Oscar Lucero Moya, organizador de la lucha clandestina en el oriente y la capital del país Fue a pocas horas del triunfo del primero de enero de 1959 cuando por fin se pudo llegar hasta la celda marcada con el número 6, donde le asesinaron con saña, en el antiguo edificio del Buró de Represión de Actividades Comunistas (BRAC), en la ciudad de La Habana. En una de las paredes se halló escrito con sanguinolentas letras: «18 de mayo de 1958. Aún vivo, Oscar».
Como un luchador revolucionario de cualidades verdaderamente excepcionales pasaría a la historia aquel 19 de mayo de 1958. Un recuento necesario en la memoria patria nos revelaría, incluso, que no sería él el único, ni tampoco el último héroe que hasta hoy se ha perdido, que supo soportar con honor los más crueles tormentos antes que claudicar en los principios o exponer la vida de sus compañeros.
Pero como guerrillero del llano y en un momento tan crucial de la última y definitiva gesta libertaria cubana, el joven Oscar Lucero Moya no era ya un combatiente común. Con apenas 30 años de edad, cumplidos casualmente en aquellas mismas mazmorras, acumulaba un historial sorprendente dentro de la clandestinidad.
Algunos de sus verdugos le conocían bien, aunque su nombre y apellidos verdaderos habrían de permanecer ocultos indistintamente entre los hombres color del silencio por seudónimos de guerra como Omar Sánchez, Narciso Montejo, Héctor García o Noel González.
En la ciudad de Santiago de Cuba se había integrado a la vanguardia revolucionaria en el enfrentamiento a la tiranía batistiana y, más tarde, cumpliendo sus orientaciones, se alzó en el intento por abrir el II Frente Rebelde en la zona de Palmarito de Cauto.
En la ciudad de Holguín llegaría a participar en la revitalización del Movimiento 26 de Julio y ser su máximo coordinador y organizador.
Por sus cualidades como dirigente fue designado más tarde para fortalecer las actividades de acción y sabotaje en la ciudad de La Habana y, entre otras complejas misiones en esta última etapa, fue protagonista del espectacular secuestro del campeón argentino del volante, Juan Manuel Fangio.
Del lado del deberOscar Antonio Lucero Moya nació el 30 de abril de 1928, en Palmarito de Cauto, Oriente, un asentamiento rural enclavado en territorio que actualmente comprende el municipio de Mella, en la provincia de Santiago de Cuba.
Sus padres, Manuel Lucero Lull y Amparo Moya Omicuris, se habían asentado en el batey del antiguo central azucarero Miranda y habían formado una grande y sólida familia de 11 hijos, seis varones y cinco hembras, de la cual el más pequeño fruto era Oscar.
Sin embargo, a los tres años de edad, él y sus hermanos quedarían huérfanos de padre, por lo cual tuvo una niñez, además, preñada de penurias económicas.
Se hacían sentir los embates del «tiempo muerto», la politiquería y las injusticias sociales irracionales, y el solo hecho de ansiar o pretender cambiar el estado de cosas podía costar fácilmente a cualquiera la vida misma.
Trasladado luego con su familia a Palma Soriano, Santiago de Cuba, cursó la enseñanza primaria en el Colegio Bautista El Sinai y realizó estudios en el colegio El Cristo, de la propia iglesia, gracias a una beca concedida por el pastor Agustín González, su director. Allí conocería a Frank País García.
Desde muy temprana edad, se hace notar entre sus compañeros por su natural carácter «taciturno, tranquilo y meditativo, y una mirada clara y serena», que el destacado revolucionario holguinero Renán Ricardo Rodríguez, quien le conociera desde entonces, significó que despertaban los más puros afectos.
En Santiago estudia en el Instituto de Segunda Enseñanza, también junto a Frank, y alterna junto a él en la dirección del movimiento juvenil de la iglesia Bautista.
En 1955 se gradúa de Bachiller en Letras. Desea estudiar Derecho e ingresa en la Universidad de Oriente; estudia y trabaja al mismo tiempo, como obrero pesador en el central Miranda, pero son empeños que no puede continuar.
El zarpazo Batistiano del 10 de marzo le hace escoger otro camino: el de la universidad de la Patria, de la cual se graduara como uno de sus más preclaros héroes.
Los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes lo motivan a incorporarse a las filas de la Juventud Ortodoxa. Funda la organización Acción Libertadora y más tarde, junto a Frank, Pepito Tey y otros revolucionarios, integra la membresía de Acción Revolucionaria Oriental.
En junio de 1955 Fidel parte desde Isla de Pinos y promete que «seremos libres o mártires». Se constituye el Movimiento 26 de Julio. Para los revolucionarios dentro del país quedan las tareas para retomar la lucha emancipadora y Oscar Lucero es uno de los que se incorpora a las acciones del Movimiento en el llano.
Tras el intento infructuoso de la fundación del II Frente en la zona noroeste oriental, fue designado por la dirección del Movimiento para reorganizar y coordinar la lucha en Holguín.
