LAS TUNAS.— Los estanquillos de la provincia lo acogen cada viernes, para beneplácito de sus lectores. Y su nombre es recurrente en el discurso callejero, que lo repite con resonancia hasta situarlo ahí, a un costado de la gente. Desde entonces devino referente obligado, memorando de autenticidad: «Eso es así porque yo lo leí en el 26».
No hay asunto de actualidad territorial ajeno a sus columnas. Ni noticia que pase de largo sin seducir a sus reporteros. El semanario tunero es eso, precisamente: reflejo de la sociedad que le da aliento y academia para forjar informadores. Uno y otra se fusionan en tinta y papel, suerte de compromiso escrito con su entorno.
Los aciertos y los deslices de los hombres alimentan cada semana sus ocho páginas. Es que el periodismo, cuando es auténtico y desempeña su rol, potencia y coloca sobre el tapete la definición de Martí: látigo y cascabel. Y 26 es látigo para azuzar hacia lo perfectible y también cascabel para cantarle una oda a la etapa vencida.
Varios han sido los estadios por los que ha transitado esta querida publicación tunera. Desde aquellos formatos enormes y diarios, tipo estándar, hasta el más práctico de hoy, modelo tabloide, semanal. Desde aquellas planas grandes saturadas de noticias, hasta las páginas suaves actuales, equilibradas y con diseños modernos.
Han transcurrido casi 30 almanaques desde aquel lejano 26 de julio de 1978 en que el periódico 26 salió por primera vez a la palestra. Su equipo de dirección, reporteros, fotógrafos, diseñadores, correctores y trabajadores administrativos intentan todos los días hacerlo mejor. Si lo consiguen o no, solamente lo saben los lectores. Eso sí: quienes forman parte de su plantilla llevan a flor de piel el orgullo y la satisfacción por lo que el semanario representa.