Jóvenes expedicionarios llegaron hasta La Demajagua para rememorar el 10 de octubre de 1868, cuando Carlos Manuel de Céspedes liberó a sus esclavos y los reunió en el Batey del Ingenio, donde presentó la bandera y leyó un Manifiesto que señalaba las causas de la lucha que iniciaba Autor: Calixto N. Llanes Publicado: 21/09/2017 | 04:51 pm
El tabaco que mi abuela hubiera regalado a Camilo
Hace años, cuando mi abuela me contaba historias fabulosas, me narró cómo un día, sin esperárselo, conoció a uno de los hombres más grandes que ha dado la Revolución Cubana.
Ella, que desde muy pequeña había aprendido el oficio de tabaquera y sabía bien lo que era luchar el quilo en tiempos difíciles, siempre quiso ayudar a derrocar la dictadura batistiana. Pero una mujer inválida, ciega y con una niña pequeña, no podía hacer mucho.
Una mañana, allá en las lomas de Florencia, donde vivía, apareció un grupo de pasantes queriendo comprar tabacos. Les vendió los que tenía, pero uno de ellos se detuvo a preguntar: «Señora: ¿Por qué tan baratos? ¿A todos aquí les vende igual?». A lo que mi abuela contestó: «Pues claro. Lo hago para mantener a mi niña, y si los vendo caro, nadie me compra». Luego de escucharla, el hombre se marchó.
Relata mi abuela que cuando se fueron una ola de vecinos invadió la casa. «¡Luisa! ¡Luisa! ¿A que no sabes quiénes eran esos? Eran del Ejército Rebelde, de la columna de Camilo Cienfuegos». Quienes vieron a Camilo lo describieron como el más alto de todos y muy conversador.
Si bien mi abuela no pudo verlo, notó en su voz que era un hombre sencillo y risueño, a quien al parecer no le gustaba pregonar su nombre para evitar regalos y mayores cumplidos. «De haber sabido que era él, le hubiera regalado los tabacos, hubiera sido mi ayuda a la Revolución»…, decía mi abuela una y otra vez.
Años más tarde, cuando triunfaron los barbudos, mi abuela quiso ir a la ciudad para darle una buena educación a mi madre. En una difícil situación, sin casa donde vivir, siguió el consejo de una amiga y le escribió a Celia Sánchez.
En su carta le contaba de la experiencia vivida con Camilo unos años atrás y le pedía trajera una foto de él para ponerla en su nueva tabaquería.
Cuenta mi madre que un día vinieron a entregarle a mi abuela una llave, la pusieron en sus manos y una señora le dijo: «Aquí tiene su casa». Era Celia que había llegado hasta aquel montecito para llevarle la foto. Supongo que aquel día fue muy importante para mi nana, pues cada vez que me lo contaba se emocionaba tanto que trocaba las palabras. Lástima que no pueda escuchar una vez más de su propia boca esta historia apasionante.
Así la evoco, a mi modo, pero con el mismo espíritu con que un día ella me la contó. Y de la misma manera se la diré a mis hijos y nietos, para que no se pierdan la sencillez de Celia y Camilo. (Oscar Padilla Díaz, Sancti Spíritus)
Amará a la patria y a sus hijos
(…) Sintiéndome profundamente conmocionado por los sucesos que llevaron a un padre —Juan Miguel González— a una lucha tenaz junto al pueblo de Cuba y a la solidaridad en todo el planeta por la liberación de su hijo Elián González, arbitrariamente robado por familiares establecidos en Miami…; y conociendo que los hijos son nuestras progresiones, nuestra trascendencia en el mundo (…), le hablaría a mi pequeño Bryan, para que ame la patria y luche tenazmente por las conquistas que defendemos.
Le contaría sobre las miles de familias cubanas víctimas de la separación de sus hijos durante la Operación Peter Pan (…); le haría referencia a las constantes guerras que lanza el imperio contra supuestos «puntos oscuros del planeta», que según ellos desarrollan el terrorismo; le explicaría que mueren cientos de infantes por la metralla o el hambre que esos ataques dejan a su paso.
