Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Evocan entrada de Fidel y la Caravana de la Libertad a La Habana

Muchos aún hoy no pueden evitar que sus ojos se empañen mientras vuelven a sus recuerdos del 8 de enero del 59, cuando vieron aquella montaña de barbudos sobre tanques y yipis

Autor:

Yailin Orta Rivera

Fidel y sus compañeros, a pesar del agotamiento, siempre devolvieron los afectos y el cariño al pueblo que en torbellino invadió las calles ese día para recibirlos «Todos los sonidos de la ciudad se unieron al vocerío de la muchedumbre: las sirenas de los barcos, las bocinas de los autos, los silbatos de las fábricas. Se escucharon las salvas de 21 cañonazos disparados por dos fragatas de la Marina de Guerra... La garganta del pueblo enronquecía en un grito: ¡Viva Fidel! ¡Viva Cuba Libre! ¡Viva la Revolución!».

Así describieron aquel 8 de enero los periódicos de la época. Y por elocuentes que resulten las imágenes y los reportes de la entrada de Fidel a La Habana, palpita el encanto cuando quienes estuvieron allí aquel día ofrecen miradas, matices y detalles de cómo vieron, arroparon, sintieron e hicieron suyos a los héroes.

Llegaron los barbudos

«Todo el mundo estaba ansioso esperando que entraran los rebeldes. Recuerdo que desde el amanecer mi madre vistió a mis cuatro hermanos pequeños para ir a recibirlos. Ella se veía muy feliz, hasta cantaba o silbaba alguna melodía. Y mi padre constantemente hacía señas para que nos apuráramos.

«Cuando llegamos a la cercanía del Malecón sí que nos espantamos. Era mucha, mucha gente. El ambiente era comparable con el de una gran fiesta. Todo el mundo voceaba ¡Cuba! ¡Cuba!».

Conrado Sáez Martínez no puede evitar que sus ojos se empañen mientras vuelve a sus recuerdos del 8 de enero del 59. Tenía unos 14 años cuando sintió el mismo cosquilleo en el estómago que experimentan los enamorados.

Cuenta que el nerviosismo aumentó cuando vio aquella montaña de hombres sobre tanques y yipis. Entonces la gente dijo a correr, a abrazarse y a estallar en una suerte de euforia.

Sus manos arrugadas y cálidas buscan los balcones desde donde batían las banderas. «Se me confunden las imágenes; es muy difícil precisarlas, porque había muchas; hasta algunas mujeres llevaban ropa rojinegra, o blanca, roja y azul».

Al compás de vivencias similares Juana Flavia César César nos trasladó a aquel glorioso día en que la capital del país, convertida en un remolino de gente, le abrió sus puertas a quienes derribaron el régimen de oprobio.

A sus 79 años admite no acordarse de quién les dio «la bendita noticia». «Alguien llegó gritando a la casa, diciendo que los rebeldes habían ganado y venían para acá para La Habana».

Fidel lo había confirmado. Desde el Ayuntamiento en Santiago, aquel 1ro. de enero les dijo a Cuba y al mundo, con su voz ancha, casi mística, que la victoria era cierta e inquebrantable.

«¡Largo y duro ha sido el camino, pero al final hemos llegado a Santiago de Cuba! Así expresó ante un mar de pueblo desbordado de alegría. Al día siguiente partiría la Caravana de la Libertad hacia el Occidente.

«Aquello fue apoteósico. Todo estaba paralizado», rememora Juana Flavia, quien sostiene que todos querían pedirles brazaletes, balitas o un mechón de pelo a los barbudos.

Las flores del 59

Zenaida Loynaz Mesa tenía diez años cuando entró aquel torrente integrado por los miembros del Ejército Rebelde. Aunque el recuerdo suele volvérsele difuso, intenta desgranar lo vivido. «Todo el mundo estaba apretujado en la calle. Yo alcancé a verlos desde el balcón de mi casa, pero apenas podía distinguirlos, porque las personas se lanzaban a saludarlos y agradecerles».

Las fotos llegan a ser insuficientes, pues una multitud de pueblo, mayor de la que un lente puede alcanzar, arropó a sushéroes de rostros barbudos. Desde temprano la noticia pasó de boca en boca. «Los “mau mau” están cerca, queda poco para que lleguen», era una de las frases que más sonaba, lo mismo como un susurro que a toda voz, recuerda Zenaida.

