Sentado frente a mí y sujetando con sus manos el bastón que lo conduce por la vida, habló de tristezas y alegrías, de ilusiones y tiempo perdido. En el Joven Club de Computación y Electrónica de Nueva Paz, en la provincia de La Habana, sitio al que nunca imaginó acceder y que es hoy su otro hogar, transcurrió la entrevista, devenida conversación amistosa, con Miguel Ángel Sánchez Cruz.
Miguel Ángel muestra sus habilidades y conocimientos a alumnos y profesores del Joven Club. Migue, como le llaman sus amigos, vio la luz por vez primera el 15 de abril de 1979 y 90 días después los médicos le detectaron un retinoblastoma bilateral. Según la bibliografía médica, el retinoblastoma es el tumor intraocular maligno primario más frecuente en la infancia, fundamentalmente en niños menores de tres años. No obstante, es un tumor raro y se registra solo en uno de cada 30 000 recién nacidos vivos. El 30 por ciento de los casos es bilateral, como el de Miguel Ángel, y el pronóstico, tanto de la afectación visual como de la vida del paciente, es grave.
«A los tres meses de nacido me extirparon un ojo y me colocaron una prótesis. A los ocho años se me presentó la misma enfermedad en el otro; se pudo atender a tiempo, pero me puse tan fatal que surgió una complicación durante la operación y comencé a ver solamente por la mitad del ojo».
Así inició la vida de este joven, a quien la voluntad ilimitada por conquistar la sabiduría le ha permitido apreciar cada mañana el resplandor de la vida.
—Usted nació con visión, a los 18 años es casi invidente y hace apenas uno es ciego total. ¿Cuán difícil es no poder ver la puesta del Sol?
—Es muy difícil, porque uno lo vio todo a su alrededor, lo conoció todo y de buenas a primeras te entregas a la oscuridad. Si los videntes quieren imaginarse qué es la vida de un ciego, que se venden los ojos por un par de horas y caminen por la calle. Es difícil, pero hay que seguir adelante.
—¿Es cierto que de niño se quedó con un tercer grado de escolaridad?
—Sí, la escuela de aquí es para videntes. Para copiar las clases tenía que levantarme del pupitre e ir a la pizarra, era un esfuerzo físico muy fuerte. Mis padres, por la sobreprotección, no me dejaron estudiar en la escuela especial para ciegos Abel Santamaría, de Ciudad de La Habana. Entonces me quedé con tercer grado de escolaridad en el año 1987.
—¿Y qué hizo después?
—Durante 15 años vi la vida correr. En 2003 fui al Centro Cultural de Marianao a buscar un software que convierte la información visual en sonora; lo traje, lo instalé en el Joven Club y empecé las clases con tercer grado. Con ese nivel de escolaridad obtuve todos los títulos de computación y premios en eventos científicos. Pero ya no tengo tercer grado. El Joven Club y la Dirección Municipal de Educación coordinaron para que a través de la computación cursara estudios. Aquí viene una maestra, me orienta las clases, me hace los exámenes y ya obtuve el sexto y ahora estoy haciendo el noveno grado.
—¿Cree que la oscuridad la experimentan solo los invidentes?
—Existen otras oscuridades en la vida. Una de las cosas que me dio fuerzas para continuar era saber que había personas que eran videntes, tenían otras oportunidades y se dejaban caer tan fácilmente. Sin embargo, yo con mi problema grande me dije que podía seguir adelante.
—¿Imaginó el milagro de la computación?
—Nunca pensé que podría sentarme frente a una computadora. Siempre me gustó la computación, pero no tenía un nivel cultural elevado ni el programa para ciegos.
—¿Creyó que había limitantes?
Miguel Ángel junto a sus compañeros del Joven Club. —Pensé en un inicio que no iba a entender la computadora. Es difícil trabajar con el teclado. Hay que aprenderse una serie de comandos y no es lo mismo trabajar con el mouse que con las teclas.
—¿Aprovecha al máximo la oportunidad que le ofrece la máquina?
—Sí. Aquí estoy el mayor tiempo posible. No afecto las clases, porque llamo y si hay tiempo de máquina vengo. Aquí estoy tres o cuatros horas, y si hay conexión a internet permanezco más tiempo.
—Ahora termina el noveno grado. ¿Cursaría la enseñanza media y después la universitaria?
