Al leer su mensaje y descubrir casi al final esas llamadas de alerta breves y sentenciosas, confirmé que su más persistente preocupación ha sido, además de la continuidad de la Revolución, cómo las generaciones más nuevas pensamos sostener un proyecto que ha pretendido abogar desde sus inicios por la felicidad de quienes decidieron compartir con Cuba su decisión y su destino.
Sería pretencioso de mi parte apropiarme de las voces de todos mis contemporáneos y asegurarle confianza sin precedentes en nuestro futuro, y es por ello, que hoy solo hablaré por mí. Conozco mis sueños y las ideas que me auxilian en la construcción diaria que hago del país, y únicamente desde ese imaginario en constante cambio, es que me atrevo a escribirle estas letras.
Cuba, por su condición de isla asediada desde tiempos inmemoriales por colonias e imperios de diferentes cataduras, aún siendo muy temprano rechazó ofendida el grillete y se lanzó a una lucha que no ha cesado. El triunfo absoluto para palpar, oler, probar, experimentar la libertad llegó tardíamente, casi a mitad del convulso y vertiginoso siglo XX, y ni siquiera entonces el pueblo cubano pudo dedicarse a trabajar y fundar con la tranquilidad y la paz que concede la proeza. Vigilada, agredida, ha sobrevivido casi todos los avatares con la firme esperanza de que algún día se disipará la ola después de tanto chocar con el peñón incólume. Ha esperado estudiando, curando, salvando, escribiendo, participando, amén de los continuos intentos por apagar su voz y disimular sus logros en todos los terrenos. Para los que vendrían y para sus propios compañeros un grupo de jóvenes entregó en el año 1959 la soberanía conquistada, al tiempo que proponía recomenzar y corregir el oprobio de centurias. El pueblo, al menos una gran parte de él, aceptó ese valioso presente y asumió con entereza el desafío de la creación perpetua.
Pero rara vez una flor hermosa se salva de enfrentar los vientos fuertes. Lo que tenemos se ha edificado con infinito esfuerzo, teniendo como limitantes históricas el resquemor y el odio de un sistema poderoso, lo cual no nos exime de nuestras propias culpas y errores en el alza de un concepto de país, que a fin de cuentas, es ejecutado por seres humanos.
Pienso que el más difícil obstáculo a vencer por los que hoy tenemos apenas 20 años o quizá menos, quizá más, es tomar de la Revolución lo que en esencia la ha definido y dejar en el camino aquellas decisiones tomadas también bajo su amparo, pero que han contribuido de alguna manera a aminorar, dañar, detener, invalidar la consolidación de la justicia, sin importar su marca. Hoy, y es al menos, lo que voy a hacer yo, corresponde desdeñar lo que no es Revolución, aprender de las deficiencias, los desgarramientos y los defectos para entonces poder llegar a la buenaventura, el beneplácito, el progreso. En esta hora, ha de asistirnos la capacidad creativa e imaginativa para debatir y sostener lo que de obra suma conserva aquel proyecto luminoso de los inicios de nuestra independencia. No podemos darnos el lujo de no ser inteligentes, trabajadores, sinceros, valientes, certeros, seguros, comunicativos, abiertos. Hay que creer y cambiar, y pensar durante cada jornada cómo quisiéramos que fuera Cuba sin la sombra oscura de las carencias, las vicisitudes nacidas en gran medida por el capricho de un imperio y un sector radical que está muy lejos de aceptar un diálogo franco y respetuoso como iguales.
Para mí, que al nacer, usted siempre ha estado a mi lado como eterno capitán de esta gran nave que viaja por el mar Caribe, resulta conmovedora su decisión de no aceptar ningún cargo. Conmovedora, porque mentiría si no dijera que es al menos extraño asistir al momento en que un Gigante protector, batido cuerpo a cuerpo con el peligro, se retira a escribir sus moralejas tras cada batalla. Los que han rodeado y han crecido alrededor de ese grande, no pueden menos que sentir nostalgia y cariño por el sabio que ha puesto en manos de los más bisoños el carcaj. Mas, espero, como esos otros hijos de las civilizaciones más eruditas, saber llevar mis misiones a la espalda, y acaso lo más importante, distinguir la enseñanza de un maestro y cambiar a tiempo la flecha por la idea.