La feroz represión desatada por la dictadura en todo el país tras el alzamiento del 30 de noviembre, y luego con el fracaso de la expedición militar del Corinthya, por el norte oriental, habían dejado descabezada virtualmente la dirección del 26 de Julio en aquel territorio.
La combatiente de la clandestinidad, escritora y poetisa holguinera Lalita Curberlo Barberán, recogería en su libro El tiempo y el recuerdo, que el día en que conoció a Oscar sintió «algo cálido y humano y la confianza en que aquel joven daría las órdenes, con dulzura, con afecto y que le obedeceríamos».
Luego de varios meses de paciente labor junto a decenas de valiosos compañeros se logró materializar una de las misiones clave en la zona: el ajusticiamiento revolucionario del coronel Cowley Gallegos, ejecutor principal de las tristemente célebres Pascuas Sangrientas, que aún hoy enlutan hogares holguineros.
Con la consecución de este objetivo y ante la necesidad de continuar fortaleciendo la lucha en todo el país, Oscar Lucero es destinado entonces a la capital, donde se incorpora como colaborador de Marcelo Salado, quien asumía el frente de acción tras la caída en combate de los revolucionarios Sergio González (El Curita) y Arístides Viera.
Entre las misiones que ejecutó en la capital, el intento de atentado en una parada de la ruta 70 a las fuerzas de la Policía, y su participación en el espectacular secuestro del cinco veces campeón del mundo en automovilismo, Juan Manuel Fangio, el 23 de febrero de 1958, alcanzarían el mayor relieve.
La desaparición transitoria del astro argentino consiguió acaparar el interés internacional sobre la verdadera situación revolucionaria creada en el país, así como de la consolidación del avance guerrillero desde la Sierra Maestra hacia el llano, bajo el mando del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.
La lucha clandestina continuaría incrementándose, al mismo tiempo que la represión de la tiranía se tornaba cada vez más violenta y sedienta de sangre.
Eran hechos demasiados contundentes que el dictador Fulgencio Batista pretendía ocultar bajo una farsa de estabilidad y supuesta neutralización de las fuerzas rebeldes.
La detención y la justiciaEl 28 de abril de 1958, la policía irrumpió en un apartamento de los bajos del edificio sito en la calle 13, cerca de Paseo, donde residía Oscar Lucero. El conocido toque de contraseña en la puerta del apartamento no lo advierte del peligro. La delación por un traidor al movimiento M-26-7, ahora uniformado y con los grados de teniente, habían llevado hasta allí a la soldadesca.
Ante la indagación por el nombre de Oscar, el joven, sin perder su estoica ecuanimidad se identificó como Noel González. En ese mismo momento llegó al lugar la combatiente Emma Montenegro. La insistencia del teniente, quien conocía la identidad real de Lucero, favorece que los dos revolucionarios sean conducidos. Sería la última vez que se le viera con vida.
Meses después, sobre estos mismos acontecimientos, Emma Montenegro relataría en la revista Bohemia: «Íbamos los dos para el Buró de Investigaciones —él, sin dudas lo sabía, hacia la muerte—, y me daba palmaditas para animarme, tan cálido y dulce, con sus hermosos ojos llenos de tristeza, como el que conoce su destino y lo acepta orgullosamente».
Según narra Renán Ricardo en su libro El Héroe del Silencio, en una grabación magnetofónica encontrada posteriormente sobre los «interrogatorios» realizados a Oscar por la SIM, y que varios de sus compañeros pudieron escuchar, se pudo llegar a la conclusión de que no dijo una sola palabra que comprometiera al Movimiento o la vida de algún compañero, pese a que él era precisamente uno de los revolucionarios que mejor conocía las actividades, sitios y nombre de los militantes.
En su edición del 18 de febrero de 1959, el periódico Surco publicó una nota en la cual se daba a conocer la aplicación de la sentencia de pena de muerte por fusilamiento, adoptada por el tribunal revolucionario al ex comandante de la dictadura y criminal Jesús Sosa Blanco.
En esta también se enunciaba la ejecución del ex teniente de la Policía Nacional, Luis Lima Lago, quien luego de traicionar al M-26-7 y entregarse al régimen, delató a numerosos combatientes, entre ellos a Oscar Lucero Moya, torturado y asesinado bárbaramente.
No podrían comprender jamás los esbirros que desgarraron con saña cada milímetro de su cuerpo, que aunque convirtieran en calvario sus últimos veinte días, hasta hacerle desaparecer físicamente, su silencio y firmeza inconmovibles le permitirían vivir para siempre en el decoro y la dignidad de los vivos.
Nota: Para realizar este trabajo se consultaron El Héroe del Silencio, de Renán Ricardo. Editora Política, 1986; Revista Bohemia; El tiempo y el Recuerdo, de Lalita Curbelo, ediciones Holguín, 1994; Periódico Surco, y la Revista El militante comunista.