El pueblo aplaudía y tiraba flores incesantemente. Voces claras y roncas alababan la llegada de Fidel y demás comandantes y oficiales que le acompañaban, entre ellos Camilo Cienfuegos, con su sombrero de fieltro, inconfundible.

«Las ovaciones se prolongaban por largo rato y los vivas a la Revolución se sucedían. Había bandas de música en las avenidas céntricas de la ciudad. El júbilo era contagioso en todos los puntos por donde pasó la Caravana Libertaria», confiesa Juan Sánchez Naranjo.

Sería prácticamente imposible saber cuántas personas estaban reunidas aquel 8 de enero en el Malecón, y a lo largo de todo el trayecto de los barbudos hacia Columbia (hoy Ciudad Escolar Libertad).

Las fotos llegan a ser insuficientes, pues una multitud de pueblo, mayor de la que un lente puede alcanzar, se volcó a las calles ese día para recibir a sus líderes.

«¡Fidel, Fidel!», se gritaba a la espera de que apareciera, entre los tantos carros, el que transportaba al Comandante en Jefe.

«Lo vi en 23 y B, en la esquina del colegio Trelles. Fidel iba en un yipi. Era una entrega total y absoluta la del pueblo ese día; sobresalía la identificación de los cubanos con el proceso revolucionario», recuerda Mara Olivié, quien entonces era una joven de 18 años.

Añade que a ella nunca le sorprendió el triunfo del 1ro. de Enero. «Desde un tiempito antes de la victoria ya podíamos escuchar por Radio Rebelde cómo iban las cosas en la Sierra. Y por radio también nos enteramos de la entrada de la Caravana».

Ricardo Vidal Batista también regala sus vivencias a estas páginas. «Yo vivía en el Cerro entonces. En cuanto corrió la noticia, el pueblo se posicionó en las vías aledañas al Malecón y a Ciudad Libertad desde horas tempranas, porque no se sabía exactamente cuándo pasarían.

«El Malecón estaba llenito, llenito. Los carros iban pitando. Unos amigos y yo atravesamos por la avenida de Paula para llegar más rápido. Estábamos metiendo cabeza a ver si podíamos ver mejor, porque la aglomeración era increíble.

«Después fuimos hasta Columbia y allí nos cogió la noche. Fue lindo ver cómo mientras Fidel hablaba muchas banderas del 26 de Julio ondeaban y la gente les tiraba flores.

A sus 76 años Luis Agüero Marcelo rememora con claridad cómo vio a Fidel saludando a todo el mundo. «Yo rápido agité mis manos, porque sentía que me estaba mirando; aquello me marcó profundamente».

Según recoge la historia, a la entrada de la ciudad de La Habana, en el Cotorro, Fidel viajaba en un tanque ocupado a las fuerzas enemigas, pero luego continuó el viaje en un yipi. Pasó por la Virgen del Camino, la Calzada de Luyanó y la calle Concha rumbo a Atarés, los elevados de la estación de ferrocarriles, la Avenida del Puerto... En este último tramo se detuvo para ver allí anclado el Yate Granma, y saludar al compañero Norberto Collado, su timonel.

Siguió hasta llegar a Malecón y Prado, donde paró con el objetivo de visitar el Palacio Presidencial, desde cuya Terraza Norte dirigió un breve discurso a la población allí congregada. Luego marchó por Malecón y continuó por las avenidas 23, 41 y 31, hasta el campamento militar de Columbia, otrora guarida de Batista, donde al anochecer hablaría al pueblo habanero.

«Los seguí hasta Columbia, porque quería escuchar a Fidel», admite Pablo Zambrano Miranda, de 69 años. Entre aquel baño de multitud pudo escuchar el discurso de Fidel. En aquella memorable jornada, el líder de la Revolución expresaría:

«Nuestra más firme columna, nuestra mejor tropa, la única tropa que es capaz de ganar sola la guerra, esa tropa es el pueblo. Más que el pueblo no puede un general; más que el pueblo no puede un ejército. Porque el pueblo es invencible y el pueblo fue quien ganó esta guerra.

«De la disciplina del pueblo y del espíritu del pueblo me siento orgulloso, porque si algo realmente excelente ha hecho, es demostrar su dignidad y civismo. Vale la pena sacrificarse por un pueblo así. ¡Jamás defraudaremos a nuestro pueblo!».

Los héroes habían tardado siete días en llegar a La Habana. Cuentan que nunca los venció el agotamiento para devolver los afectos al pueblo, al tiempo que Fidel les hablaba de la conquista, de los sueños y el futuro. Desde entonces no se han secado las flores de 1959.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.