A mi niño de cinco años le indicaría que es mejor vivir con honor y dignidad en un país como el nuestro, que no con dolor bajo el techo y abrigo de un imperio. (…)
Le señalaría que el amor a los hijos es quizá el de naturaleza más abnegada que existe, donde no hay casi sombras ni dudas… Y que por ello protegemos a nuestros retoños, vigilamos sus pasos, estamos atentos a sus decisiones, sufrimos con sus dudas, tratamos de impedir sus errores, y les evitamos inútiles sufrimientos.
Estoy convencido de que mi pequeño Bryan amará a la patria y a sus hijos tanto como yo a él. O más y mejor. (Aniel Oviedo Portal, Prisión Provincial Nieves Morejón, Guayos, Sancti Spíritus)
¿Cómo no enamorarme de él?
…Cuando cursaba el tercer grado, el cineasta cubano Enrique Pineda Barnet filmaba su antológico documental David; y visitó mi escuela primaria con el equipo de rodaje, pues la directora de aquel centro escolar había sido condiscípula de Frank País en la Escuela Normal para Maestros de Oriente.
(…) Posteriormente, tuve el privilegio de conocer de labios de su propia madre, Doña Rosario, las cualidades notables del hijo: amoroso, tierno, delicado, obediente.
Además, como frecuentemente visitaba la humilde casa donde creció junto a sus hermanos, convertida en museo desde 1964, supe de su vocación y habilidades naturales para las bellas artes. Allí exhiben sus dibujos y pinturas, el piano donde tocaba y su colección personal de discos de 45 revoluciones por minuto (RPM), que abarca variados géneros musicales.
Contemplé de cerca sus diplomas de estudiante de excelencia, sus libros escolares y religiosos… He leído sus poemas, cartas, fragmentos de diarios y autógrafos…
Frank, además de sus excepcionales condiciones de maestro, de líder revolucionario, era un joven como el que más; amante de las excursiones campestres y playeras, donde gustaba de fotografiarse junto a su grupo de amigos y condiscípulos.
Con un acercamiento así al auténtico Frank País durante mi infancia, adolescencia y primera juventud, ¿cómo no enamorarme de él?
(…) De esa manera se lo presenté a mi hermana menor. Un día, cuando ella tenía 17 años, fuimos juntas —por centésima vez— a su Casa Museo. En aquella oportunidad, antes de retirarnos, ella se inspiró a escribir algo en el libro de visitantes:
«Frank, sabes que crecí admirándote, pero en este momento solo lamento una cosa, y es no haber nacido antes, en tu época: ¡cuánto me hubiera gustado ser tu novia!». (Ada Vieiro García, Santiago de Cuba)
La mayor entereza
Todo comenzó cuando tuve la oportunidad de leer su libro Reto a la soledad. Me conmovió su historia, su vida, el pasado y el presente. Un hombre que con apenas 20 años fue hecho prisionero de guerra cuando Cuba brindaba ayuda militar a Etiopía. Sí, estoy hablando del teniente coronel Orlando Cardoso Villavicencio, el entonces joven telemetrista que conoció en carne propia lo que es sufrir por luchar por un ideal, sin traicionar a su Patria…
Recuerdo que mencionaba todos los atropellos a que fue sometido: desde ser torturado, hasta saber por medio de compañeros de la Cruz Roja Internacional que su hermana más allegada iba a ser operada de urgencia y él no estaría presente… También narraba su obsesión por el jabón, que poco a poco fue eliminando y cómo su tiempo lo convirtió en un mar de estudio, al punto de conocer varios idiomas…
(…) A finales del mes de marzo, Héctor Cabrera Bernal, el historiador de Guayos, mi poblado, me cuenta que tenía una sorpresa para el día de su peña literaria. No lo podía creer: había invitado a Orlando Cardoso Villavicencio.
(…) El cine-teatro de Guayos se abarrotó de personas. Comenzó para todos la dicha de escuchar anécdotas y emociones como si fuésemos testigos de lo sucedido. Allí me di cuenta de que en la memoria de Orlando habían quedado para siempre las horribles huellas de la guerra, la mano monstruosa del hombre. Desde despertar aturdido por una emboscada y ver que solo quedaba él vivo; perder un ojo, hasta observar los actos más bárbaros dentro de una prisión militar…
Cuando terminó la actividad, Héctor me lo presentó. (…) Las manos me temblaban, la mente se me bloqueó; quedé enmudecido.