—Sí, llegaré hasta el grado 12 y después, si me dan la oportunidad, quiero estudiar Fisioterapia.
—¿Pensó alguna vez estudiar una carrera universitaria?
—Nunca. Desde que dejé mis estudios no pensé estudiar más. ¿De qué forma lo iba a hacer?
—¿Ha compartido su dominio de la tecnología con otros invidentes?
—En una ocasión brindé colaboración en el municipio de Güines. Impartí clases a cuatro invidentes por unos tres o cuatro meses en el Joven Club número tres de Güines. Después adiestré a la profesora y ella siguió el curso. Fíjate, antes de obtener el sexto grado ya impartía clases en un Joven Club.
—¿Es cierto que tiene responsabilidades en la Asociación Nacional de Ciegos (ANCI)?
—Sí, ocupo el cargo de Relaciones Públicas en la ANCI municipal y soy miembro del Secretariado Provincial en La Habana.
—Ha participado en eventos científicos.
—Sí, confeccioné una base de datos con los 110 asociados con que contaba Nueva Paz en ese momento. Allí recopilé nombres y apellidos, números de carné de identidad y de expediente, dirección particular y enfermedad del asociado. Esa base de datos la presenté en el Fórum de Ciencia y Técnica y el Infoclub, y obtuve un segundo lugar y una mención, respectivamente.
—¿Se siente solo?
—Llegué a pensar que me iba a sentir solo. Ahora, si digo que estoy solo es porque soy un malagradecido. Cuento con la ayuda del Gobierno municipal, del Joven Club, de Educación. Todos me ayudan e incluso me invitan hasta a las reuniones del Poder Popular. Realmente no me siento solo.
—¿Está vinculado a algún centro laboral?
—No, estoy dedicado al estudio y el otro tiempo lo dedico al trabajo en la ANCI.
—¿Sabes escribir en el sistema Braille?
—Sí, pero no sé leerlo muy bien. El tacto no lo tengo muy bien preparado para esos punticos. Hay un problema: el Braille cuanto más joven se aprende es mejor. Yo lo aprendí en 2001, en el Centro de Rehabilitación para Ciegos de Bejucal, cuando tenía 22 años.
—¿Cree que este programa de computación le impidió tener más habilidades con el Braille?
—He dejado de interesarme por el Braille porque tengo las comodidades de la computadora, cosa que no debería ser porque no me pertenece, es del Joven Club. Lo que es para el ciego es el sistema Braille, pero como me es dificultoso leerlo, empleo la computadora.
—¿Cuán difícil es para Migue transitar por las calles, en las que ayer corrió y hoy, para desplazarse, tiene que valerse de un bastón?
—Las calles de Nueva Paz no me resultan difíciles de transitar. Tengo un plano imaginario y prácticamente no utilizo el bastón. Voy a Los Palos, que queda a cuatro kilómetros; a Vegas, que está a nueve kilómetros... Voy a todas partes.
—¿Cree haber perdido tiempo?
—Sí, creo que perdí tiempo en mis estudios, pero lo pienso recuperar y ya lo estoy haciendo.
—¿Cuál fue el último momento en que vio un destello de luz?
—El instante en que entré al salón de operaciones.
—¿Extraña la claridad?
—La extraño mucho. Todavía hay momentos que viene luz a mí; me parece que percibo la claridad, pero esas son trampas que pone el cerebro. Incluso los sueños míos son con cosas que veo.
—¿Cuál fue la decisión más difícil que ha tomado?
—El día que decidí operarme opté por la vida. Era la ceguera o la muerte, porque se trataba de un tipo de tumor en la vista que se activaba, invadía la sangre y conllevaba a un cáncer. Era decidir por la muerte o por la oscuridad...
—Y decidió por la oscuridad.
—Decidí por la oscuridad. Salí de la operación y en ningún momento me puse triste. Dije que no me iba a dejar caer y aquí estoy.
—¿Y la mejor decisión?
—Superarme; no me iba a quedar con tercer grado, porque ciego y con tercer grado, ¿qué iba a hacer?
—¿Quiénes decidieron la operación: sus padres, los médicos o usted?
—Fue una decisión mía. Los médicos hablaron conmigo y me explicaron las consecuencias de no operarme. No lo asimilé y dije que prefería morirme. Muchas personas me aconsejaron, hasta que decidí por la vida.