplir su misión: sensibilizar a todos los involucrados en el proceso productivo con la aplicación de técnicas que impliquen más y mejores resultados.

«Es necesario lograr integración entre los diferentes centros de ciencia que puedan contribuir a la búsqueda de soluciones a los problemas del cultivo. El proyecto que lleva el CDM con el cocotero es un ejemplo positivo, pues hemos necesitado la participación de otras instituciones, como la Dirección Provincial de Suelos, la Dirección Provincial de Sanidad Vegetal y el Centro Provincial de Meteorología, entre otros», argumentó Karen Alvarado.

Árbol de la vida o de los cien usos

La fruta del cocotero se utiliza totalmente: el agua, de dulce sabor, es refrescante y un diurético excelente, además de resultar alimenticia y ofrecer la posibilidad de obtener a partir de esta un vino muy solicitado. La masa del cocotero es un alimento nutritivo para personas y animales; posee un aceite de obligado uso en la jabonería y perfumería; sirve para numerosos dulces conocidos en el mundo entero y otros autóctonos de esta región, y el pienso que de esta se obtiene es un buen alimento para cerdos y aves.

La concha del coco tiene un alto valor en la artesanía y desde los tiempos de la colonia los artesanos baracoenses obtuvieron premios internacionales mediante este material; produce además un filtrante muy necesario en procesos industriales: el carbón activado, del que se construyó una fábrica aquí.

La cáscara o fibra de coco, convenientemente procesada, sirve para la tapicería y la colchonería y es muy demandada por fabricantes de automóviles; además el polvo que genera al desfibrarse genera una materia orgánica de alto valor para la producción de orquídeas y vegetales, entre otros renglones.

La madera del cocotero, por la dureza de su fibra, sirve para la artesanía y la carpintería, y está demostrada su calidad en los bates de béisbol, renglón que se estudia para sus comercialización.

Las pencas de cocoteros fueron durante años utilizadas para cobijar  casas y bohíos y aún se usan en muchos lugares, además de servir como techos para los ranchos de animales, guardar los productos del agro y para cabañas rústicas y caneyes de la gastronomía y el turismo.

Por si esto fuera poco, el palmito del cocotero es un alimento muy apreciado, superior por sus cualidades alimenticias al de la palma real, aunque este es más utilizado; y puede ser una fuente de ingresos en divisas si se usa adecuadamente en la gastronomía del turismo.

Las raíces del cocotero o palmera del coco sirven para tratar distintas dolencias, ya que con estas se prepara un cocimiento muy usado por nuestros pobladores del campo en épocas anteriores.
(Más información en www.radiobaracoa.icrt.cu)

 

Cifras para meditar

Baracoa dispone de 644,9 caballerías de coco; de estas 477 están en producción y el resto en desarrollo.

De esa área se han renovado alrededor de 200 caballerías en los últimos años.

Las variedades de mejor comportamiento productivo son el indio verde, indio cobrizo y el indio café con leche.

Se estima que el ácaro afecta la cosecha en alrededor del 45 por ciento.

Con la tecnología disponible en Baracoa se necesitan 8,6 toneladas de coco (o dos de copra) para obtener una tonelada de aceite.

Al país le cuesta no menos de 500 dólares cada tonelada de aceite de coco.

La empresa dispone de seis hornos malayos, con los que se beneficia el coco hasta que se le extrae la copra. De ahí esta se destina a la industria extractora de aceite.

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