Con una palmada del héroe en la espalda recobré la noción de la realidad. Era el mejor regalo que la vida me había dado hasta ese momento. La despedida fue muy calurosa. Me dedicó su libro. Tantas veces releo sus palabras: «La mayor entereza y convicción de un joven revolucionario es nunca darse por vencido; cada problema que da la vida es una prueba de confianza hacia sí mismo».
…Cuando termine mis estudios de Medicina y me llegue el momento de crear una familia contaré a mis hijos sobre aquel encuentro, sobre el héroe y su estela inolvidable de valores humanos. (Liam Daniel Hernández Ramos, Guayos, Sancti Spíritus)
¿Por qué regresaste vivo?
Recibimos a nuestro primer hijo el 25 de enero de 1972. (…) Para mi esposo la sorpresa mayor fue que un buen día el bebé llamó «papá» antes de decir «mamá». Ese mismo día papá había llegado a la casa con una sorpresa. Me puso en las manos un trozo de papel que en una esquina decía: «Listo para partir».
—¿Cuándo?, ¿dónde?, ¿por qué?, inquirí.
—Ya, no sé, lejos, mañana, contestó.
Años después, el 14 de febrero de 1975, nos encontramos otra vez. Tuve entonces todas las respuestas. Cumplió una misión internacionalista en Guinea Bissau, como guerrillero de la Artillería Antiaérea. Me contó de aquellos lugares, de su gente, de su pobreza, de cómo los oprimían y explotaban; de lo importante que resultaba la ayuda cubana.
Entendí mejor cuando marchó para Angola. Y volví a esperar, esta vez consciente del peligro. Sentí de cerca la valentía y el orgullo de aquellos hombres cargados de altruismo (...). Mediante fotos (...) mis hijos y nietos conocieron la gesta. Admiraron a Ramón Espinosa Martín por su proeza y se sintieron tristes por la muerte de Díaz Argüelles. Una gran indignación nos embargó por los diez años que dejaron casi ciego a Villavicencio en la oscuridad de las cárceles somalíes.
Contar la Historia es a veces difícil. Mi nieto de seis años cuestionó al abuelo:
—«¿Por qué regresaste vivo y dejaste que mataran al Che?».
Él todavía no entendía de lugares ni tiempos. Hoy, con ocho años, sabe que África y Bolivia están distantes y que el Che ya había muerto cuando abuelo fue al continente africano para continuar la historia que tal vez él mismo extienda algún día, como médico o maestro. (Milagros Martínez García, Cienfuegos)
El guerrillero y la chispa
… Soy una campesina que nunca ha paseado por las calles habaneras, ni tampoco ha visitado Santa Clara, aun viviendo en Matanzas. En cambio, desde que era una adolescente sueño con ir a la Granjita Siboney, al Cuartel Moncada y subir al Pico Turquino.
Yo no puedo hablar de una persona o de un hecho, sino de los dos a la vez, porque para mí el Che Guevara y el asalto al Moncada significan todo.
El Che es más que un hombre, un guerrillero, o un verdadero revolucionario. Para mí es como un dios, mi dios. Espero que entiendan cuando digo que he vivido con él desde Alegría de Pío, cuando pensó que iba a morir y Juan Almeida le dio ánimos para seguir, y lo logró, hasta el día que regresó de Bolivia y bajó la escalerilla del avión junto a los demás, para seguir guiándonos por este camino largo, largo.
Un día, hace años, mi abuela me regaló un bulto de revistas viejas. En una de ellas encontré la narración detallada de los sucesos del 26 de julio de 1953. Desde entonces la guardo en la parte de mi clóset donde tengo los recuerdos más bonitos de mi vida. Con ella aprendí por qué Fidel y Mario Muñoz hablaban de «la hora cero» y me pregunté qué habrán sentido Renato Guitart y José Luis Tassende cuando se percataron de que iban a dar su vida por la patria.
El Guerrillero nos guía y el asalto al Moncada fue la chispa del motor de la victoria ¿Cómo escojo uno de ellos?
Tengo un niño de cuatro años y ya conoce al Che; también sabe que en una ciudad lejana de Cuba hay una escuela donde hoy estudian niños, pero hace muchos años allí había hombres malos. Cuando comience la escuela y sus maestros se unan a mí para enseñarle, junto a números y letras, la Historia de nuestra patria, estoy segura de que tampoco él va a poder escoger entre un hombre y un hecho… (Nubia García Mesana, Calimete, Matanzas)
Te imagino frente a mí
El Martí que yo conozco,/ es un perfecto poeta/ que a todo el mundo respeta,/ no es descortés, tampoco tosco.
Como pionero te escribo/ feliz en este poema,/ que pronto será mi lema/ a los mártires caídos.
Por eso, querido Apóstol,/ te imagino frente a mí,/ pero no imagino el rostro/ que pondría al verte a ti.
En estos últimos versos,/ Martí, ejemplo y amigo,/ tus fotos no tienen precio,/ el dinero no va contigo. (David Gutiérrez Menéndez, Regla, C. de La Habana, 11 años).
El que nos echó a vivir
Hay una figura de nuestra Historia por la que siento un amor particular. Es el Padre de la Patria: Carlos Manuel de Céspedes. Con mi pequeña Anliet he abordado el tema. Aunque tiene solo nueve añitos creo que ha comprendido el mensaje y con él, «la utilidad de la virtud».
…Porque Anliecita, niña, como te han contado en la escuela, él fue el primero en comenzar la larga lucha que nos hizo libres y aún continúa; el primero en hacer a sus esclavos libres en los momentos iniciales de esa lucha, lo que incidió en que durante el primer año de guerra, nuestro primer Gobierno revolucionario la aboliera con carácter de ley (…) Y es que ese «hombre de mármol» estaba inclinado a servir.
De genio tempestuoso, dominó su carácter por el bien de la naciente patria —«por mí no se derramará sangre entre cubanos», dijo—. En él brillaron con claridad de aurora valores que constituyen un legado precioso de nuestros días de cuna: honestidad, sentido del deber, solidaridad, heroísmo.
Bueno, ya te conté cómo y por qué murió… No, pequeña: los cubanos que lo destituyeron no eran malos, como dices, solo tenían menos visión política (…) lo juzgaron mal y no supieron aquilatar el simbolismo de su figura. Sin embargo, muchos de ellos también cayeron por Cuba.
Hoy es útil conocer nuestro pasado y estar a su altura. Su raíz es el ayer, con aciertos y errores. Él nos llama, en un presente tampoco fácil, a la lucha; porque mañana no podemos volver a ser esclavos. (Roger Argote Ortega, Río Cauto, Granma).
Pablo y su andariego corazón
Dicen quienes lo conocieron que «Pablo tenía un cuerpo gigante y un alma de acero» que contrastaba con su ternura infantil; que «hablaba y su voz retumbaba como trueno»; que caminaba y sus pasos resonaban como eco en construcción monumental.
Contra lo que parecía correcto, creía más en Salgari que en su padre, y algunas noches, al quedarse solo en su casa de la Víbora, cuando se colaba el viento nocturno por la rendija de las puertas, creía sorprender la marcha de un indio cortador de cabelleras.
(…) A su hermana Zoe se dirigía muy serio, mientras que a la pequeña Lía le enseñaba a leer, a dar volteretas para que fuese cirquera; y, al pintarla, tenía que estarse quieta para que no le rompiera «aquel momento de inspiración artística».
Tenía además la preocupación de la calvicie y la obsesión del deporte. No podía permitir que la salud se le fuera porque esta representaba «la fuerza y la juventud»…
Pronto entró al campo de pelea del periodismo. Y al tumulto y el grito de «Fuera el imperialismo» y «Abajo Machado». Era el 30 de septiembre de 1930. Frente al parque Eloy Alfaro asesinaron a Trejo, y Pablo fue recogido con la cabeza herida. La policía le había quebrado más de un tolete encima y él no llevaba ni una piedra para defenderse; solo tenía «sus puños de hierro, su cuerpo gigante y su alma de acero».
(…) Al salir de la cárcel, emergió convertido en un formidable escritor y un sagaz periodista político que desenmascaró a asesinos, ladrones y cobardes…
¿Quién que lo conoció podría olvidar a aquel primer «barbudo» que transitó por las calles de La Habana, y que con el teclear de una Rémington escribió el reportaje sensacional de sus 105 días preso?
(…) Tángana, cárcel, exilio, golpes, ahora, después, regreso, Revolución del 30 yéndose a bolina. Es un torbellino su existencia. Un fabuloso empuje del amor que lo llevará hasta la Guerra Civil Española, a «aprender para lo nuestro»…
Es nombrado Comisario Político, para adoctrinar a la tropa y pelear junto a ella. Para él la Revolución no es acomodo ni oportunidad, sino sacrificio y entrega. Es la victoria o la muerte. «Y de veras hay que morir para acabar con la guerra».
Pero no mueren sus crónicas, no se va él, con su armadura de proa, y su andariego corazón. (Sonia Regla Pérez Sosa, Jagüey Grande, Matanzas)
«… Patria, Rebelión, Independencia»
Hijo: La historia de nuestra patria está llena de hechos que enaltecen la vida de sus protagonistas y los elevan eternamente en el recuerdo agradecido de su pueblo.
Te quiero hablar del primer mártir del periodismo cubano. Fue un joven de tu edad, de apenas 23 años, tipógrafo de profesión, al que le fue aplicada la pena de muerte en garrote vil el 13 de septiembre de 1852.
(…) ¿Cuál era el delito del joven Facciolo? Elaborar y editar el periódico La voz del pueblo cubano; publicación subversiva en pleno corazón de la ciudad de La Habana, que propagaba el noble sentimiento de libertad de nuestra gente contra el oprobioso yugo colonial español.
En los momentos finales de su breve existencia, Eduardo Facciolo Alba escribió un poema a su madre. Aquellos versos deben ser el paradigma eterno de los jóvenes cubanos en su lucha por construir una patria mejor: «Perdona, sí, perdona madre mía/ si en cambio a tus desvelos y ternezas/ Te muestro con sarcástica alegría/ en lo alto del cadalso mi cabeza.
No turbes, no, mis últimos instantes;/ no turbes la quietud de mi conciencia; / Háblame, sí, con gritos incesantes/ de patria, rebelión, independencia.
Recuerda, mi hijo, que siempre son los jóvenes los que protagonizan las epopeyas… (Daisuki González Murakami, Cruces, Cienfuegos)
Más que la noche
¿Sabes? Cuando lo conocí yo era colegiala y aún tenía el pelo retorcido en crespos negros que no me gustaba peinar.
Después fui creciendo (…); y hundiéndome en los sinsabores del amor, cuando leí Nocturnal. Era un llamado. Era una súplica imperativa: «despierta, María, María...» Y desperté.
… Aprendí que hay instantes que te definen y te consagran, y de la mano de sus escritos y sus versos conocí que la noche puede ser un espacio hondo y la vida un hálito breve; mientras una palabra puede ser una estela en la eternidad si está llamando a despertar.
Y lloré. Lloré al saber que Raúl Gómez García tenía 25 años cuando se fue al Moncada; solo 25 años cuando murió en julio; 25 años y se casaba en diciembre, 25 años y se inscribió en la historia. Y me gustaría guardar su nombre como un talismán hasta el final de mis días.
Igual quisiera que lo recordaras después de mí. (…) Por todos lo colegios y los reproches innecesarios, y los desvelos en vano; por todas las novias desposadas con la historia; por todas las madres que pacientes esperan por unas pocas letras, sencillas y tristes como las últimas que él le escribió a la suya: «Caí preso, tu hijo».
Yo sé que va a ocurrir que un día el amor desdoble un cuerpo entre tus brazos, y un cuerpo despliegue en tu pecho las alas del amor, y la urgencia del beso y del cuerpo y del amor le pongan cifra a tu magnitud; y cuando eso ocurra lo recordarás. Lo recordarás por todos los besos que algún día no dimos, y con su noche ebria y mi noche honda y tu larga noche, llamarás hacia un nuevo despertar. Y entonces, desde donde estés y hasta donde se haya ido (…) le dirás agradecida: «No todo fue inútil, Raúl». (María del Carmen Ramírez Sánchez, Camagüey)